El germen literario
La propuesta literaria de Vila-Matas salta la realidad y se instala en los densos territorios de la fábula y la fantasía, y logra con acierto concretar textos que no requieren explicar su mundo...
Me acerqué al narrador Enrique Vila-Matas (Barcelona, 1948) hace ya varias décadas, lo que significa que he seguido su carrera con bastante atención y disciplina. Cuando lo conocí en Mérida (a esta ciudad ha venido en diversas oportunidades) no me agradó por completo su personalidad (lo que no quiere decir que me cayera mal): su forma oblicua del trato con los demás y esa arrogancia que esconde una timidez a toda prueba y que el contacto con el público no ha podido sublimar. Sin embargo, jamás permití que esa “impresión” afectara el disfrute de su obra que creció con el tiempo hasta nuestros días. La crisis no me ha permitido acercarme a sus novedades, pero creo tener en casa el grueso de su producción.
En este confinamiento hallé entre mis libros un pequeño tomo de su autoría que me atrapó de inmediato y que he leído con entusiasmo, se titula Suicidios ejemplares (Anagrama, 2000). Se trata de un libro de cuentos que reúne doce piezas de diverso tamaño, pero que guardan el común denominador de ser originales, rayanas en la genialidad, que no sueltan al lector por un instante debido a esa magia propia de Vila-Matas de construir verdaderos artefactos literarios que hacen gala de una profusa imaginación, que tocan con fuerza el desvarío y ponen en evidencia muchas de las obsesiones que han atenazado al autor casi desde el inicio de su carrera literaria.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que hallé en la mayoría de estos relatos el germen de sus libros posteriores, y que logré así establecer los vasos comunicantes entre lo ahora leído y lo ya conocido, y todo esto me ha permitido dibujar mentalmente mi propio mapa de su ya extensa obra narrativa. La propuesta literaria de Vila-Matas salta la realidad y se instala en los densos territorios de la fábula y la fantasía, y logra con acierto concretar textos que no requieren explicar su mundo, porque se subsumen en él y crean sus propias leyes “universales”.
Cada una de las piezas narrativas insertas en Suicidios ejemplares es de una autarquía absoluta, poderosa, que logra romper con la cuadratura de una visión plana de lo literario, para hacerse autónoma y con un “peso específico” que trasciende la noción de la “realidad real” y se instala en el inconsciente: allí en donde se hallan los límites de la razón.
La mayoría de los personajes de este libro son seres que han decidido dar término a su existencia, o son testigos de las decisiones de otros. En todo caso, ese eje articulador de cada relato trae consigo sus propios avatares, desconsuelos e interioridades, lo que nos mantiene en un inadvertido o sutil suspenso a la espera del desenlace y de lo “peor”. Sí, de lo “peor” entre comillas, porque aquí la muerte no es vista con horror atávico, sino como fiel representación de un papel en el que la inexorabilidad va más allá de toda lógica y argumento, para internarse en los espesos territorios de lo inasible.
Hallamos en este libro decenas de personajes inolvidables cuya construcción es tan perfecta, tan humana y a la vez tan irreal, que podrían ser definidos o catalogados como personajes maestros, al trascender su acotado espacio para quedarse por mucho tiempo gravitando entre nosotros.
Ahora bien, el cumplimiento del destino trágico de cada personaje nos preocupa, claro que sí, y en el fondo hacemos votos por su salvación, pero en lo más profundo de nosotros anida la extraña sensación de ser testigos de excepción de sus decisiones, y queremos acompañarlo en ellas; eso sí: que no nos invada el amargo sabor de la derrota, así como tampoco el sentimiento de culpa frente a lo azaroso e inefable de toda existencia atormentada.
@GilOtaiza
rigilo99@gmail.com
En este confinamiento hallé entre mis libros un pequeño tomo de su autoría que me atrapó de inmediato y que he leído con entusiasmo, se titula Suicidios ejemplares (Anagrama, 2000). Se trata de un libro de cuentos que reúne doce piezas de diverso tamaño, pero que guardan el común denominador de ser originales, rayanas en la genialidad, que no sueltan al lector por un instante debido a esa magia propia de Vila-Matas de construir verdaderos artefactos literarios que hacen gala de una profusa imaginación, que tocan con fuerza el desvarío y ponen en evidencia muchas de las obsesiones que han atenazado al autor casi desde el inicio de su carrera literaria.
Puedo afirmar sin temor a equivocarme que hallé en la mayoría de estos relatos el germen de sus libros posteriores, y que logré así establecer los vasos comunicantes entre lo ahora leído y lo ya conocido, y todo esto me ha permitido dibujar mentalmente mi propio mapa de su ya extensa obra narrativa. La propuesta literaria de Vila-Matas salta la realidad y se instala en los densos territorios de la fábula y la fantasía, y logra con acierto concretar textos que no requieren explicar su mundo, porque se subsumen en él y crean sus propias leyes “universales”.
Cada una de las piezas narrativas insertas en Suicidios ejemplares es de una autarquía absoluta, poderosa, que logra romper con la cuadratura de una visión plana de lo literario, para hacerse autónoma y con un “peso específico” que trasciende la noción de la “realidad real” y se instala en el inconsciente: allí en donde se hallan los límites de la razón.
La mayoría de los personajes de este libro son seres que han decidido dar término a su existencia, o son testigos de las decisiones de otros. En todo caso, ese eje articulador de cada relato trae consigo sus propios avatares, desconsuelos e interioridades, lo que nos mantiene en un inadvertido o sutil suspenso a la espera del desenlace y de lo “peor”. Sí, de lo “peor” entre comillas, porque aquí la muerte no es vista con horror atávico, sino como fiel representación de un papel en el que la inexorabilidad va más allá de toda lógica y argumento, para internarse en los espesos territorios de lo inasible.
Hallamos en este libro decenas de personajes inolvidables cuya construcción es tan perfecta, tan humana y a la vez tan irreal, que podrían ser definidos o catalogados como personajes maestros, al trascender su acotado espacio para quedarse por mucho tiempo gravitando entre nosotros.
Ahora bien, el cumplimiento del destino trágico de cada personaje nos preocupa, claro que sí, y en el fondo hacemos votos por su salvación, pero en lo más profundo de nosotros anida la extraña sensación de ser testigos de excepción de sus decisiones, y queremos acompañarlo en ellas; eso sí: que no nos invada el amargo sabor de la derrota, así como tampoco el sentimiento de culpa frente a lo azaroso e inefable de toda existencia atormentada.
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