Francisco Massiani (1944-2019)
La obra de Massiani refleja el vigor de una clase media urbana que busca su identidad en la próspera Venezuela que recibió con brazos abiertos a tantos inmigrantes europeos y mediterráneos
La partida del escritor y dibujante Francisco Massiani ha apenado a la comunidad cultural venezolana y a sus amigos que le valoran como un ser de honda sensibilidad humana. No fue prolífica su obra literaria; pero lo suficiente como para dejar huella en la literatura del siglo XX, sobre todo desde que Venezuela restauró su democracia en 1958.
Parte de su infancia transcurrió en Chile e hizo vida juvenil en París. Descendiente de inmigrantes corsos asentados en Carúpano en el siglo XIX, Pancho Massiani siempre tuvo presente el legado fecundo de sus antepasados, que tanto aportaron al progreso agrícola e industrial del país hasta los primeros lustros del siglo XX; impronta que aún perdura. Como decía mi padre, Héctor Grisanti Luciani (1926-2019): “si no hubiera sido por el petróleo, seguramente estaríamos hoy produciendo cacao, chocolate y ron en la península de Paria”.
Y es que la obra de Massiani refleja el vigor de una clase media urbana que busca su identidad en la próspera Venezuela que recibió con brazos abiertos a tantos inmigrantes europeos y mediterráneos que apuntalaron el desarrollo de la industria, la ciencia y las artes. Las olas de inmigración del siglo XIX y XX democratizaron el capital y crearon riqueza con sus destrezas productivas. Aquellos pioneros del siglo XX, como los del XIX, sí supieron sembrar el petróleo en obras de infraestructura hídrica, eléctrica, escolar y hospitalaria.
En 1968 Massiani publicó su novela Piedra de mar, un clásico de la juventud venezolana. En palabras de José Balza: “tanto el joven como el adulto que recorran estas páginas hallarán en la inmediatez de su vida, … el malestar y la gloria de ser adolescente”. Monte Ávila acopió sus cuentos en Las primeras hojas de la noche (1970) y El Llanero Solitario tiene la cabeza pelada como un cepillo de dientes (1975). De Un regalo para Julia y otros relatos (2004), dice Carlos Noguera: “No es la menor entre las singularidades de la adolescencia… Para acceder al estatus de madurez, la evolución personal debe pagar el precio de un avance reptante cuyos rasgos definitorios son la vacilación, la duda, la fragilidad”.
Ya esa vacilación, duda y fragilidad, Pancho, se disiparán ahora que estás al lado de Dios. Descansa en paz, paisano.
@lxgrisanti
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