Ratzinger vs Bergoglio
Ninguna película podrá destruir el prestigio personal y el brillo de Joseph Ratzinger, como tampoco dar a Francisco el reconocimiento y la estima a la que se aspira...
La más reciente producción de Netflix, titulada Los dos papas, ha desatado una batalla argumental, sobre todo por la manera cómo se contraponen las figuras de los papas Benedicto XVI y Francisco, en una suerte de dialógica que minimiza ostensiblemente al primero e intenta resarcir al segundo en su imagen. Vi dos veces la película, y lo primero que me asalta es el burdo maniqueísmo que coloca a ambos personajes en situaciones en las que el espectador tiene necesariamente que compararlos y, aceptar, bajo aquellos argumentos a todas luces falaces, la “superioridad” de Bergoglio sobre Ratzinger. Benedicto XVI es el guardián de la fe, de la tradición eclesiástica y de las formas, mientras que Bergoglio busca romper esquemas: dicotomía llevada al extremo de lo caricaturesco. De entrada, se nos muestra a un papa alemán receloso, ávido de poder, anclado a un conservadurismo y a una cuadratura mental que obliga al otro a echar mano de todos sus “encantos” personales para ganarlo a la causa de un mundo cambiante, al que Ratzinger se resiste en una suerte de rigidez rayana con la estulticia.
A lo largo del film el osado cardenal Bergoglio se permite con desparpajo darle lecciones de teología al papa Benedicto XVI, lo que resulta absurdo, ya que en la realidad es Ratzinger el celebrado teólogo y filósofo, el intelectual que ha legado una obra capital reconocida, y su impronta supera su propio tiempo histórico. Es tal el afán de la cinta de minimizar al hoy papa Emérito, que lo muestra torpe en sus movimientos, lerdo en sus razonamientos, sin un ápice del sentido del humor, lo que lleva al actor Anthony Hopkins a una puesta en escena francamente mediocre, en la que los gestos y el rostro denotan dureza e impostura, lo cual no se corresponde con la realidad del gran papa alemán. No contentos con tamaña afrenta a Ratzinger, en un par de oportunidades se hace mención a su supuesto pasado nazi, lo que tergiversa la verdad de los hechos. El propio Ratzinger le dice a Peter Seewald, en el libro La sal de la Tierra (p.62): “En 1943 todos los seminaristas de Traunstein, formando un grupo, fuimos destinados a Munich, a la artillería antiaérea. Yo solo tenía 16 años, y de agosto de 1943 a septiembre de 1944, estuve de servicio militar como todos los demás.” El joven Ratzinger no tenía otra opción frente al Estado alemán.
Hay pasajes significativos del film, en los que se coloca en posición de superioridad intelectual y moral a Bergoglio sobre Benedicto. En uno de ellos, éste le pregunta al cardenal: ¿si fuera Papa qué haría? Bergoglio responde: “Yo no comería solo, Jesús siempre estaba compartiendo el pan”. Casi al final de la cinta cuando Benedicto le comenta a Bergoglio su determinación de renunciar al papado, en otra de sus “ingeniosas frases” (propias del personaje de ficción), le responde: “Cristo no bajó de la cruz”.
El film no es un documental, es una fábula en la que se toman demasiadas licencias hasta el extremo de la falsedad, la afrenta y la tergiversación de los hechos, lo que deja ver una intencionalidad con fines inconfesables. Ni Benedicto XVI es el hombre gris y cuadriculado que se muestra, ni Bergoglio es esa eminencia con una lucidez lindante con la genialidad. Es mentira que Ratzinger renunció al trono vaticano porque “ya no sentía la presencia de Dios en su vida”, eso no lo ha expresado jamás en ninguna de las entrevistas posteriores a su papado.
Ninguna película podrá destruir el prestigio personal y el brillo de Joseph Ratzinger, como tampoco dar a Francisco el reconocimiento y la estima a la que se aspira: tendrá que ganárselos en el tiempo que le quede de magisterio.
@GilOtaiza
rigilo99@hotmail.com
A lo largo del film el osado cardenal Bergoglio se permite con desparpajo darle lecciones de teología al papa Benedicto XVI, lo que resulta absurdo, ya que en la realidad es Ratzinger el celebrado teólogo y filósofo, el intelectual que ha legado una obra capital reconocida, y su impronta supera su propio tiempo histórico. Es tal el afán de la cinta de minimizar al hoy papa Emérito, que lo muestra torpe en sus movimientos, lerdo en sus razonamientos, sin un ápice del sentido del humor, lo que lleva al actor Anthony Hopkins a una puesta en escena francamente mediocre, en la que los gestos y el rostro denotan dureza e impostura, lo cual no se corresponde con la realidad del gran papa alemán. No contentos con tamaña afrenta a Ratzinger, en un par de oportunidades se hace mención a su supuesto pasado nazi, lo que tergiversa la verdad de los hechos. El propio Ratzinger le dice a Peter Seewald, en el libro La sal de la Tierra (p.62): “En 1943 todos los seminaristas de Traunstein, formando un grupo, fuimos destinados a Munich, a la artillería antiaérea. Yo solo tenía 16 años, y de agosto de 1943 a septiembre de 1944, estuve de servicio militar como todos los demás.” El joven Ratzinger no tenía otra opción frente al Estado alemán.
Hay pasajes significativos del film, en los que se coloca en posición de superioridad intelectual y moral a Bergoglio sobre Benedicto. En uno de ellos, éste le pregunta al cardenal: ¿si fuera Papa qué haría? Bergoglio responde: “Yo no comería solo, Jesús siempre estaba compartiendo el pan”. Casi al final de la cinta cuando Benedicto le comenta a Bergoglio su determinación de renunciar al papado, en otra de sus “ingeniosas frases” (propias del personaje de ficción), le responde: “Cristo no bajó de la cruz”.
El film no es un documental, es una fábula en la que se toman demasiadas licencias hasta el extremo de la falsedad, la afrenta y la tergiversación de los hechos, lo que deja ver una intencionalidad con fines inconfesables. Ni Benedicto XVI es el hombre gris y cuadriculado que se muestra, ni Bergoglio es esa eminencia con una lucidez lindante con la genialidad. Es mentira que Ratzinger renunció al trono vaticano porque “ya no sentía la presencia de Dios en su vida”, eso no lo ha expresado jamás en ninguna de las entrevistas posteriores a su papado.
Ninguna película podrá destruir el prestigio personal y el brillo de Joseph Ratzinger, como tampoco dar a Francisco el reconocimiento y la estima a la que se aspira: tendrá que ganárselos en el tiempo que le quede de magisterio.
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