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Ese obscuro objeto de deseo

Maltratar y hasta matar a un profesional, una mujer bella, un universitario, comerciante o trabajador, es su venganza. Los hace importantes ejercer el terror de causas oscuras...

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

10/05/2020 05:00 am

Pensador actual de punta, el holandés Ian Buruma, realiza un estudio existencial del gamberro político, el lumpen, válido para los colectivos, camisas negras, camisas pardas, paramilitares, guerrilleros colombianos, skin head, terroristas islámicos y de cualquier otra marca: un sujeto incapaz de construir una vida decente, atormentado por odios y complejos contra quienes lo logran y que envuelve su fracaso en algún justicialismo.

Movimientos revolucionarios de izquierda y de derecha los reclutan para mercenarios aporreadores, brigadas de choque, torturadores, saqueadores, asesinos. Su oficio es el ejercicio simple de la ruindad, abusar de gente indefensa o ejecutar actos terroristas. Son el verdadero rostro de las revoluciones (“un comunista es un fascista de izquierda. Un fascista, es un comunista de derecha”).

Kensaburo Oe lo describe inquilino de casa de pensión, solitario, atormentado por los flashes eróticos en las calles, por faldas cortas y aromas de los que se siente privado masturbador pertinaz que se asume rechazado por su obscuro objeto de deseo. La belleza, el confort, flamantes automóviles, la apariencia de felicidad, transitan por las calles de las sociedades abiertas, sin chador ni burka.

Pareciera que todo está al alcance de la mano, pero cada quien debe construir espacios con voluntad, trabajo, audacia, y estas figuras baconianas no están dispuestas a eso. La sociedad ofrece maravillas que solo obtendremos parcialmente y la revolución es la respuesta del fracaso, estimulado por ideologías de la envidia: el marxismo, el populismo o el nacionalsocialismo que hacen a “los otros” culpables de sus privaciones y merecedores de castigo.

El diseñador de la violencia
En los comandos de acción directa tiene espacio su particular destreza profesional, la violencia, el rasgo más animal de los humanos y el que los acerca más a las bestias. Maltratar y hasta matar a un profesional, una mujer bella, un universitario, comerciante o trabajador, es su venganza. Los hace importantes ejercer el terror de causas oscuras.

Mussolini creó los camisas negras en 1919, que a partir de 1923 se llamarán Milicia Voluntaria para la Seguridad Nacional, y allí concentra las excrecencias del naufragio, que hicieron terrible la vida cotidiana. La incapacidad para conseguir tempranamente la unidad nacional italiana y superar
la pobreza, creó un estamento de resentidos animados por el rencor, lo que Hannah Arendt llama “el populacho”.

Obreros, profesores, comerciantes, médicos, oficinistas, abogados, todos sin empleo, arruinados y buscando arrimarse. El discurso de Mussolini en las tribunas representaba a las hordas, e instaba a despanzurrar, patear, a los “responsables” de las desgracias. Doscientos mil miembros de los “colectivos” emprendieron la Marcha sobre Roma, colocaron al Duce en el gobierno e inspiraron al sexualmente retorcido Hitler para formar sus
camisas pardas o S.A.

El partido nacionalsocialista compró baratos remanentes de camisas de kaki de las tropas alemanas en África y con ellos los uniformó estilo militar. Y Hugo Boss, joven costurero nazi que iniciaba su carrera profesional, le dio su mágico glamour. También vistió a las S.S y a las Wehrmacht. Los colectivos tampoco podían faltar en la pesadilla de la Revolución Cultural China y Mao creó la Guardia Roja con cientos de miles de jóvenes convertidos en perseguidores de maestros, profesores, artistas, escritores, e incluso de sus propios padres.

Los derechos gusanos
El objetivo de Mao, en ese momento defenestrado, que hizo de la Guardia Roja, era liquidar a Liu Sao Chi, Lim Piao y Deng Xiaoping para recuperar el poder. La oleada fanática asesinó más de un millón de personas y destruyó casi cinco mil de los siete mil templos antiguos que se conservaban. Latinoamérica ha tenido caudillos que convierten las naciones en cárceles con apoyo de los “colectivos”.

En Panamá de Noriega se llamaban Batallones de la Dignidad y Codepadis, que ensangrentaban las ropas claras de los manifestantes contra la dictadura. Olor a resaca de caña barata, adrenalina, sudor rancio, halitosis y sangre en las calles eran la identificación. Corrieron después como conejos en 1989 y una conocida matona, Balbina Herrera, fue candidata presidencial derrotada del norieguismo.

Daniel Ortega tenía turbas divinas en su lejano primer gobierno, aguardentosas, mercenarias, astrosas, para aterrar adversarios políticos, menos a Violeta Chamorro, quien le desbarató el proyecto en las narices. El régimen cubano usa los llamados grupos de respuesta rápida para “actos de repudio” en los que rodean por horas o días casas de` disidentes y luchadores por los Derechos Humanos, “derechos gusanos de desechos humanos” según las turbas.

Entre los años 40 y 50 las calles de La Habana eran propiedad de gánsters, los “gatillo alegre”, Emilio Tro, Manolo Castro, Rolando Masferrer, Alfredo
Yabur, Eduardo Corona, Fidel Castro, hasta que en 1959 éste acabó con todos los demás y con la vida civilizada. Pero la figura del día son
los indestructibles. Stallone, y sus mercenarios, Statham, Jet Li, Dolph Lundgren, Bruce Willis y Arnold Schwarzenegger, hoy de moda porque, contratados por gobiernos de EEUU, rescatan princesas y liquidan tiranías. 

@CarlosRaulHer











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