¿A quién llamar maestro?
Los verdaderos maestros y aprendices se reconocen al verse a los ojos, porque allí se narran lo vivido y se agradecen el recorrido. Desde aquí miro a los ojos a cada uno de mis maestros y les abrazo
“Fue su maestro. No es maestro el que enseña con mayor o menor eficacia alguna materia docente, alguna técnica o alguna doctrina. Mucho menos aquel que busca prosélitos para imponer su gobierno. En el primer caso estamos ante un profesor. En el segundo, ante un jefe de partido, un conductor de pueblos. La noción de maestro, tan familiar en Oriente, cobra contenido sospechoso cuando no adulterado en Occidente. En efecto, la función de maestro no se limita a la enseñanza de doctrinas, sino más bien propicia con su acción vital y espiritual comunicante un despertar de conciencia, una libertad de escogencia, un impulso hacia adelante o hacia arriba. El maestro no es el que incita a pelear siendo él parte del pleito, ni el que fomenta un ideal de poder, ni el que aliena, ni el que recluta, ni el que funda partidos, ejércitos o cárceles; sino el que crea las condiciones anímicas para que alguien viva su propia experiencia, para que alguien se encuentre así mismo, para que alguien escoja, para que alguien conozca y actúe”. Esto lo escribe Juan Lizcano para ilustrar a Nicolas Alexeevich F., quien fue maestro de Armando Reverón.
Este texto con el que estoy de acuerdo, me ayuda a introducir esta reflexión sobre el uso del calificativo “Maestro”, que en muchos casos usamos como una caricia. Vuelvo a la pregunta: ¿A quién llamar maestro?¿Quién o qué ha despertado tu ser de tal manera, que merece esta distinción?
Hay maestros que sacuden el ser desde el dolor y otros desde la sublimidad del despertar de la consciencia. Uno de mis maestros le encantaba llevarme hasta el dolor (emocional) y al final terminaba diciendo: Cuando te golpeo no lo hago para herirte sino para esculpirte. La maestra más sagrada que tengo, mi madre, me ha enseñado (y lo sigue haciendo) desde una fe irracional en mí, en mis momentos más amargos de la adolescencia cuando casi todo me salía mal, ella me mostraba opciones, me dejaba decidir y me decía: Yo tengo fe en ti hijo. Hoy me lo sigue diciendo y yo se lo sigo creyendo.
A uno de mis coachee la ira no lo dejaba avanzar, ella se apoderaba de él y con su lenguaje iba acabando con todo lo que conseguía a su paso, inicialmente le llamó a ese elemento “mis demonios” pero luego acordamos llamarlo “mi maestro”, hoy creo que acertamos en el apodo, ese fue el motivo para que esta persona le diera otro tipo de poder, se metiera con profundidad en su ser y, trabajara hasta lograr aprender la lección que ese “maestro” le estaba regalando.
Los maestros son en esencia: una energía que hace que otra energía se mueve en busca de la evolución y elevación del ser que se va siendo. Los maestros no nos interpretan el mundo, ellos caminan y danzan, danzan y caminan mientras le seguimos, y en un momento, en el menos esperado, recibes un mensaje que titila en tu mente y desde esa luz te creas tu propio juicio y tu segura elección.
En muchas oportunidades terminas huyendo, odiando, negando y oponiéndote a un maestro; el buen maestro lo acepta, entiende y deja fluir las aguas en el tiempo, él sabe que lo importante no es la relación sino el impulso a la transformación. Hay maestro que se desaparecen cuando se dan cuenta el discípulo puede andar solo.
Hay quienes se halagan cuando los llaman maestros, y encienden la máquina de helio que inflama su egocentrismo; hay quienes adulan con semejante título para ganar afecto y prebendas; los verdaderos maestros y aprendices se reconocen al verse a los ojos, porque allí se narran lo vivido y se agradecen el recorrido. Desde aquí miro a los ojos a cada uno de mis maestros y les abrazo con gratitud.
Amancio Ojeda Saavedra
@amanciojeda
amancio@alianzasdeaprendizaje.com
Este texto con el que estoy de acuerdo, me ayuda a introducir esta reflexión sobre el uso del calificativo “Maestro”, que en muchos casos usamos como una caricia. Vuelvo a la pregunta: ¿A quién llamar maestro?¿Quién o qué ha despertado tu ser de tal manera, que merece esta distinción?
Hay maestros que sacuden el ser desde el dolor y otros desde la sublimidad del despertar de la consciencia. Uno de mis maestros le encantaba llevarme hasta el dolor (emocional) y al final terminaba diciendo: Cuando te golpeo no lo hago para herirte sino para esculpirte. La maestra más sagrada que tengo, mi madre, me ha enseñado (y lo sigue haciendo) desde una fe irracional en mí, en mis momentos más amargos de la adolescencia cuando casi todo me salía mal, ella me mostraba opciones, me dejaba decidir y me decía: Yo tengo fe en ti hijo. Hoy me lo sigue diciendo y yo se lo sigo creyendo.
A uno de mis coachee la ira no lo dejaba avanzar, ella se apoderaba de él y con su lenguaje iba acabando con todo lo que conseguía a su paso, inicialmente le llamó a ese elemento “mis demonios” pero luego acordamos llamarlo “mi maestro”, hoy creo que acertamos en el apodo, ese fue el motivo para que esta persona le diera otro tipo de poder, se metiera con profundidad en su ser y, trabajara hasta lograr aprender la lección que ese “maestro” le estaba regalando.
Los maestros son en esencia: una energía que hace que otra energía se mueve en busca de la evolución y elevación del ser que se va siendo. Los maestros no nos interpretan el mundo, ellos caminan y danzan, danzan y caminan mientras le seguimos, y en un momento, en el menos esperado, recibes un mensaje que titila en tu mente y desde esa luz te creas tu propio juicio y tu segura elección.
En muchas oportunidades terminas huyendo, odiando, negando y oponiéndote a un maestro; el buen maestro lo acepta, entiende y deja fluir las aguas en el tiempo, él sabe que lo importante no es la relación sino el impulso a la transformación. Hay maestro que se desaparecen cuando se dan cuenta el discípulo puede andar solo.
Hay quienes se halagan cuando los llaman maestros, y encienden la máquina de helio que inflama su egocentrismo; hay quienes adulan con semejante título para ganar afecto y prebendas; los verdaderos maestros y aprendices se reconocen al verse a los ojos, porque allí se narran lo vivido y se agradecen el recorrido. Desde aquí miro a los ojos a cada uno de mis maestros y les abrazo con gratitud.
Amancio Ojeda Saavedra
@amanciojeda
amancio@alianzasdeaprendizaje.com
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