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La hija de la española

Hemos leído el libro “La hija de la española” de Karina Sainz Borgo. Cada una de sus páginas es el testimonio que la autora ha sabido clavar sobre ellas, mientras se aferraba al drama de Venezuela

  • RAFAEL DEL NARANCO

13/04/2019 05:00 am

Hemos leído el libro “La hija de la española” de Karina Sainz Borgo, publicado en España. El mismo es sorprendente, admirable, desgarrado y sólidamente bien escrito. 

Cada una de sus páginas es el testimonio que la autora ha sabido clavar sobre ellas, mientras se aferraba al drama humano que está sobrellevando Venezuela en esta acongojante coyuntura. 

A los hombres y mujeres del país que siguen soportando las desgracias inacabables que padecen, quizás aún les puedan sostener esas esperanzas que comparten los lectores de Europa –el libro se ha publicado en la mayoría de sus idiomas– y cuyo texto ha conmovido hasta el aliento a docenas de almas. 

Esas cuartillas han expandido más información sobre la situación venezolana que todas las inquisiciones publicadas hasta los momentos en el exterior.

Sus páginas combinan el idéntico valor que mostró la escritora y periodista de Bielorrusia, Svetlana Aleksiévich, Premio Nobel de Literatura 2015, en su reportaje “Las voces de Chernóbil”, centrado en la explosión que puso al descubierto el lado trágico de aquel escape de residuos de muerte. 

Y sería a la par recordar las páginas de Curzio Malaparte en “La Piel” o “Madre marchita”, al contener ellas las brutales desdichas soportadas en las calles de Nápoles y sobre los caminos de la Toscana en la II Guerra Mundial. 

¿Hay ficción literaria en las páginas de “La hija de la española”? Sin duda. No obstante la narración es consecuencia de una realidad brutal en la zona metropolitana y demás urbes del país, cuyo pavor constante asume en cada núcleo familiar la forma angustiosa de intentar sobrevivir, siendo así que la narración no fantasea los funestos hechos que relata. Los desabriga y presenta a los lectores en su contexto. 

No ha inventado nada la lúcida autora en su barrio caraqueño, al contrario, muestra la realidad apoyada en una escritura admirable. Lo que cuenta posee fuerza desgarrada al ser cada párrafo un asombro que el lector siente y percibe. Un prodigio. 

Añadiendo la experiencia al contexto que llevó camino del exilio a miles de familias, el libro será la historia verídica de un pueblo que ha caído en total desespero, siendo un deber presentar esa malaventura para no ser nunca más olvidada. Y eso lo consigue el enaltecido relato de Karina Sainz. 

Y uno, a estas alturas de la tragedia, atolondrado ante tanto desquiciamiento mental, se pregunta si no habrá en medio de esta manada de lobeznos un mínimo de sentido común. 

El libro no habla de la desaparecida Lina Ron, ni de las formaciones paramilitares de “La Pedrita”, pero allí aparecen palpables los temidos colectivos blindados que siguen sembrando espanto y muertos al alba de cada mañana. 

Aparentemente lo más auténtico de esta revolución maquinal, se llamó Lina Ron. Era hembra de armas tomar y representación genuina del matriarcado ginecocrático, cordón umbilical de una coyuntura en que la exaltación sin mesura, envolvía cada acto de la realidad circundante hacia el progenitor de esta tramoya barruntada. 

Aún fracturado, el poder mantiene, arma y protege los crueles desmadres que siguen aupando a los colectivos armados. Los empleados públicos saben de qué hablamos. Su estabilidad depende de vestir una franela color sangre, acudir a toda marcha o reunión convocada por el partido único y estar prestos las 24 horas del día para hacer demostración de inquebrantarle fe al Líder. 

La otra realidad es funesta: aquí no se mueve nadie sin que el G-2 cubano, instalado en cada uno de los ministerios con sus cuadrumanos, lo sepa. Bajo sus directas decisiones se hallan los miembros de la seguridad nacional en miserable genuflexión ante los sapillos de la isla. 

Y es que legitimar el poder subyugante, haciendo uso de acciones represivas, es el camino usado por el cogollo regente. 

El cuarenta por ciento de las motos que ruedan en Caracas, han sido entregadas a los grupos exaltados por organismos del Estado. Esos caballos de hierro siempre están ahí, en el lugar preciso, predispuestos a enfrentar a los “escuálidos” con aversión. 

Cada día la muerte descerrajada se muestra más sanguinaria. Se dispara a bocajarro contra la humanidad de las personas sin miramiento alguno, aún después de haber entregado al forajido las pertenencias personales. Es como si esos perversos tuvieran en sus entrañas odios perpetuos y un desprecio hacia sus semejantes sin parangón en la historia delictiva. 

La cuna de Bolívar es ahora un albañal: los desperdicios al por mayor en calles, plazas, parques y avenidas, ofrecen una de los visiones más deprimentes que ojos humanos puedan ver. Aún con toda esa deplorable realidad, lo más amargo es acostumbrarse a convivir con la inseguridad permanente. 

A tal fundamento, que el libro de Karina Sainz Borgo es la crónica más auténtica de la monstruosa malaventura que padece el país. 

rnaranco@hotmail.com
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