Quien no ayuda, estorba
La historia muestra hasta el hartazgo cómo un líder encarnado en las mayorías suele ser una fuerza incontenible para desalojar del poder a quienes lo detentan
En días recientes conversaba con un amigo sobre el desempeño de la oposición y mi amigo se preguntaba ¿cómo es posible que teniendo recursos jamás pensados, apoyo internacional, un gobierno acosado, rechazado por la mayoría absoluta y, aún así, no hemos podido desalojarlo del poder? ¿Por qué? Una respuesta inmediata y obvia es porque los desempeños opositores no han sido efectivos. Distintos sectores han ensayado diferentes estrategias y probado casi todas sin éxito. Cada ensayista emprende en solitario su aventura asumiendo ser suficiente para derrotar al gobierno, pero sus cálculos de sumatorias de fuerzas y de respaldo masivo de la población han fallado, logrando tan solo minar su propio prestigio, desgastar a la oposición, fortalecer al gobierno y desanimar a la ciudadanía opositora. En política, o la guerra, no basta “tener la razón” o confianza en la victoria para triunfar. Una golondrina no hace verano y en política lo que no ayuda estorba. El polo gubernamental tiene evidentes fricciones internas, pero una vez decidido un rumbo todos alinean sus fuerzas en la misma vía. Aprender del contrario no es mala idea y no está demás tener presente que Venezuela podría estar dentro del grupo de países agobiados por dictaduras de larga duración, por lo que ser impaciente tampoco en este caso ayuda.
Este modo de ser pone en evidencia nuestra gran dificultad para construir una fuerza opositora unificada. A la tentación de creerse los únicos salvadores y los dueños de la verdad sucumbieron Villalba, Caldera, CAP y Chávez. Este último afirmó más de una vez que nadie en Venezuela, aparte de Cháve,z estaba preparado para gobernar este país. Esta creencia contamina también a buena parte de nuestra dirigencia actual y los hace víctimas del síndrome del yo primero y después también. Soberbia e impaciencia políticas son dos males que conspiran contra nosotros. Por el quítate tú para ponerme yo (como quien pasa primero en una cola o un semáforo) se pierde de vista que si no cooperan entre todos y permiten que uno de ellos sea el primero no habrá chance para ninguno. La mezquindad política anula al mezquino y a su víctima.
Además de esta dispersión y modo de hacer política, juega también en contra la carencia de un liderazgo fuerte. La historia muestra hasta el hartazgo cómo un líder encarnado en las mayorías suele ser una fuerza incontenible para desalojar del poder a quienes lo detentan. También muestra, y un ejemplo es Maduro, que no es necesario ser el favorito de las mayorías para mantenerse en el poder o que no basta el repudio mayoritario para ser execrado del mismo.
Aquí también surge una inquietante pregunta ¿cómo es posible que con todos los recursos necesarios para investigar a la opinión pública nacional, y poder pagar a los mejores asesores no haya sido posible crear un liderazgo contundente y duradero en Venezuela? Lo primero que esto revela es que no basta tener los recursos para crear por solo desearlo un nuevo Rómulo Betancourt, J. Villalba, CAP o un H. Chávez.
Si bien la mayoría de nuestros aspirantes a liderar han sabido aprovechar eventos afortunados para proyectarse, no han sabido cómo mantenerse vigentes (o tal vez en principio sí lo sepan, pero sus enemigos y “compañeros” son más hábiles en destruirlos). Parece que es más fácil destruir que construir un liderazgo mayoritario y mantenerse como tal.
Dos rasgos interesantes de nuestro liderazgo político resaltan: todos dicen luchar por la democracia pero no la ejercitan en sus propias organizaciones y el segundo es un voluntarismo a ultranza que pone en aprietos a cualquier asesor de imagen o de estrategia política.
En líneas generales los venezolanos de hoy somos un colectivo muy dividido, desconfiado de los políticos, más ganados a pensar mal que bien de los demás, a asumir que nuestro destino personal y social depende más de fuerzas externas que de las propias, muy proclives a seguir a figuras autocráticas y adictos al culto de los héroes y las épicas. Pero establecer una identidad fuerte y duradera con una mayoría nacional va más allá de lucir antipolítico, mimetizarse con ropas informales, llamar a todos “hermano”, hablar chabacano, proyectarse como un populista o hablar del pueblo más que del ciudadano. El aluvión social que soñaba con L. Mendoza lo testimonia. El grueso de nuestros líderes habla en nombre del pueblo, pero muy poca gente se siente bien identificada con ellos. La desconexión dirigencia-ciudadanía es proverbial. Nuestros líderes opositores buscan más convencer que emocionar, cuando si algo es emocional es la política. Ni el mejor disfraz o actuación convierte al disfrazado o actor en el personaje representado.
