El Planeta de los Simios
Evoco El planeta de los simios, porque en estos días tuve acceso a un corto animado que inevitablemente me remitió a la película: se trata de El punto de inflexión, de Steve Cutts
Recuerdo el estreno de El Planeta de los Simios como uno de los hitos importantes de mi infancia: así de vieja soy. En una época en la que no podíamos retener en video aquellas historias fantásticas que nos alucinaban, nos conformábamos con acudir una y otra vez al cine mientras el film estuviera en cartelera, a fin de experimentar la renovada emoción que suscitaban en nosotros las imágenes. Después, tocaba esperar hasta que, transcurrido un tiempo, algún canal de televisión obtuviera autorización para transmitirlo, y nos preparábamos con regocijo para verlo una vez más, constatando a veces, decepcionados, que ya no nos entusiasmaba tanto como lo había hecho en su día.
No es el caso de El Planeta de los Simios. Puedo aseverar que el mensaje de la película caló en mí hondamente, dejando clara su advertencia. ¡Qué Greta Thunberg de mis penas! La imagen de Charlton Heston doblegado frente a la Estatua de la Libertad semi-hundida en la arena era más elocuente que una encíclica papal: “¡Maniáticos! ¡La habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡Os maldigo!”
La habéis destruido: el coronel George Taylor, a la distancia de 2006 años de viaje, constataba el resultado de las acciones humanas sobre el planeta.
La novela que inspiró la película, escrita por el francés Pierre Boulle (también autor del celebérrimo Puente sobre el río Kwai, por cierto), fue publicada en 1963. En ella, se data el lanzamiento de la nave de Heston en el para entonces futuro 1974. Su autor suponía, en pleno apogeo de la Era Espacial, que para esa fecha seríamos capaces de cosas tales como inducir un estado de hibernación que nos mantuviera indemnes durante una travesía de 18 meses a la velocidad de la luz, lo que habría de explicar que los viajeros se despertaran en 3978, en una circunstancia particular: tras un viaje de milenios, el lugar de llegada resulta ser el mismo que el de partida, la Tierra. Pero el planeta ha sufrido una transformación tal que no les es posible identificarla.
Evoco El planeta de los simios, porque en estos días tuve acceso a un corto animado que inevitablemente me remitió a la película: se trata de El punto de inflexión, de Steve Cutts, un ilustrador radicado en Londres, que pone en luz “los excesos de la sociedad moderna”, según reza Wikipedia.
Mientras que Boulle preveía que serían las guerras las causantes de la destrucción del planeta, influido quizás por las explosiones atómicas todavía cercanas a él en el tiempo, Cutts no tiene que imaginar nada: le basta con narrar lo que ocurre cotidianamente.
En el corto, junto a la inminente destrucción causada por prácticas humanas tan lesivas como la utilización de plásticos, el animador plantea qué sucedería si quien estuviera en peligro de extinción fuera el Homo Sapiens. También en esto coincide con la película, en la que los “pobres” humanos son sometidos a todo tipo de vejaciones y abusos por parte de los simios, tales como los que infligimos nosotros a otros seres vivos.
Pero nada: miramos para otro lado. Leo con auténtico horror que cinco mil camellos fueron ultimados a tiros desde el aire en Australia, para evitar que contaminaran los ahora escasos repositorios de agua. Fueron arrancados de su hábitat natural durante el siglo XIX, cuando los colonos británicos vieron en ellos un aliado para explorar el continente. Pero ahora sobran. Supongo que no serán contaminantes la carne y la sangre de los cinco mil cuerpos en descomposición. No debería extrañarme, cuando actuamos con la misma exacta indiferencia hacia los indígenas masacrados en el sur.
¿Hay tiempo todavía? El mensaje está ahí para quien quiera escucharlo.
Linda.dambrosiom@gmail.com
No es el caso de El Planeta de los Simios. Puedo aseverar que el mensaje de la película caló en mí hondamente, dejando clara su advertencia. ¡Qué Greta Thunberg de mis penas! La imagen de Charlton Heston doblegado frente a la Estatua de la Libertad semi-hundida en la arena era más elocuente que una encíclica papal: “¡Maniáticos! ¡La habéis destruido! ¡Yo os maldigo a todos! ¡Maldigo las guerras! ¡Os maldigo!”
La habéis destruido: el coronel George Taylor, a la distancia de 2006 años de viaje, constataba el resultado de las acciones humanas sobre el planeta.
La novela que inspiró la película, escrita por el francés Pierre Boulle (también autor del celebérrimo Puente sobre el río Kwai, por cierto), fue publicada en 1963. En ella, se data el lanzamiento de la nave de Heston en el para entonces futuro 1974. Su autor suponía, en pleno apogeo de la Era Espacial, que para esa fecha seríamos capaces de cosas tales como inducir un estado de hibernación que nos mantuviera indemnes durante una travesía de 18 meses a la velocidad de la luz, lo que habría de explicar que los viajeros se despertaran en 3978, en una circunstancia particular: tras un viaje de milenios, el lugar de llegada resulta ser el mismo que el de partida, la Tierra. Pero el planeta ha sufrido una transformación tal que no les es posible identificarla.
Evoco El planeta de los simios, porque en estos días tuve acceso a un corto animado que inevitablemente me remitió a la película: se trata de El punto de inflexión, de Steve Cutts, un ilustrador radicado en Londres, que pone en luz “los excesos de la sociedad moderna”, según reza Wikipedia.
Mientras que Boulle preveía que serían las guerras las causantes de la destrucción del planeta, influido quizás por las explosiones atómicas todavía cercanas a él en el tiempo, Cutts no tiene que imaginar nada: le basta con narrar lo que ocurre cotidianamente.
En el corto, junto a la inminente destrucción causada por prácticas humanas tan lesivas como la utilización de plásticos, el animador plantea qué sucedería si quien estuviera en peligro de extinción fuera el Homo Sapiens. También en esto coincide con la película, en la que los “pobres” humanos son sometidos a todo tipo de vejaciones y abusos por parte de los simios, tales como los que infligimos nosotros a otros seres vivos.
Pero nada: miramos para otro lado. Leo con auténtico horror que cinco mil camellos fueron ultimados a tiros desde el aire en Australia, para evitar que contaminaran los ahora escasos repositorios de agua. Fueron arrancados de su hábitat natural durante el siglo XIX, cuando los colonos británicos vieron en ellos un aliado para explorar el continente. Pero ahora sobran. Supongo que no serán contaminantes la carne y la sangre de los cinco mil cuerpos en descomposición. No debería extrañarme, cuando actuamos con la misma exacta indiferencia hacia los indígenas masacrados en el sur.
¿Hay tiempo todavía? El mensaje está ahí para quien quiera escucharlo.
Linda.dambrosiom@gmail.com
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