Nuestra Iglesia de San Francisco
La determinación de aquellos frailes en levantar su monasterio fue admirable no obstante sus evidentes dificultades, su pobreza, la escasez de los recursos aun cuando solo disponían para hacerlo, como otros templos en la ciudad, de bahareque
Templo de Dios, templo de Caracas, templo de la historia, templo del arte y la piedad, de la constancia y del hacer de España en nuestra tierra es la Iglesia de San Francisco.
Los frailes enviados por el Rey y, en especial, aquel Alfonso de Vidal, vinieron a Santiago de León a establecer y fundar aquel convento en el año de 1575. Sin grandes pretensiones, pero con fe inquebrantable, una Real Cédula autorizó la compra de lo esencial: el sagrado cáliz, los indispensables ornamentos, la sonora campaña que llamaría a la ciudad todos los días a la oración en aquel valle apacible y hermoso, de: “calles anchas, largas y derechas”, como la describió Oviedo y Baños, y bien estructurada en sus centrales cuadrículas dispuestas y ante su cerro extraordinario que se extendía frente al mismo.
Los frailes enviados por el Rey y, en especial, aquel Alfonso de Vidal, vinieron a Santiago de León a establecer y fundar aquel convento en el año de 1575. Sin grandes pretensiones, pero con fe inquebrantable, una Real Cédula autorizó la compra de lo esencial: el sagrado cáliz, los indispensables ornamentos, la sonora campaña que llamaría a la ciudad todos los días a la oración en aquel valle apacible y hermoso, de: “calles anchas, largas y derechas”, como la describió Oviedo y Baños, y bien estructurada en sus centrales cuadrículas dispuestas y ante su cerro extraordinario que se extendía frente al mismo.
La determinación de aquellos frailes en levantar su monasterio fue admirable no obstante sus evidentes dificultades, su pobreza, la escasez de los recursos aun cuando solo disponían para hacerlo, como otros templos en la ciudad, de bahareque. La fragilidad de aquella obra no estaba reñida con la determinación de realizarla y continuarla, rehacerla y levantarla tantas veces como fuera preciso.
Doce años después de aquel inicio se encomendó a Antonio Ruíz Ullán un nuevo proyecto de edificio acompañado del carpintero Diego Alonso. El impulso del Rey y del gobernador don Luis de Rojas -polémico, enfrentado con los señores de Caracas, autor junto a los suyos de ciertas tropelías que motivaron su juicio- permitió mejoras a la edificación para la estancia de los frailes. Concurrió en ese esfuerzo mejorador de nuestro templo el Cabildo, así como las disposiciones testamentarias del Obispo Fray Juan de Manzanillo. Desde entonces reuniría en diversas circunstancias y épocas el esfuerzo y la solidaridad de la ciudad, desde sus artesanos hasta las familias principales que habitaban en ella.
Caracas era pobre entonces pero no tardaría de hacerse elegante, grata por su clima, atrayente por su cultura, con población creyente que no renunciaba a su fe y a su empeño de consolidar la Iglesia y el Convento de San Francisco.
El gobernador don Diego de Osorio, quien gobernó en amistad con el Cabildo y demostró en numerosos actos su afán y su ilustración, apoyó la búsqueda de medios a través del ofrecimiento de oficios vacantes.
Ese empeño irrenunciable de sostener a la Iglesia y al Convento de San Francisco se hizo evidente a lo largo de los años. Ver en el plano de Caracas de don Juan de Pimentel, a dos cuadras de la plaza mayor, hacia el sur, la ubicación de ambos, es una señal de relevancia que la destacaría para siempre.
En la última década del siglo existió otro proyecto que consideraba que su portada, sus arcos y pilares fueran de ladrillos; planchas y la existencia de firmes maderas para darle la debida robustez.
En las primeras décadas del año 1600, la presencia de Fray Juan de Galvéz fue determinante para el progreso de la orden y para la consolidación del convento. En el mismo se impartió la instrucción con diferentes cátedras; fue noviciado relevante, y fue también lugar destinado a los actos para mostrar en ellos el Pendón Real por parte de las autoridades del Cabildo.
A lo largo del tiempo gente notable financió sus capillas, que debían realizarse en armonía religiosa y artística con las otras, con medidas apropiadas, su altar y con el santo de su devoción, y en las cuales podría ser sepultado un gobernador y su familia.
El terremoto de 1644 destruyó el edificio pero el empeño de la ciudad de reconstruirla fue admirable. En una representación al Rey en la cual se describía la importancia del templo se le calificó como: “el más frecuentado de la devoción de la ciudad”. Caracas se afianzaba a la par de sus templos y, en especial, estos de San Francisco.
Contribuciones particulares y limosnas proveyeron los recursos para la nueva construcción. Don Juan de Angulo fue un notable contribuyente, y desde Italia hizo traer tres estatuas de mármol: una de la Inmaculada Concepción, una de San Juan Bautista, y otra de San Francisco de Asís, hermosas y simbólicas, que aún hoy están presentes en la fachada principal.
Tantas obras de arte e imágenes sublimes hay allí cargadas de historia y de significado espiritual. Cómo no recordar una de las más venerables, aquella que don Juan del Corro hizo traer de España: la admirable Virgen de la Soledad, la que aún allí nos observa y nos consuela; la que allí nos escucha transida de dolor pero atenta a nuestra súplica, comprensiva de nuestras penas más profundas cual madre generosa y buena, capaz de socorrer como lo ha hecho por los siglos a los hijos de Caracas en especial.
La historia de la aparición de la imagen en la playa y su resguardo en la hacienda de don Juan, es una de las más admirables relaciones de la grandeza con que Dios y la Virgen Santísima han bendecido a Venezuela, y especialmente a la ciudad.
Caracas venera y venerará eternamente a la madre de Dios a través de la Señora de La Soledad, Su miranda es de dolor profundo pero, al mismo tiempo, la dulzura está en ella, suave, serena, sublime, con ella contempla las almas y el dolor de los otros, tan sentido como el propio, y por ello se apiada y nos auxilia en medio de los males. María es el bálsamo de todos los que sufren y, en particular, La Soledad.
Las desgracias de la ciudad, sus infortunios, sus esperanzas y clamores, encontraron perpetuamente albergue en la Iglesia de San Francisco.
Una imagen traída de la misma Tierra Santa, el Niño de Belén, y que fue incluso peticionada por nobles en Europa, terminó para siempre en Caracas de manos de Fray Luis de Aranguren y se encuentra en el significativo templo.
El cronista don José de Oviedo y Baños en su obra “Historia de la Provincia de Venezuela”, 1723, dejó fundada noticia sobre la importancia de la Iglesia y el Convento de San Francisco, y de manera distinguida sobre nuestra señora de Soledad afirmó: “roba los corazones su ternura, y mueve a compunción solo mirarla”.
Se han cumplido 450 años de este templo admirable testimonio de la fe y de la historia de Caracas inmortal, que nunca perderá su nobilísimo origen y llamarse Santiago de León, ciudad cargada de hechos admirables, de hombres prominentes, de sacrificios y ejemplos de constancia y heroísmo inspirado por Dios y por sus ansías de ser y de surgir entre las principales capitales del Nuevo Mundo.
Los siglos perpetuarán su nombre: Caracas, Iglesia de San Francisco, La Soledad, en el alma de los creyentes y en las páginas más notables de nuestra historia patria republicana, espiritual y ciudadana.
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