Manadas y mercados: el instinto cerebral
En términos neurológicos, todo encuentro con lo desconocido activa una respuesta de lucha o huida, gobernada por la adrenalina. Es el mecanismo que nos preparaba evolutivamente para enfrentar amenazas o alejarnos de peligros
Desde tiempos remotos, la supervivencia humana y canina ha dependido de la pertenencia a grupos. La afiliación social no solo ofrece protección, sino también identidad y propósito. Este principio, que reguló la convivencia de las primeras tribus humanas y manadas caninas, sigue moldeando nuestras decisiones en la actualidad, desde la elección de una marca comercial hasta la preferencia por un líder político. Sin estos mecanismos de identificación, la cohesión social sería precaria, afectando la evolución y el desarrollo de nuestra especie, haría imposible la viabilidad biosicológica, como lo demuestran muchos experimentos de aislamiento social.
En los inicios de las sociedades humanas, el intercambio de señales como saludos y regalos marcaba la aceptación de nuevos integrantes en un grupo. La presentación de oro, incienso y mirra por parte de los Reyes Magos, más allá de su significado cultural y religioso, fue un acto bioantropológico que simbolizaba integración y reconocimiento. Las parejas suelen intercambiar regalos para mostrar interés y sentimientos. Estas señales se han transformado en patrones diversos: vestirnos de manera similar a nuestros pares, usar un lenguaje común y consumir los mismos productos refuerzan nuestro sentido de pertenencia a una comunidad. Cada sociedad crea sus propias formas de un impulso biológico común a toda la especie.
Sin embargo, este proceso de integración no es instantáneo. En términos neurológicos, todo encuentro con lo desconocido activa una respuesta de lucha o huida, gobernada por la adrenalina. Es el mecanismo que nos preparaba evolutivamente para enfrentar amenazas o alejarnos de peligros. Los perros urbanos exhiben este comportamiento al detectar un miembro ajeno en su manada. El recién llegado avanza con cautela, baja la cabeza y permite que lo inspeccionen, estableciendo así un primer vínculo con los demás. Este mismo principio aplica en mercadotecnia y política, donde las nuevas marcas y líderes deben presentarse de manera cuidadosa para evitar el rechazo instintivo.
Superada esta primera barrera, el cerebro inicia un proceso químico que transforma la percepción del desconocido en confianza. La dopamina impulsa la curiosidad y la exploración, mientras que la oxitocina refuerza la sensación de pertenencia y aceptación grupal. Este fenómeno explica por qué una marca inicialmente desconocida puede convertirse en un referente emocional para sus consumidores o por qué un candidato político, al principio ajeno, puede terminar siendo visto como un líder confiable.
La mercadotecnia explota estos mecanismos con estrategias diseñadas para reducir el “efecto fricción[, que es la resistencia al cambio y la adopción de lo nuevo. Antes de llegar allí, las marcas enfrentan primero el “efecto aprehensión”, por el desconocimiento generador de incertidumbre y distancia. En esta fase, se busca aumentar la exposición y generar asociaciones emocionales para facilitar la aceptación. Luego viene la etapa de fricción, donde el producto o figura pública es tolerado, pero aún no ha sido completamente adoptado como parte del entorno cotidiano.
La domesticación mutua entre lobos y humanos en los tiempos ancestrales siguió este mismo patrón: inicialmente, los humanos y los lobos eran competidores por los mismos recursos, pero con el tiempo, aprendieron a convivir y colaborar. Los primeros perros domesticados tuvieron que vencer la resistencia de las comunidades humanas a aceptarlos como miembros de la familia o tribu y demostrar su utilidad, pasando de ser rivales a aliados. Por su parte, los humanos debieron mostrar no solo tolerancia sino signos de ser amigables, afectuosos, con los nuevos miembros. En política y mercadotecnia, este proceso se traduce en estrategias de familiarización y validación social, donde las marcas y los líderes se integran progresivamente en la cultura de los consumidores y votantes.
Un ejemplo emblemático de este fenómeno es Apple, que logró superar la percepción de “marca alternativa y ajena” mediante campañas que reforzaban su identidad como símbolo de innovación y exclusividad. En política, Barack Obama y Volodímir Zelenski son ejemplos de trayectorias similares, pasando de figuras desconocidas a referentes de identidad grupal y liderazgo confiable.
