Onomatopeyas y redundancias
MANUEL ZAPATERO. Hablamos un idioma cada día más pobre, cuajado de onomatopeyas y alejado de la etimología. Las palabras yacen en aquel baúl de los recuerdos que un día partió hacia ultramar y no ha vuelto. Llamemos a las cosas por su nombre.
MANUEL ZAPATERO
Hablamos un idioma cada día más pobre, cuajado de onomatopeyas y alejado de la etimología. Las palabras yacen en aquel baúl de los recuerdos que un día partió hacia ultramar y no ha vuelto. Llamemos a las cosas por su nombre. Somos muy aficionados a poner una onomatopeya con patas donde antes hubo una palabra que nos producía mala conciencia. Y no debería ser así. Para quitarles la carga negativa a ciertas palabras (negro, criado) sólo hay un método: pronunciarlas con naturalidad hasta desactivarlas. El lenguaje no puede ser esclavo de la mala conciencia.
Debo añadir, que vivimos tiempos redundantes, hiperbólicos y por eso los adjetivos se amontonan y se deforman usándolos fuera de su significado original. Piensen cuando dicen: esta cantante es tremenda y canta como Dios. Nuestras valoraciones se nos han quedado cortas, de modo que ya no basta decir que algo es bueno o es malo, por ejemplo, ahora todo es superbueno o supermalo. La lengua ya prevé un superlativo, con términos como “óptimo” o pésimo”, que describen el culmen de cualquier situación. Pero como el idioma que manejamos es cada vez más pobre, se opta por acumular términos, de manera que para describir algo nuevo, hay que decir que es super o lo que es más tonto, cool.
El lenguaje se va sustituyendo lentamente por la visualización. Ahora llamamos visualizar, lo que antes llamábamos imaginar y puede que eso haya limitado nuestra imaginación. ¿Para qué imaginar lo que podemos ver, en un buen video? ¿Podremos prescindir del lenguaje sustituyéndolo por mensajes whatsApp? Hacia eso vamos, y añadiremos que los ojos no ayudan mucho con un cerebro ciego. Pero pareciera que estamos cansados de ver lo evidente, cuando en realidad es nuestra falta de curiosidad, tan obtusa y deformante, que está reduciendo poco a poco nuestro diccionario de palabras. Entonces me pregunto, qué sucederá cuando podamos sustituir lo excepcional por lo vulgar, el asombro por la indiferencia. Entonces dejaremos de utilizar las redundancias y las onomatopeyas. No hay mal que por bien no venga.
mzapatero21@gmail.com