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Sobre la barca de Caronte

La pandemia pasará tras el inmenso viento de dolor, y la existencia continuará. Luchar contra los avatares de la vida es nuestra misión. Siempre ha sucedido así y la raza humana ha salido renovada.

  • RAFAEL DEL NARANCO

26/04/2020 05:00 am

La ineludible reclusión en el hogar que nos obliga el furor del coronavirus, sigue desparramando en el planeta la condena de los vengativos dioses del Olimpo. Todo, en el vivir cotidiano, se ha troquelado y recubierto de tribulación. 

Hay miedo, ramalazos de sufrimiento y una hilera interminable de muertos que no han podido tenido tener a su lado la presencia de padres, esposas e hijos. 

Pocas veces unas cenizas han partido a los campos de la Parca tan solitarias sobre la barca de Caronte. En el Eclesiastés ya se nos había dicho: “No hay hombre que tenga potestad sobre el espíritu para retener el espíritu, ni potestad sobre el día de la muerte”. Y esa sanguinaria soledad envuelve a los fallecidos por la cruel toxina.

Sócrates expresó: “Lo que le hubiera podido suceder mejor al hombre tras haber nacido, era morir joven”.

En lo más intimo de nuestro ser damos gracias al cielo protector al haber llegado a la cumbre de la existencia con sosiego, sin angustias ni achaques, solamente llevando en nosotros algunas incertidumbres que no han sido comprendidas, y es que entre una divinidad arropada de misterio y nuestro cuerpo humano, nos quedamos con la dulzura de la naturaleza.
 
Mantenemos una fiel creencia: Cada virtud necesita un hombre; pero el compañerismo, dos, y en esa reflexión estábamos cuando recibimos una tarjeta por la posta. 

Es hermosa Punta de Massulio sobre un mar azul intenso de la Isla de Capri. La envía un grupo de amigos de “La Piazzetta”, bajo la sombra de las cúpulas de san Esteban con saborcillo levantino. 

Las veces que hemos ido a la “isola”, solemos reunirnos bajo los quitasoles del bar Tiberio para hablar, saboreando un “liquore di limoni” vendido en la cercana cartuja, de todo lo divino y humano, lo mismo que bajo el sol, lluvia o nieve hace la humanidad desde el principio de los tiempos.
Intuyo que Dios creó el ser humano para hablar con él y no estar tan duramente solo toda la eternidad.
 
En aquella roca calcárea, el trotamundos, con alforjas colmadas de sensaciones, siente, antes de tocar tierra, las frases sobre la isla taladradas en muros sempiternos en las voces de Pablo Neruda, Lord Byron, Máximo Gorki, Curzio Malaparte, Axel Munthe y Graham Greene, seres humanos sensitivos a los recovecos del alma, la misma brisa del mar, el tintineo de las campanas, un olor a hierba, la sonrisa de un niño, y el reflejo de la luz en los ojos de un longevo ser que sigue guardando en su mirada cada una de las sensaciones arrebatadas a la existencia. 

Recordamos una antigua “rubai”: “Al mundo, ¿a qué venimos? Después, ¿por qué nos vamos? / ¿Qué quiere esta existencia que nos ha sido impuesta? / Arden las almas bajo su peso y se convierten en cenizas, más yo no logro ver la hoguera”.

Apreciamos en estos soplos de luz y aire, todo sentimiento, los senderos serpenteados, la querencia pavonada de pasión inflamada -ahora simplemente ascuas– que nos recuerdan a cada instante que hemos vivido. 

Hace una noche tomamos uno de los libros en la corta biblioteca que conocemos con un afecto hermanado. Trataba del e Sófocles que Edith Hamilton llamó “quintaesencia del griego” en su historia de los filósofos helénicos. Su lectura nos maceró el ánimo dejándonos sobre el vaivén de un tiempo intemporal, pero presente en cada espacio del ser humano: “Envidias y ficciones, muchas y muerte súbita / y al final, la vejez, despreciada, achacosa, hostil”.

¿Y la realidad humana? No lo expresemos muy alto no vaya a ser que la muerte sienta envidia de algo que ella nunca conoció ni podrá sentirlo en ningún tiempo: la vida enardecida, asombrosa, excelsa en el amor y, por encima de todo: hermosa.
 
Recordemos sobre estas letras que representan un tintineo de campanilla al alba de la vida diaria, unas palabras casi eternas -el hombre teme a la muerte, y ella a las pirámides - de “El libro de los muertos” en el antiguo Egipto

“Yo soy hijo de la tierra. / Por la tierra caminé muchos años. / Me acuerdo en la tarde de mis días / y renazco a la vida en una nueva mañana. / Mi vida sigue puntualmente los ritmos de los tiempos. / Yo soy un hijo de la tierra. / Yo siempre seré fiel a la tierra. / Cuando muera o renazca, seré fiel a ella. / Mirad, ahora vuelvo a florecer; me estoy renovando, / según los ritmos milenarios del tiempo”.

La pandemia pasará tras el inmenso viento de dolor, y la existencia continuará. Luchar contra los avatares de la vida es nuestra misión. Siempre ha sucedido así y la raza humana ha salido renovada. 

No tengamos miedo.

rnaranco@hotmail.com 








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