El silencio no es una opción
Hoy más que nunca, el compromiso con la verdad es esencial. En un mundo donde la información es manipulada y las voces disidentes son acalladas, es imperativo que nos mantengamos firmes
Los bardos y aedas de la antigüedad eran, en esencia, almas inconformes, portadores de un don singular que les permitía vislumbrar aquellas “verrugas sociales” que el poder intentaba ocultar en un mundo plagado de desigualdad e infamia. Desde las llanuras de Persia hasta los rincones de la Grecia clásica, sus voces se alzaban como ecos de los desventurados, convirtiendo su sufrimiento en canto. Sin embargo, esa exposición de la verdad resultaba incómoda para las castas gobernantes, que estaban dispuestas a emplear la más brutal de las represiones para silenciar a aquellos que osaban cuestionar el orden establecido.
En medio de tal desasosiego, el común, el invisible, se detenía a escuchar esos cantos que revelaban los crímenes de quienes “protegían” reinos y ciudadelas. Este acto de escuchar se transformaba en una especie de autoflagelación, pues cada estrofa era un espejo que mostraba verdades ineludibles y secretos públicos que permanecían en silencio por temor a represalias. Poetas como Homero y Virgilio transformaron las escenas más grotescas de su tiempo en cuadros novelados donde lo divino se mezclaba con lo pagano. En estos relatos persiste la huella de una corrupción moral que se extiende tanto al Olimpo como a las ciudadelas humanas, gobernadas por representantes de deidades pervertidas.
De igual manera, Cervantes y Shakespeare reflejan un mundo de perversión e injusticia a través de personajes que, aunque víctimas de un entorno hostil, encarnan el valor de proferir lo que la mayoría silencia. Hamlet, con su melancolía y dudas, se convierte en el prototipo de las verdades ocultas, mientras que el Quijote representa la lucha contra molinos de viento, símbolo de la resistencia ante un poder opresor. En esta lucha, tanto los héroes literarios como los ciudadanos contemporáneos se enfrentan a una población alienada, que ha renunciado a su voz en favor del apaciguamiento de los intereses de aquellos que los someten y degradan.
A pesar del transcurso de los siglos, los tiempos no han cambiado. La sociedad actual es testigo de verdades que emergen como catedrales en medio de un paisaje tumultuoso. Incluso en las aguas enturbiadas de los ríos, hasta las piedras susurran que algo anda mal. Puede que se intente acallar el canto de las aves mediante jaulas de cristal, pero el trinar de esas aves prisioneras reclama libertad, desafiando el silencio impuesto. El poder político global, en su afán por mantener el control, busca silenciar la disidencia. Desde la China comunista, con su cortina de hierro, hasta la potencia norteamericana, se manifiestan diversas formas de opresión, aprendidas de regímenes autocráticos que piensan que cerrando puertas y ventanas podrán esconder el brillo del sol.
Sin embargo, intentar silenciar las voces solo convierte el silencio en un rumor ensordecedor. Las generaciones venideras, nuestros hijos y los hijos de nuestros hijos, conocerán las verdades que hoy tratamos de desvanecer. Ellos serán los que juzgarán nuestras acciones y omisiones, y esa es una carga que deberíamos llevar con seriedad. El silencio, lejos de ser una opción, se transforma en complicidad, y debemos reconocer la responsabilidad que tenemos en la construcción de una sociedad más apta para la convivencia, sin temores arraigados que hacen doblar la espalda, para recibir pasivos el látigo de la ignominia.
En este orden de ideas, el valor de la palabra se erige como un acto de resistencia. No hay mayor poder que el de un pueblo que se atreve a alzar su voz ante la adversidad. El silencio puede parecer una opción conveniente en el momento, pero es un camino sin retorno hacia la aceptación de injusticias que perpetúan el sufrimiento. Al elegir hablar, nos conectamos con las tradiciones de nuestros antepasados, quienes, a través de sus versos y relatos, abrieron caminos hacia la verdad.
Es fundamental recordar que la historia de la humanidad está marcada por la lucha de aquellos que se atrevieron a romper el silencio. Los movimientos sociales, las revoluciones y las reformas han sido impulsados por voces valientes que, en su momento de mayor fragilidad, decidieron actuar. Estas decisiones, a menudo difíciles y arriesgadas, han mostrado que la justicia y la verdad son caminos que sólo pueden recorrerse cuando nos negamos a permanecer en la sombra.
Hoy más que nunca, el compromiso con la verdad es esencial. En un mundo donde la información es manipulada y las voces disidentes son acalladas, es imperativo que nos mantengamos firmes. La literatura, la poesía y el arte se convierten en refugios donde encontrar eco a nuestras inquietudes y luchas. En ellos, hallamos el poder de transformar nuestro silencio en acción, convirtiéndonos en los bardos y aedas de nuestra época, dispuestos a señalar las "verrugas sociales" que aún persisten.
El silencio, entonces, no es una opción; es un desafío. Y ante este desafío, somos llamados a ser protagonistas de nuestra propia historia, a forjar un futuro donde la verdad y la justicia sean los pilares sobre los cuales construyamos nuestras sociedades. Así, hagamos honor a aquellos que nos precedieron, recordando que, en cada palabra pronunciada, en cada canto que se alza, reside la esperanza de un mundo más luminoso.
Pedroarcila13@gmail.com
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