La narrativa breve
La literatura breve tiene la particularidad de ser autárquica, totalizante, propaladora en pocas cuartillas del portento de la creación artística. Ya lo creía Jorge Luis Borges cuando afirmaba, que en las pocas páginas de un buen relato está contenido un universo
El cuento como expresión del arte de la escritura es tan antiguo como la humanidad misma, y su impronta es de trasvase de la cultura de uno a otro pueblo; de uno a otro espíritu. Muy joven comencé a garabatear mis primeros cuentos, y ahora que veo todo aquel proceso a la distancia me percato de su carácter decisivo en mi carrera literaria, como ejercicio de catarsis frente al devenir del tiempo, y como parte sustantiva de mi vida y de mi obra. Mis primeros cuentos los publique en el fenecido diario merideño El Vigilante, y cada uno de ellos fue ilustrado por mi esposa en un afán si se quiere de completitud frente a mi propio desvarío, y frente a mis propias debilidades estilísticas. Reconozco en esos primeros textos, que luego conjunté en el volumen titulado Paraíso olvidado (1996), una profunda huella autobiográfica, como si deseara con ellos deslastrarme de vivencias, de hechos y de personajes que llevaba como un pesado fardo sobre mis hombros.
No sabía para entonces de la fuerte carga ontológica y metafísica que llevaban la mayoría de los relatos, y tuvo que ser el gran hombre de la cultura Juan Liscano, quien los desvelara en un generoso ensayo antológico que publicó en El Globo de Caracas el 24 de octubre de 1997, como una manera de tributo al joven escritor. El título de aquél inolvidable texto ya presagiaba su contenido: “Cuentos fuera de serie. El Paraíso Olvidado por Ricardo Gil Otaiza”. No dudo en calificar dicha publicación como un “bautizo” literario, que de alguna manera me otorgó una visión real en torno al potencial de la palabra escrita. Es decir, el que puedas tocar mediante un texto una tecla en una fibra muy íntima de cada lector, sin importar su origen, su cultura y su historia, es sencillamente formidable. El potencial de la escritura va más allá de la teoría literaria, para adentrarse en los territorios de la sinrazón y de la locura.
Cuando lees a Edgar Allan Poe en sus magistrales cuentos y te insertas en el misterio y la expectación, cuando sopesas la brevedad y la contundencia en los relatos de Augusto Monterroso y sus prodigiosos dardos envenados, cuando desvelas en los relatos de Julio Cortázar su pasmosa inteligencia rayana en perfección, cuando descubres el horror y la perversión en los relatos de Alberto Jiménez Ure, cuando desvelas en Horacio Quiroga la piel lacerada de unos personajes descarnados y terribles en busca de sus afanosos destinos, no te queda otra alternativa sino exclamar con absoluta certeza que la literatura da completitud a la existencia. Dicho en palabras de Mario Vargas Llosa: “Sólo la literatura dispone de las técnicas y poderes para destilar ese delicado elixir de la vida: la verdad escondida en el corazón de las mentiras humanas”. La literatura se erige así en vaso comunicante de múltiples realidades, en intérprete de eso que muchos denominamos como la complejidad del vivir, o las sutiles tramas que entretejen variables y circunstancias para hacer de la existencia un inmenso haz de posibilidades. Cada vez que leemos un relato (también una novela) nuestra realidad cambia de alguna manera, porque aquello que se nos cuenta entra a formar parte también de nuestra experiencia de vida.
La literatura breve tiene la particularidad de ser autárquica, totalizante, propaladora en pocas cuartillas del portento de la creación artística. Ya lo creía Jorge Luis Borges cuando afirmaba, que en las pocas páginas de un buen relato está contenido un universo. Toda una cosmogonía de la palabra se erige en un cuento para hacer de los lectores fieles posesos de sus mentiras; es decir, de sus verdades. Su poder así nos lo hace creer.
@GilOtaiza
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