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Aranceles y Trump, el juego peligroso

Trump ha tratado los aranceles como una especie de navaja suiza económica: útiles para todo. Pero esa visión simplista no resiste el escrutinio. Las tarifas no están cumpliendo sus promesas; en cambio, están costando más a los consumidores

  • DAVID UZCÁTEGUI

18/07/2025 05:04 am

La política comercial de Donald Trump ha vuelto a ocupar titulares. El presidente estadounidense ha reactivado su agresiva estrategia arancelaria, anunciando una nueva ola de tarifas que entrará en vigor el 1 de agosto. Entre ellas destacan aranceles del 30% dirigidos a la Unión Europea, medida que ha llevado al bloque a extender la suspensión de represalias hasta esa fecha, en espera de alcanzar un acuerdo.

Pero con cada anuncio, rectificación y contraataque, se hace más evidente que esta táctica, lejos de fortalecer a Estados Unidos, amenaza con debilitar su economía, aislarlo diplomáticamente y sembrar inestabilidad a nivel global.

Trump ha justificado su uso de los aranceles con una mezcla de objetivos ambiciosos: restaurar la manufactura nacional, equilibrar el déficit comercial, aumentar los ingresos del gobierno y presionar a otros países para que adopten políticas favorables a EE.UU. En teoría, se trata de una estrategia “recíproca” que busca corregir décadas de desventajas comerciales. En la práctica, sin embargo, ha generado un cóctel de efectos adversos que afectan tanto a consumidores como a empresas estadounidenses.

Desde su primer mandato, el enfoque de Trump respecto al comercio exterior ha sido errático y cargado de amenazas. En abril, anunció tarifas de hasta 50% para decenas de países, sólo para retractarse y ofrecer una prórroga de 90 días para negociar acuerdos bilaterales. Esa pausa vencía el 9 de julio, pero al acercarse la fecha, el mandatario volvió a sorprender con una nueva ronda de tarifas masivas. Hoy, el mundo entero observa con preocupación cómo EE.UU. se lanza, una vez más, a una guerra comercial de gran escala sin una estrategia clara ni resultados concretos.

Más allá del discurso político, los efectos de los aranceles ya son palpables en la economía. En primer lugar, actúan como un impuesto a las importaciones. Las empresas que dependen de insumos importados ven incrementados sus costos de producción, y estos, a su vez, se trasladan al consumidor final. El resultado: precios más altos, menor poder adquisitivo y una posible desaceleración de la demanda interna.

Esto puede llevar a recortes en inversión, congelamiento de contrataciones o incluso despidos. Según análisis del New York Times, los aranceles anteriores ya provocaron este tipo de ajustes en sectores como el automotriz, la agricultura y la manufactura ligera.

Las cadenas de suministro globales también sufren interrupciones. Un aumento repentino en los aranceles puede generar demoras logísticas, escasez de productos y mayores costos de transporte.

En el ámbito internacional, el unilateralismo arancelario de Trump ha generado profundas fricciones. Países aliados como Canadá, México, Corea del Sur y, ahora, la Unión Europea, se han visto forzados a contemplar represalias. Aunque el bloque europeo ha intentado evitar una escalada inmediata —extendiendo su plazo de espera hasta agosto—, los ministros de comercio ya preparan medidas de respuesta.

Además, las naciones en desarrollo, muchas de las cuales dependen de las exportaciones a EE.UU., sufrirían el impacto indirecto de esta política. La reducción del comercio podría provocar pérdida de empleos, inestabilidad social y mayor dependencia de ayuda internacional. Es irónico que, en nombre del "interés nacional", se están sembrando las semillas de nuevas crisis en regiones donde EE.UU. busca mantener influencia.

Quizás el mayor problema de esta política no sea su costo inmediato, sino su falta de visión a largo plazo. Expertos de centros como Stratfor y la Research and Information System for Developing Countries advierten que el uso de los aranceles como instrumento político erosiona la credibilidad comercial de EE.UU. y disuade la inversión extranjera directa.

Incluso si Trump logra firmar algunos acuerdos simbólicos antes del 1 de agosto, el mensaje que recibe el mundo es uno de inestabilidad. Ningún país quiere negociar bajo amenazas, ni comprometerse a largo plazo con una administración que cambia de postura cada 90 días.

Finalmente, una vez implementados, los aranceles son difíciles de desmontar. Los sectores que se benefician de ellos —aunque sean pocos— ejercen presión para mantenerlos, creando distorsiones permanentes en la economía.

Trump ha tratado los aranceles como una especie de navaja suiza económica: útiles para todo. Pero esa visión simplista no resiste el escrutinio. Las tarifas no están cumpliendo sus promesas; en cambio, están costando más a los consumidores, generando incertidumbre, afectando las relaciones globales y dejando a EE.UU. en una posición más débil frente a sus competidores.

La pregunta es cuánto tiempo más podrá el país sostener una estrategia que parece diseñada más para ganar titulares que para lograr resultados.
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