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Tiburón (50 años)

En el fondo, fondito, es una fábula anticapitalista, nadie estaba preparado para la insurgencia del vengador del mar, perturbado por los turistas retozones tirando basura en sus playas, o los ricachones en sus yates pescando mar adentro

  • JEAN MANINAT

27/06/2025 05:03 am

Tiburón qué buscas en la orilla,
Tiburón lo tuyo es mar afuera…


(Tiburón, Rubén Blades)

Desde hace cincuenta años, en un pequeño balneario llamado Amity Island -creado por la ficción de Steven Spielberg y su guionista para la ocasión, Carl Gottlieb- un gigantesco tiburón blanco se lleva aprisionado en su mandíbula a un desprevenido chico que flota inocente en un inflable, dejando tras de sí un frenesí de espuma y sangre. En la orilla, los bañistas y veraneantes gritan horrorizados, sujetan a sus hijos, y dirigen una y otra vez la mirada hacia la mancha que se pierde mar adentro con su pieza entre las fauces.

Jaws, la película, está poblada de gente simple que cumple su oficio con la dignidad de un trabajador dedicado. No hay grandes héroes vociferantes, no hay heroínas con manos en el pecho y mirada desquiciada, nada de eso: un alcalde preocupado por sus votantes y el bienestar económico de su ciudad-balneario, un capitán sediento de cerveza y obsesionado con pescar escualos bíblicos con su barco, un joven bisoño científico persiguiendo el “paper” de su carrera, y un policía a la espera de su jubilación en el feliz pueblo costero. Y por supuesto, el terrible tiburón blanco, el Moby Dick, que despertará el encono de los Ahab de fin de semana y anzuelo inexperto.

En el fondo, fondito, es una fábula anticapitalista, nadie estaba preparado para la insurgencia del vengador del mar, perturbado por los turistas retozones tirando basura en sus playas, o los ricachones en sus yates pescando mar adentro, o los surfistas emponzoñando playas vírgenes, en fin todos los que egoístamente maltratan a la madre naturaleza y, por tanto, tendrán que pagarlo caro, aunque paguen justos por nadadores.

(Hoy en día, en una ciudad eminentemente turística como Barcelona, los turistas son repelidos como leprosos en la Edad Media por grupos de ciudadanos que los acusan de afear la ciudad con su presencia, y aumentar el costo de la vivienda con los alquileres que aceptan pagar en los llamados “pisos turísticos”).

El dilema al que se enfrentan las autoridades de la alcaldía y de la Cámara de Comercio de Amity Island, tiene un filo moral: negar el peligro, recurrir al narcisista, “esto no nos puede estar pasando a nosotros”, para impedir una clausura temprana del balneario en plena estación estival, lo que tendría un impacto devastador en la economía local y sus bolsillos; o cerrarle la cadena de suministro de carne humana al cebado escualo y proteger la vida de los locales y veraneantes. Por supuesto, la codicia hará de la suyas, el indispensable combustible del capitalismo depredador y egoísta, y se intentará seguir business as usual, hasta que el monstruo marino sea despedazado por el ingenio de un policía en vías de retiro, pero en conflicto por la disyuntiva moral que merodea las aguas del otrora tranquilo balneario.

(Y, por supuesto, ¿quién morirá al final devorado por las fauces justicieras del inmenso tiburón blanco? Pues quien otro que el malhablado y sediento capitán, el pecador evidente de la partida de pesca. El mar castiga a los licenciosos que lo navegan).

Cincuenta años después, mientras pataleamos en el mar sin tocar fondo, no dejaremos de sentir un escalofrío en la espina dorsal ante cualquier sombra que se mueva en el agua, y giraremos sobre nosotros mismos, espantados, mientras suena en el fondo la banda sonora de John Williams: “dun dun dun dun dun dun dun dun dun dunnnnnnnnnnn…”.

@jeanmaninat
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