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Trump: Simplemente decadencia

ALFREDO TORO HARDY. De manera no sorpresiva el nuevo denominador común de la escena internacional es el rechazo a EEUU... Ha dejado de ser considerado como un socio confiable

  • ALFREDO TORO HARDY

24/10/2018 05:00 am

Charles Krauthammer acuñó el término “El Momento Unipolar” para referirse a las características que rodearon a la presidencia del segundo de los Bush. En igual sentido, diversos autores han intentado colocar un apelativo que describa al período Trump. Richard Hass ha hecho referencia a la “doctrina de la abdicación” para definir el proceso de egoísmo nacional militante y de absoluto desinterés por los intereses globales (“America and the Great Abdication”, The Atlantic, December 28, 2017). Daniel Quinn Mills y Steven Rosefielde hablan de “nacionalismo democrático” para describir la concepción trumpiana según la cual la gran familia estadounidense se basta a sí misma (The Trump Phenomenon and the Future of US Foreign Policy (New Jersey, 2016). Robert Kagan habla del “nuevo crecer de la selva” para referirse a las implicaciones resultantes del desentendimiento estadounidense de los intereses globales (The Jungle Growths Back, New York, 2018). 

Más allá de los distintos apelativos e interpretaciones, el fenómeno es uno sólo y se evidencia a través de una sucesión de hechos claros: el retiro de Estados Unidos de la Asociación Tras-Pacífica; la imposición de tarifas sobre el acero y el aluminio a sus principales socios comerciales; la renuncia al Acuerdo Climático de París; la renegociación ventajista del Nafta; la imposición de tarifas a la totalidad de las importaciones provenientes de China; la amenaza de retirar a Estados Unidos de la OTAN; la referencia a Alemania como un “cautivo de Rusia”; el calificativo de “delincuentes” para los socios de la OTAN; las declaraciones pro-Brexit; el calificativo a la Unión Europea como “enemigo económico” y la amenaza de imposición de tarifas a ésta; la amenaza de retiro de la Organización Mundial de Comercio y la desarticulación de su mecanismo de resolución de conflictos; el darle la espalda a los socios del G7, propiciando la fractura de esta agrupación. Y así sucesivamente. De manera no sorpresiva el nuevo denominador común de la escena internacional es el rechazo a Estados Unidos. De Trudeau a Merkel, de Macron a Tusk, la reacción es la misma: Washington ha dejado de ser considerado como un socio confiable. 

Lo anterior nos lleva a la distinción básica entre hegemonía e imperio. Tanto la una como el otro entrañan la noción de control. Sin embargo, la hegemonía se encuentra directamente vinculada a la aceptación obtenida por parte de la comunidad internacional con respecto al propio liderazgo. En el imperio, en cambio, el poder se basta a sí mismo. La hegemonía exitosa, de acuerdo a la definición clásica de Antonio Gramschi, es aquella que se sustenta en el consentimiento. Para él, la esencia de la hegemonía derivaba de la capacidad para definir la agenda política y determinar el marco de referencia del debate, lo cual por definición implicaba del reconocimiento dado por los otros. 

De acuerdo a Andrew Gramble. “Esta perspectiva de hegemonía se asocia con Gramsci… Es decir, el poder es aceptado como legítimo a través de la persuasión ideológica y cultural. El énfasis es puesto en la creación y sostenimiento de una concepción del orden internacional por vía de una pléyade de agencias y organizaciones multilaterales y mediante la incorporación de intereses diversos que se integran en un proyecto político de amplio espectro. El aspecto ideológico de la hegemonía es lo más significativo” (David Forgacs, Antonio Gramsci Reader, London, 2001). El imperio no requiere de consentimiento ni de legitimidad. La fuerza basta. 

El segundo de los Bush creía que el “momento unipolar”, al que aludía Krauthammer, le permitía a la única superpotencia del planeta desentenderse de la aquiescencia de los otros. Más aún, creía en una noción selectiva de imperio, el llamado “imperialismo democrático” propulsado por los neoconservadores que dominaron la política exterior de su gobierno. La capacidad para definir la agenda internacional bajo un marco de aceptación generalizada, aquella de la que disfrutó Estados Unidos antes de Bush, había dado forma a un contexto hegemónico. La impopularidad y la resistencia a sus políticas, por parte de un sector mayoritario de la comunidad internacional, lo tornaron imposible. De ser potencia hegemónica, Estados Unidos pasó a ser potencia imperial. Sólo que de haber sido una todopoderosa potencia hegemónica, pasó a ser una potencia imperial débil: desbordada ante dos conflictos militares periféricos e incapacitada para lograr la materialización de sus deseos en casi todos los frentes internacionales. 

A diferencia de Bush, Trump no alberga designios imperiales. Sin embargo, el rechazo a su liderazgo es aún más marcado que el que se evidenció en tiempos de aquél. La hegemonía estadounidense, seriamente fracturada con Bush, ha quedado definitivamente enterrada con Trump. Así las cosas, hoy no hay hegemonía, pero tampoco imperio. Lo que hay es pura y simple decadencia. Un país crecientemente aislado, cuya influencia en los asuntos globales disminuye con cada día que pasa. 

altohar@hotmail.com
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