Entender estos mecanismos permite no solo interpretar la evolución social, sino también diseñar estrategias efectivas para la aceptación de nuevos productos, ideas y figuras públicas. En esencia, la integración de lo nuevo es un proceso que comienza en el cerebro y termina transformando la cultura, y la cultura, a su vez, modela lo cerebral. Este circuito no necesariamente es virtuoso, pude ser nefasto cuando la resistencia se acentúa y se transforma en franco rechazo y hostilidad hacia los distintos pudiendo llegar a la aniquilación del otro. Que sea cara o sello no es cosa solo de suerte.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
En los inicios de las sociedades humanas, el intercambio de señales como saludos y regalos marcaba la aceptación de nuevos integrantes en un grupo. La presentación de oro, incienso y mirra por parte de los Reyes Magos, más allá de su significado cultural y religioso, fue un acto bioantropológico que simbolizaba integración y reconocimiento. Las parejas suelen intercambiar regalos para mostrar interés y sentimientos. Estas señales se han transformado en patrones diversos: vestirnos de manera similar a nuestros pares, usar un lenguaje común y consumir los mismos productos refuerzan nuestro sentido de pertenencia a una comunidad. Cada sociedad crea sus propias formas de un impulso biológico común a toda la especie.
Sin embargo, este proceso de integración no es instantáneo. En términos neurológicos, todo encuentro con lo desconocido activa una respuesta de lucha o huida, gobernada por la adrenalina. Es el mecanismo que nos preparaba evolutivamente para enfrentar amenazas o alejarnos de peligros. Los perros urbanos exhiben este comportamiento al detectar un miembro ajeno en su manada. El recién llegado avanza con cautela, baja la cabeza y permite que lo inspeccionen, estableciendo así un primer vínculo con los demás. Este mismo principio aplica en mercadotecnia y política, donde las nuevas marcas y líderes deben presentarse de manera cuidadosa para evitar el rechazo instintivo.
Superada esta primera barrera, el cerebro inicia un proceso químico que transforma la percepción del desconocido en confianza. La dopamina impulsa la curiosidad y la exploración, mientras que la oxitocina refuerza la sensación de pertenencia y aceptación grupal. Este fenómeno explica por qué una marca inicialmente desconocida puede convertirse en un referente emocional para sus consumidores o por qué un candidato político, al principio ajeno, puede terminar siendo visto como un líder confiable.
La mercadotecnia explota estos mecanismos con estrategias diseñadas para reducir el “efecto fricción[, que es la resistencia al cambio y la adopción de lo nuevo. Antes de llegar allí, las marcas enfrentan primero el “efecto aprehensión”, por el desconocimiento generador de incertidumbre y distancia. En esta fase, se busca aumentar la exposición y generar asociaciones emocionales para facilitar la aceptación. Luego viene la etapa de fricción, donde el producto o figura pública es tolerado, pero aún no ha sido completamente adoptado como parte del entorno cotidiano.
La domesticación mutua entre lobos y humanos en los tiempos ancestrales siguió este mismo patrón: inicialmente, los humanos y los lobos eran competidores por los mismos recursos, pero con el tiempo, aprendieron a convivir y colaborar. Los primeros perros domesticados tuvieron que vencer la resistencia de las comunidades humanas a aceptarlos como miembros de la familia o tribu y demostrar su utilidad, pasando de ser rivales a aliados. Por su parte, los humanos debieron mostrar no solo tolerancia sino signos de ser amigables, afectuosos, con los nuevos miembros. En política y mercadotecnia, este proceso se traduce en estrategias de familiarización y validación social, donde las marcas y los líderes se integran progresivamente en la cultura de los consumidores y votantes.
Un ejemplo emblemático de este fenómeno es Apple, que logró superar la percepción de “marca alternativa y ajena” mediante campañas que reforzaban su identidad como símbolo de innovación y exclusividad. En política, Barack Obama y Volodímir Zelenski son ejemplos de trayectorias similares, pasando de figuras desconocidas a referentes de identidad grupal y liderazgo confiable.
Entender estos mecanismos permite no solo interpretar la evolución social, sino también diseñar estrategias efectivas para la aceptación de nuevos productos, ideas y figuras públicas. En esencia, la integración de lo nuevo es un proceso que comienza en el cerebro y termina transformando la cultura, y la cultura, a su vez, modela lo cerebral. Este circuito no necesariamente es virtuoso, pude ser nefasto cuando la resistencia se acentúa y se transforma en franco rechazo y hostilidad hacia los distintos pudiendo llegar a la aniquilación del otro. Que sea cara o sello no es cosa solo de suerte.
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