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Inventamos o erramos

Como quiera que sea, la tristeza ha embargado a los venemadrileños, quienes han despedido entre lágrimas a la que fuera llamada “Embajada Sentimental de Venezuela”

  • LINDA D'AMBROSIO

25/05/2020 05:00 am

Hace casi dos siglos, en 1842, se acuñó una frase cuyo contenido se ha repetido a través de la historia de mil formas diferentes: Inventamos o erramos. Su autor, Simón Rodríguez, la incluía en Sociedades Americanas, texto en el que prevenía acerca de los peligros de instaurar en los países del Nuevo Continente los modelos políticos de las naciones europeas, de las que acababan de emanciparse.

Esta frase tan nuestra no es más que la expresión del contemporáneo “renovarse o morir”, y refleja la necesidad de buscar respuesta a los desafíos que nos plantea cada tiempo. Si, por añadidura, de la adaptación depende no solo la supervivencia de una entidad, sino también la de las funciones que cumple, el asunto cobra especial importancia.

Hace hoy una semana la comunidad venezolana residente en Madrid recibió con tristeza la noticia de que Cesta República cerraría las puertas de su emblemático local, emplazado en la calle de Válgame Dios.

Ubicado en la zona más trendy de la ciudad, el espacio había sido reseñado por revistas de estilo en todo el mundo como uno de los sitios de visita ineludible en España. En él, se condensaba la experiencia de un equipo de profesionales versados en arquitectura, diseño, museología, cultura y construcción. Superficialmente, hubiera podido definirse como una tienda de cestas y artesanía, pero su nombre traducía también lo que habría de convertirse en la idea rectora del espacio: el entramado, el entrecruzamiento de ideas que se proponía cobijar el proyecto, constituido en lugar de encuentro y reflexión acerca de Venezuela.

Así, a través de los más de 120 eventos que realizó durante los tres años que ocupó la que otrora fuera cochera y establo de una finca del siglo XIX, Cesta República se convirtió en escala obligatoria para los talentos venezolanos que, a su paso por Madrid, se encontraban con aquellos que residían en España.

El local de Válgame Dios se convirtió en el lugar de reunión para la gente de la diáspora, una comunidad extensa (la colonia venezolana en España ronda los cuatrocientos mil habitantes) y un poco huérfana, ávida de insumos para la reflexión. Pero, más aún, se convirtió en el marco en el que los venezolanos se encontraron consigo mismos, con sus méritos, sus valores, sus recuerdos. Y no me atrevo a decir que “con lo que se salvó del naufragio”, porque estaría traicionando la filosofía del proyecto, centrada más en la construcción y la proyección de la Venezuela que vendrá, que en llorar sobre la leche derramada.

Poco a poco el local se fue quedando pequeño para acoger la multitud que, casi a diario, se reunía para celebrar en torno al talento venezolano. Ya en el verano pasado sus gerentes habían emprendido una remodelación para poder albergar más personas, ante el continuo desbordamiento en sus eventos. Ahora, la pandemia hace imposible pensar en los encuentros físicos, y ello ya resultó determinante para dar el paso de trascender hacia recursos que les permitieran llegar a un mayor número de personas. La solución parece encontrarse en las nuevas tecnologías, sin descartar la utilización de otros espacios cuando las circunstancias así lo requieran. En este sentido, ya habían tenido una primera experiencia en el Círculo de Bellas Artes, en donde se celebró hace unos meses el encuentro T de Transición.

Como quiera que sea, la tristeza ha embargado a los venemadrileños, quienes han despedido entre lágrimas a la que fuera llamada “Embajada Sentimental de Venezuela”, en la esperanza de que en esta nueva etapa sigan brillando así en la nube, como en la tierra, tal y como promete su consigna.

l.dambrosiom@gmail.com

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