No obstante, hay lugar para un liderazgo cautivador de la mayoría; cómo hacerlo es harina de otro costal, pero me cuento entre quienes esperan que nuestro actual alfil en el tablero tenga el entendimiento suficiente para lograrlo y que las otras piezas hagan más que dejarlo jugar.
@signosysenales
dh.asuaje@gmail.com
Este modo de ser pone en evidencia nuestra gran dificultad para construir una fuerza opositora unificada. A la tentación de creerse los únicos salvadores y los dueños de la verdad sucumbieron Villalba, Caldera, CAP y Chávez. Este último afirmó más de una vez que nadie en Venezuela, aparte de Cháve,z estaba preparado para gobernar este país. Esta creencia contamina también a buena parte de nuestra dirigencia actual y los hace víctimas del síndrome del yo primero y después también. Soberbia e impaciencia políticas son dos males que conspiran contra nosotros. Por el quítate tú para ponerme yo (como quien pasa primero en una cola o un semáforo) se pierde de vista que si no cooperan entre todos y permiten que uno de ellos sea el primero no habrá chance para ninguno. La mezquindad política anula al mezquino y a su víctima.
Además de esta dispersión y modo de hacer política, juega también en contra la carencia de un liderazgo fuerte. La historia muestra hasta el hartazgo cómo un líder encarnado en las mayorías suele ser una fuerza incontenible para desalojar del poder a quienes lo detentan. También muestra, y un ejemplo es Maduro, que no es necesario ser el favorito de las mayorías para mantenerse en el poder o que no basta el repudio mayoritario para ser execrado del mismo.
Aquí también surge una inquietante pregunta ¿cómo es posible que con todos los recursos necesarios para investigar a la opinión pública nacional, y poder pagar a los mejores asesores no haya sido posible crear un liderazgo contundente y duradero en Venezuela? Lo primero que esto revela es que no basta tener los recursos para crear por solo desearlo un nuevo Rómulo Betancourt, J. Villalba, CAP o un H. Chávez.
Si bien la mayoría de nuestros aspirantes a liderar han sabido aprovechar eventos afortunados para proyectarse, no han sabido cómo mantenerse vigentes (o tal vez en principio sí lo sepan, pero sus enemigos y “compañeros” son más hábiles en destruirlos). Parece que es más fácil destruir que construir un liderazgo mayoritario y mantenerse como tal.
Dos rasgos interesantes de nuestro liderazgo político resaltan: todos dicen luchar por la democracia pero no la ejercitan en sus propias organizaciones y el segundo es un voluntarismo a ultranza que pone en aprietos a cualquier asesor de imagen o de estrategia política.
En líneas generales los venezolanos de hoy somos un colectivo muy dividido, desconfiado de los políticos, más ganados a pensar mal que bien de los demás, a asumir que nuestro destino personal y social depende más de fuerzas externas que de las propias, muy proclives a seguir a figuras autocráticas y adictos al culto de los héroes y las épicas. Pero establecer una identidad fuerte y duradera con una mayoría nacional va más allá de lucir antipolítico, mimetizarse con ropas informales, llamar a todos “hermano”, hablar chabacano, proyectarse como un populista o hablar del pueblo más que del ciudadano. El aluvión social que soñaba con L. Mendoza lo testimonia. El grueso de nuestros líderes habla en nombre del pueblo, pero muy poca gente se siente bien identificada con ellos. La desconexión dirigencia-ciudadanía es proverbial. Nuestros líderes opositores buscan más convencer que emocionar, cuando si algo es emocional es la política. Ni el mejor disfraz o actuación convierte al disfrazado o actor en el personaje representado.
No obstante, hay lugar para un liderazgo cautivador de la mayoría; cómo hacerlo es harina de otro costal, pero me cuento entre quienes esperan que nuestro actual alfil en el tablero tenga el entendimiento suficiente para lograrlo y que las otras piezas hagan más que dejarlo jugar.
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