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La valentía del cobarde

Hay también coraje en no alzar la voz, en no responder al golpe, en tomar el camino más largo solo por evitar una herida innecesaria. En ese gesto que parece derrota, a veces se esconde una voluntad intacta

  • SOLEDAD MORILLO BELLOSO

28/07/2025 05:02 am

En una sociedad que premia los alaridos de la fuerza y los gestos que estallan como relámpagos en la plaza pública, la valentía del cobarde se arrastra como un hilo secreto bajo tierra. No se exhibe ni se celebra. Es una llama que no busca incendiar, sino alumbrar sin ser vista. Este coraje callado no desfila envuelto en laureles, sino que respira entre rendijas, oculto en decisiones mínimas que otros tildan de insuficientes. Pero ahí, en lo casi imperceptible, habita una voluntad que se niega a deshacerse.

Al silencio se lo ha confundido tantas veces con cobardía, como si callar fuera sinónimo de rendirse. Pero hay batallas que se ganan guardando los escudos. A veces, ceder no es rendición, sino un ritual de cuidado: una manera de preservar el cuerpo, de evitar que el alma se astille. Esa forma de valentía es una arquitectura invisible que se construye con gestos tenues, como quien sostiene una casa con hilos para que no se derrumbe. No busca medallas, sino permanecer intacta en lo esencial.

La valentía del cobarde no talla estatuas ni da origen a epopeyas. Pero deja intactas ciertas verdades que los héroes con espadas suelen herir con sus gestos amplios. No nace del miedo, sino de una lectura distinta del abismo: donde unos ven campo de batalla, otros ven umbral. Y cruzar ese umbral sin levantar la voz exige una fuerza que no aparece en manuales, sino que brota desde una raíz antigua: la que sabe que no todo lo que arde purifica.

Hay también coraje en no alzar la voz, en no responder al golpe, en tomar el camino más largo solo por evitar una herida innecesaria. En ese gesto que parece derrota, a veces se esconde una voluntad intacta: la de quien protege su fuego con manos temblorosas, como quien abraza una vela en medio del viento. No se trata de conquistar, sino de no perderse. Y hay una nobleza silenciosa en esa elección que se desliza sin aplausos por los márgenes del mundo.

El cobarde mira sin esquivar ni desafiar. Su mirada no es filo, sino espejo empañado por la espera. Observa desde un lugar que muchos confunden con resignación, pero que es, en realidad, una trinchera de lucidez. Ver con claridad es sostenerse en medio del miedo sin entregarse al estruendo. Es resistir desde el temblor, desde una respiración que no se quiebra aunque duela, como quien mantiene abierto el pecho aunque todo le invite a cerrarlo.

Sí, soy cobarde. Pero mi cobardía es un jardín en ruinas donde aún brotan flores. No huyo por ignorancia, sino porque entendí que no todo vale el precio de romperse. No desafío por falta de valor, sino porque hay batallas que deforman lo que intento preservar. Mi cobardía no es ausencia, sino elección: la de sostener lo amado sin arriesgarlo al filo de lo heroico. Y si eso no se celebra, que no se celebre. Yo seguiré temblando. Pero de pie. Como quien abraza su grieta para que siga latiendo.

Soledadmorillobelloso@gmail.com
@solmorillob
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