Freud y Stefan Zweig
Zweig anota con tino que hay un antes y un después de Freud, quien dio a la humanidad una “noción más clara sobre ella misma”
Sus nombres están inscritos en la historia de los hombres que marcaron el pensamiento del mundo durante el siglo XX. Freud fue un médico insumiso, padre de psicoanálisis, que cambió la idea de la conducta humana buscándole una explicación científica a la relación entre el consciente y el inconsciente. Zweig intelectual, escritor excepcional y maestro coleccionista de caracteres humanos, dejó para la posteridad con su pluma fina los mejores retratos psicológicos de personajes famosos en sus biografías, y de personajes ficticios en sus novelas. Ambos austríacos de origen judío, sufrieron el entorno europeo de la Segunda Guerra Mundial. Freud murió en Londres en septiembre de 1939, apenas la guerra comenzaba. Zweig no pudo ver el fin de la conflagración porque perdió toda esperanza de volver a ver a su querida Europa en paz, y se suicidó en Brasil durante el año 1942. Ambos fueron dilectos amigos que se profesaban mutua admiración, aunque la brecha de edad entre ellos era de 25 años. Su copiosa correspondencia fue recopilada en un libro llamado “La invisible lucha por el alma”, donde está documentada la devoción que se profesaban. El discurso de Zweig en el funeral de Freud fue una muestra del sólido lazo intelectual que los unía. El amigo despidió al científico con estas palabras: “En este caso la muerte es apenas un fenómeno fugaz carente de esencia”. Esto es simplemente “una transición suave de la mortalidad a la inmortalidad”.
Hay una anécdota que sucedió cuando Zweig le presenta a Freud al joven pintor español Salvador Dalí. Dalí había ido tres veces a Viena a tratar de conocer al científico que admiraba para mostrarle un artículo que había escrito sobre la paranoia, pero nunca tuvo éxito. Un tiempo después por medio de Stefan Zweig al fin consiguió la deseada entrevista en Londres. Freud no se interesó por el artículo y más bien curioso por la pintura de Velázquez le pide su opinión a Dalí, a quien no pareció gustarle mucho el giro de la conversación. Para el asombro de los austríacos el español da un puño a la mesa gritando: “usted debe leer esto”. Tiempo después Freud escribe a su amigo Zweig que al presentarle a Dalí pudo conocer lo que es “el prototipo de un español fanático”.
Zweig escribió una biografía de Freud cuando el médico tenía ya 75 años. Se la dedicó a otro amigo común: Albert Einstein. Mucho más que un recuentro cronológico de su vida, Zweig se propuso resaltar qué significaron las investigaciones de Freud para las enfermedades del alma y del cuerpo en el siglo XX. Para el escritor, en esa época la comunidad científica estaba encantada con los descubrimientos tecnológicos y el aspecto psíquico del ser humano casi se menospreciaba. Lo máximo que se permitían era hacer unos pocos experimentos a través de la hipnosis para “curar el alma”. Pero “un día, sin la menor intención revolucionaria, un joven médico se levantó en el círculo de sus colegas tomando como punto de partida sus investigaciones sobre la histeria, y habló de la supresión de los instintos. Afirmó que la gran parte de enfermedades nerviosas provienen de la supresión del deseo sexual”. Eso causó escozor en los círculos académicos donde la moral indicaba el silencio sobre ciertos temas. Pero “Freud se preocupaba de la sinceridad y no de la conveniencia”. Lo usual en esa época era pensar que el cerebro dominaba al cuerpo y que el hombre reprime sus instintos en favor de la razón. Eso es lo que nos diferencia de las bestias. Pero Freud responde que los instintos no se pueden reprimir. Sin importar cuál de las miradas tomemos, Zweig anota con tino que hay un antes y un después de Freud, quien dio a la humanidad una “noción más clara sobre ella misma”.
alvaromont@gmail.com
Hay una anécdota que sucedió cuando Zweig le presenta a Freud al joven pintor español Salvador Dalí. Dalí había ido tres veces a Viena a tratar de conocer al científico que admiraba para mostrarle un artículo que había escrito sobre la paranoia, pero nunca tuvo éxito. Un tiempo después por medio de Stefan Zweig al fin consiguió la deseada entrevista en Londres. Freud no se interesó por el artículo y más bien curioso por la pintura de Velázquez le pide su opinión a Dalí, a quien no pareció gustarle mucho el giro de la conversación. Para el asombro de los austríacos el español da un puño a la mesa gritando: “usted debe leer esto”. Tiempo después Freud escribe a su amigo Zweig que al presentarle a Dalí pudo conocer lo que es “el prototipo de un español fanático”.
Zweig escribió una biografía de Freud cuando el médico tenía ya 75 años. Se la dedicó a otro amigo común: Albert Einstein. Mucho más que un recuentro cronológico de su vida, Zweig se propuso resaltar qué significaron las investigaciones de Freud para las enfermedades del alma y del cuerpo en el siglo XX. Para el escritor, en esa época la comunidad científica estaba encantada con los descubrimientos tecnológicos y el aspecto psíquico del ser humano casi se menospreciaba. Lo máximo que se permitían era hacer unos pocos experimentos a través de la hipnosis para “curar el alma”. Pero “un día, sin la menor intención revolucionaria, un joven médico se levantó en el círculo de sus colegas tomando como punto de partida sus investigaciones sobre la histeria, y habló de la supresión de los instintos. Afirmó que la gran parte de enfermedades nerviosas provienen de la supresión del deseo sexual”. Eso causó escozor en los círculos académicos donde la moral indicaba el silencio sobre ciertos temas. Pero “Freud se preocupaba de la sinceridad y no de la conveniencia”. Lo usual en esa época era pensar que el cerebro dominaba al cuerpo y que el hombre reprime sus instintos en favor de la razón. Eso es lo que nos diferencia de las bestias. Pero Freud responde que los instintos no se pueden reprimir. Sin importar cuál de las miradas tomemos, Zweig anota con tino que hay un antes y un después de Freud, quien dio a la humanidad una “noción más clara sobre ella misma”.
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