El futuro está acelerado
El misticismo no es solo un fenómeno espiritual, sino una proyección de nuestra incapacidad para asumir la responsabilidad de nuestras vidas. Mientras optemos por buscar explicaciones externas para nuestros fracasos y éxitos, no podremos avanzar
Desde tiempos inmemoriales, el misticismo ha sido una constante en la experiencia humana. La necesidad de creer en un poder divino o en fuerzas sobrenaturales se encuentra profundamente arraigada en nuestra psique colectiva. Esta búsqueda de una deidad a la que se le pueda atribuir tanto el éxito como el fracaso personal ha distorsionado nuestra capacidad de asumir la responsabilidad plena por nuestras propias acciones. En lugar de reconocer el esfuerzo, la creatividad y la dedicación detrás de nuestros logros, tendemos a verlos como manifestaciones de favor divino. De igual manera, nuestros fracasos son frecuentemente interpretados como castigos, mal de ojos o intenciones malignas ajenas, eludiendo así la autocrítica y el reconocimiento de nuestras propias limitaciones.
Recientemente, el empresario y comunicador guatemalteco Dionisio Gutiérrez ofreció una disertación poderosa sobre “el eclipse de la política y el auge de los extremos”, donde expuso con claridad los problemas que aquejan a la sociedad contemporánea. Su análisis fue contundente: el silencio de los buenos y competentes permite que los incompetentes y deshonestos asuman el control. Esta realidad, que ya había sido anticipada por los grandes clásicos griegos como Sócrates, Platón y Aristóteles, se pone de manifiesto en la teoría de la "sofocracia" defendida por Platón, comprendiendo que la sabiduría debe prevalecer en el liderazgo. Gutiérrez, al igual que Maquiavelo y Montesquieu, nos advierte sobre cómo los nuevos paradigmas políticos están condenando a sociedades enteras a caer en manos de aquellos que no solo carecen de la virtud, sino que son rehenes de sus propios egos inflados.
Recientemente, el empresario y comunicador guatemalteco Dionisio Gutiérrez ofreció una disertación poderosa sobre “el eclipse de la política y el auge de los extremos”, donde expuso con claridad los problemas que aquejan a la sociedad contemporánea. Su análisis fue contundente: el silencio de los buenos y competentes permite que los incompetentes y deshonestos asuman el control. Esta realidad, que ya había sido anticipada por los grandes clásicos griegos como Sócrates, Platón y Aristóteles, se pone de manifiesto en la teoría de la "sofocracia" defendida por Platón, comprendiendo que la sabiduría debe prevalecer en el liderazgo. Gutiérrez, al igual que Maquiavelo y Montesquieu, nos advierte sobre cómo los nuevos paradigmas políticos están condenando a sociedades enteras a caer en manos de aquellos que no solo carecen de la virtud, sino que son rehenes de sus propios egos inflados.
El punto de inflexión radica en la voz que se levanta en medio del desierto intelectual y moral. Vivimos en tiempos de ideas marchitas, donde las neuronas se ven racionadas por la codicia, el desencanto y el miedo. La impudicia, el deshonor y la barbarie han tomado las riendas del mundo contemporáneo, sin considerar las condiciones culturales, económicas o sociales. Los estados han sucumbido ante el populismo, que Gutiérrez identifica como la antesala del supremacismo dogmático y la tiranía. En este escenario, los que menos poseen en términos intelectuales y morales son exaltados, provocando una inversión de valores que resulta inaceptable. Estos nuevos líderes se convierten en carceleros de la conciencia, depredadores de la honestidad y sepultureros de la dignidad colectiva, donde el silencio se convierte en una cuestión de supervivencia.
El autoencarcelamiento del pensamiento crítico se torna cada vez más evidente en un entorno donde la tecnología ha creado burbujas de información. Este fenómeno no solo anula el pensamiento independiente, sino que también condena a la humanidad a un ciclo destructivo, donde individuos incapaces de cuestionar las decisiones de sus líderes son guiados ciegamente hacia la autocensura. Esta dinámica, alimentada por un deseo de pertenencia y aceptación, da paso a la creación de cofradías que sostienen regímenes despóticos y perpetúan la injusticia.
Las consecuencias de esta situación son palpables en un planeta donde las sirenas de guerra resuenan más allá de las ya atormentadas regiones de Centroamérica y África. Europa, antaño símbolo de civilización, ahora vive bajo la sombra de incertidumbres que extienden sus tentáculos hasta Asia y América del Norte. No se requieren poderes místicos ni profecías para observar la desolación que se despliega ante nuestros ojos. Las advertencias apocalípticas, tantas veces desoídas, están cumpliéndose; el Armagedón es una realidad que se presenta con la ferocidad de gobiernos que invaden territorios y derechos, sugiriendo que habrá respuestas a sus agresiones.
Además, el fenómeno de la fanaticada que aplaude al "equipo" favorito, sin discernir entre víctimas y victimarios, ilustra un desenfreno irracional. Esta mentalidad tribal, solidificada en la euforia, ignora que la mecha que encendió la fogata de la discordia no se ha apagado. Por el contrario, sigue impregnada de pólvora, aproximándose al polvorín escondido bajo nuestras propias bases sociales y culturales. Sin embargo, el futuro se acelera, mientras la algarabía de la estulticia impera, favorecida por el silencio complaciente de quienes, aunque pensantes, eligen ignorar la inminente catástrofe.
En definitiva, el misticismo no es solo un fenómeno espiritual, sino una proyección de nuestra incapacidad para asumir la responsabilidad de nuestras vidas. Mientras optemos por buscar explicaciones externas para nuestros fracasos y éxitos, no podremos avanzar como sociedad. El reto es despojarnos de estas creencias limitantes y reconocer que somos los arquitectos de nuestro destino. La política, la responsabilidad social y el papel del individuo en la comunidad son cuestiones que requieren un enfoque claro, donde la inteligencia crítica y el diálogo abierto sean pilares fundamentales. Solo así podremos superar el eclipse de nuestra realidad actual y avizorar un futuro más brillante y digno para todos.
Pedroarcila13@gmail.com
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