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Vivir de rodillas

Una novela bien escrita, impecable, grata de leer, que nos remonta a los ya lejanos tiempos de la guerra civil española, y sus dolorosas huellas familiares y sociales. Pero no es una novela más...

  • RICARDO GIL OTAIZA

04/06/2020 05:00 am

Recibí hace tiempo desde España un libro que puse a la espera en la columna de los “por leer”, y nunca aparté la mirada de su espléndida carátula: una cruz, una larga cadena, alambre de púas, el fragmento de una bomba lanzada, una paloma blanca volando hacia el naciente (o el poniente, todo depende de la perspectiva), un fondo vino tinto que le imprime al todo un aspecto lúgubre, pero nada desesperanzador; el volumen lleva por título Vivir de rodillas (2013) y pertenece al escritor Manu de Ordoñana, seudónimo de Manuel Vázquez Martínez de Ordoñana (Donostia, San Sebastián, 1940). Gracias a la tecnología conocí a este espléndido autor, quien se ha dado a la grata (y compleja) tarea de articular toda su experiencia literaria para lanzarnos a la aventura de ahondar en lo que llamamos el “oficio de escribir”. Semana a semana llegan a mi bandeja sus trabajos, que son visitados y comentados por decenas de personas con camino recorrido en lo literario, pero también por muchos jóvenes deseosos de entrar en sus predios. En alguna oportunidad tuve la posibilidad de intercambiar opinión con Manu acerca de un tema del área, y recibí tal cantidad de realimentación de su parte y de los contertulios, que siempre llego a ese rincón para olvidarme un poco de la tragedia del día a día en nuestro país, y aprender más en este oficio que se hace infinito e inconmensurable.

Vivir de rodillas es una novela bien escrita, impecable, grata de leer, que nos remonta a los ya lejanos tiempos de la guerra civil española, y sus dolorosas huellas familiares y sociales. Sin embargo, no es una novela más sobre ese hecho histórico, que marcó la historia de España en un antes y un después, sino que se trata de un viaje a los orígenes, a las preguntas agolpadas durante décadas, a la búsqueda desesperada de todo aquello que pueda darnos pistas acerca de lo acaecido. Clara, su personaje central (magnífico desde todo ángulo), se da a la tarea de viajar a la tierra de sus antepasados para investigar en torno de la muerte de su padre, y para ello tendrá que dejarlo todo atrás (trabajo, amigos, futuro) y así vérselas con múltiples vicisitudes que intentarán torpedear sus deseos, pero su fuerza interior, así como las emociones guardadas durante tantos años (que la animaron a emprender la apasionada búsqueda), la impulsarán a tejer toda una serie de sutiles hilos que la llevarán a la verdad de todo y a ver más allá de los atavismos y de lo contando por la crónica oficial. 

La tensión y el suspenso son dos elementos claves en la trama, lo que nos permite acompañar a la protagonista en su viaje y en sus indagaciones. Echa mano el autor de toda su destreza narrativa para mantenernos en vilo, y esta fuerza interior de la narración se ve recompensada, al sostener todo el andamiaje que posibilita el que lleguemos con éxito al final. Pienso, al leer esta novela, que tarea similar nos corresponderá a los venezolanos una vez que todo esto pase, para intentar recomponer todas las piezas de ese patético puzle en el que se ha convertido nuestra vida.

El viaje de Clara a sus orígenes es (no cabe duda) el del propio Manu de Ordoñana, quien como el héroe al que hicieran mención Campbell y Jung, nos lo recuerda Christopher Vogler (en El viaje del escritor), emprende su viaje desde lo mítico (en su caso desde el artificio literario) en la búsqueda de los porqués agolpados en el pecho. Concluye Vogler: “Nuestros relatos tienen el poder de curar, de reinventar el mundo, de proporcionar metáforas para que la gente alcance un mejor entendimiento de su propia vida.” Esta obra de mi amigo a la distancia trae consigo esa misión y, por qué no, la de poder sanar las heridas. 
 
@GilOtaiza

rigilo99@gmail.com


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