"Carta de un preso político”
JIMENO HERNÁNDEZ. El General José Antonio Páez, una de las figuras más importantes de los tiempos de la Guerra de Independencia, debió pasar un año y medio encerrado en el temido Castillo San Antonio. Los días de presidio transcurrieron lentos y perezosos entra sufrimientos físicos y espirituales. Fue reducido a una diminuta celda sin ventana en la que no podía ni pararse del catre a caminar más de tres pasos.
JIMENO HERNÁNDEZ
El 5 de febrero de 1850, desde el Castillo de San Antonio, en Cumaná, donde permanecía sometido a prisión después del fracaso de su revolución de enero del año 1848 para tumbar el gobierno del General José Tadeo Monagas, escribe el Ex Presidente y fundador de la República, General José Antonio Páez, una carta dirigida al Presidente Monagas, así como también a los Senadores y Representantes del Congreso Nacional.
En esta misiva denuncia el secuestro en el que se le mantenía después de haber firmado una capitulación el 15 de agosto de 1848 en el sitio de Vallecito, cerca de la ciudad de Valencia, donde entregó sus armas al enviado de Monagas, el General José Laurencio Silva. Entró a Valencia sobre su cabalgadura, cabizbajo y esposado. La multitud le lanzó frutas, le escupió encima y lo bautizó como el “Rey de los araguatos”. El Presidente José Tadeo Monagas, su compadre traicionero, decretó que este debía ser desterrado, pero que: -mientras la seguridad lo exigiese debería permanecer como prisionero del gobierno.- De Valencia lo trasladaron a Caracas y de allí hasta el Castillos de San Antonio en Cumaná.
El General José Antonio Páez, una de las figuras más importantes de los tiempos de la Guerra de Independencia, debió pasar un año y medio encerrado en el temido Castillo San Antonio. Los días de presidio transcurrieron lentos y perezosos entra sufrimientos físicos y espirituales. Fue reducido a una diminuta celda sin ventana en la que no podía ni pararse del catre a caminar más de tres pasos. Un oficial le llevaba alimento una vez al día y lo acompañaba en silencio mientras comía. Los guardias tenían prohibido hablar con él y le negaban las visitas, la correspondencia y hasta la posibilidad de comunicarse con su familia. Para un respiro de aire fresco debía agacharse y pegar el rostro al piso, solo así podía sentir el hilillo de briza que deslizaba por debajo de la puerta. Su amargura no tuvo limites en el encierro y su único consuelo llegaba dos veces por semana cuando uno de los guardias aprovechaba para tocar un guitarrico. Él aprovechaba la melodía para bailar en círculos dentro de su calabozo, y entonces, por un fugaz instante, podía olvidar sus penas. Todo aquello le tocó vivir antes de poder hacerse de los medios necesarios para escribir y enviar la siguiente carta a sus destinatarios.
Sr. Presidente de la República y señores Senadores y Representantes del Congreso Nacional.
De cárcel en cárcel he sido conducido hasta esta fortaleza, y aquí se pretende apurar la copa de mi sufrimiento. Espero que la Providencia no me privará de las fuerzas que hasta ahora me ha concedido para resistir tanto ultraje.
Reducido a una estrechísima celda, sin permitírseme el menor ejercicio, con un centinela de vista, con un oficial siempre a mi lado, en las horas de tomar alimento, negándome el recurso de comunicarme con mi familia, pues no se me permite escribir ni recibir cartas de ella, privado por último hasta del auxilio que me ofrecían las visitas de algunos ciudadanos, parece que se procura con interés el termino de mi existencia.
Los fueros de la humanidad y la civilización alzarán su imponente voz contra este bárbaro trato. Sin ser prisionero de guerra me hallo preso; reconozco el derecho de la fuerza; sé hasta donde puede conducirme; pero no debo guardar silencio sobre actos que degradan y envilecen mi patria, Yo debo protestar, como protesto, contra tan extraordinarios y graves ultrajes.
Después que por decreto remitisteis el juicio a que me creísteis sujeto ¿Con qué derecho se me detiene y se me maltrata de la manera en que se hace? Decretada mi expulsión y detenido con remarcable injusticia, agravase esta por los medios empleados para mantenerme encerrado, condenado al horrible suplicio del silencio y de la quietud. ¿Es acaso incompatible la seguridad de un hombre con lo que se debe a la dignidad del hombre? ¿No puede considerárseme seguro sin vejárseme? Registrad, señor, la historia y ved como han sido tratados en casos análogos hombres de mis antecedentes.
No os pido señor ninguna gracia, no imploro ningún favor. Mi objeto único, ya lo he dicho es protestar contra los horrores por los que se me hace pasar. Vos continuareis obrando como mejor os parezca; pero yo pienso dar con esta protesta una prueba más de lo que estimo mi dignidad personal y de lo que debo a la República cuyos destinos he presidido.
Cumaná, en la Fortaleza de San Antonio, 5 de febrero de 1850.
Jimenojose.hernandezd@gmail.com
@jjmhd