La moderación en Montaigne
Michel de Montaigne legó para la humanidad en sus Ensayos muchas reflexiones sobre el buen vivir. La moderación es una de las más preciadas.
Michel de Montiagne fue un filósofo francés de origen noble que vivió al final del renacimiento, entre los años 1533 y 1592, en el castillo de su familia cerca de Burdeos. Brillante en sus razonamientos con el aditivo que no lo creía así; ¿Que sais-je? O ¿Qué sé yo? era su frase favorita para demostrar que no se juzgaba mejor que nadie, ni pretendía poseer la verdad absoluta. El escritor austríaco Stefan Zweig escribió sobre Montaigne asegurando que “Su placer era buscar y no encontrar”. Y al final de su vida lo convirtió en su “nuevo mejor amigo” aunque vivieron con 350 años de diferencia. Montaigne fue electo en contra de sus deseos alcalde de Burdeos tal como lo fue su padre, y escribió unos “Ensayos” que lo colocaron para siempre en un pedestal de la historia del pensamiento. Siguió viviendo en su hermoso castillo y al tomar posesión del cargo dejó claro a sus electores que no estaba dispuesto a encadenarse ni a ceder su independencia por ellos: “Prometo tomar sus asuntos entre mis manos, pero no en mi hígado, ni en mi corazón, ni en mis pulmones”. “Sólo hay una cosa que no se regala, una cosa esencial: nuestra libertad” afirmaba. Precisamente en el capítulo XXIX de sus Ensayos trata el tema de la moderación, de la “justa medida”, que hoy forma parte de la idiosincrasia de toda una nación y es tan francesa como la Torre Eiffel.
La moderación para Montaigne era una virtud tan importante que traspasaba inclusive el concepto de integridad. Es más, afirmaba que la virtud en exceso no era buena, y que hasta para ser íntegro y honrado había que utilizar la justa mesura. Igual que Erasmo de Rotterdam, quien también vivió en un entorno rasgado por mortíferos conflictos entre protestantes y católicos, Montaigne percibió claramente que la verdad evita acercarse a los extremos. El autor cita a Horacio: “El sabio no es ya sabio, y el tono es ya no justo, si el amor que a la virtud profesan es exagerado” para explicarnos que en la virtud puede haber excesos, y por tanto hay que manejarla con moderación. Montaigne agregaba dramáticamente que “Cual si nuestro contacto fuera infeccioso corrompemos, al manejarlas, las cosas que por sí mismas son buenas. Podemos practicar la virtud haciéndola viciosa, de abrazarla con un deseo en que predomine la violencia excesiva”. Un siglo después Moliere, el célebre dramaturgo francés, caricaturizó para el teatro los excesos de la virtud en su obra “El Tartufo”, dándole forma a la idea por medio de un personaje aparentemente muy íntegro que resultó ser un falso devoto.
Michel de Montaigne para apoyar su opinión sobre la moderación se valía de ejemplos prácticos: “El arquero que sobrepasa el blanco comete igual falta que el que no le alcanza; mi vista se turba cuando ve de pronto una luz esplendorosa, lo mismo que al entrar bruscamente en las sombras”. Además citaba a Callicles, personaje de Platón, quien decía que el exceso de filosofía perjudica. Advirtiendo que al sobrepasarla se esclaviza a la razón y se corre el riesgo de caer en el terreno de lo inútil. Llega más lejos el francés en sus razonamientos analizando el exceso de cariño entre las parejas. Para ello cita pasajes de Santo Tomás respecto al rechazo del matrimonio entre parientes cercanos: “Hay peligro en que la amistad que se profese a la mujer en este caso sea inmoderada, pues si la afección marital es cabal y perfecta, como debe ser siempre, al sobrecargarla con la afección que existe entre parientes, no cabe duda que tal aditamento llevará al marido a conducirse más allá de los límites que la razón prescribe”.
Lo cierto es que Michel de Montaigne legó para la humanidad en sus Ensayos muchas reflexiones sobre el buen vivir. La moderación es una de las más preciadas.
alvaromont@gmail.com
La moderación para Montaigne era una virtud tan importante que traspasaba inclusive el concepto de integridad. Es más, afirmaba que la virtud en exceso no era buena, y que hasta para ser íntegro y honrado había que utilizar la justa mesura. Igual que Erasmo de Rotterdam, quien también vivió en un entorno rasgado por mortíferos conflictos entre protestantes y católicos, Montaigne percibió claramente que la verdad evita acercarse a los extremos. El autor cita a Horacio: “El sabio no es ya sabio, y el tono es ya no justo, si el amor que a la virtud profesan es exagerado” para explicarnos que en la virtud puede haber excesos, y por tanto hay que manejarla con moderación. Montaigne agregaba dramáticamente que “Cual si nuestro contacto fuera infeccioso corrompemos, al manejarlas, las cosas que por sí mismas son buenas. Podemos practicar la virtud haciéndola viciosa, de abrazarla con un deseo en que predomine la violencia excesiva”. Un siglo después Moliere, el célebre dramaturgo francés, caricaturizó para el teatro los excesos de la virtud en su obra “El Tartufo”, dándole forma a la idea por medio de un personaje aparentemente muy íntegro que resultó ser un falso devoto.
Michel de Montaigne para apoyar su opinión sobre la moderación se valía de ejemplos prácticos: “El arquero que sobrepasa el blanco comete igual falta que el que no le alcanza; mi vista se turba cuando ve de pronto una luz esplendorosa, lo mismo que al entrar bruscamente en las sombras”. Además citaba a Callicles, personaje de Platón, quien decía que el exceso de filosofía perjudica. Advirtiendo que al sobrepasarla se esclaviza a la razón y se corre el riesgo de caer en el terreno de lo inútil. Llega más lejos el francés en sus razonamientos analizando el exceso de cariño entre las parejas. Para ello cita pasajes de Santo Tomás respecto al rechazo del matrimonio entre parientes cercanos: “Hay peligro en que la amistad que se profese a la mujer en este caso sea inmoderada, pues si la afección marital es cabal y perfecta, como debe ser siempre, al sobrecargarla con la afección que existe entre parientes, no cabe duda que tal aditamento llevará al marido a conducirse más allá de los límites que la razón prescribe”.
Lo cierto es que Michel de Montaigne legó para la humanidad en sus Ensayos muchas reflexiones sobre el buen vivir. La moderación es una de las más preciadas.
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