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Incertidumbre y soberbia

Los anglosajones habían hecho sus revoluciones para “reencontrarse con la auténtica tradición” En cambio los otros buscaban un “comienzo adánico”, una ruptura total con el pasado

  • SADIO GARAVINI DI TURNO

11/06/2025 05:01 am

En un mundo dominado por la incertidumbre, el peor error es la soberbia. La soberbia de creer que se conoce la verdad absoluta en la tierra, el rumbo de la historia humana y sobre todo la manera de implantar la sociedad perfecta. Pensar que es posible la construcción del paraíso en la tierra, es sumamente peligroso, fue la justificación moral e intelectual del comunismo, trágica ilusión y pavoroso fracaso histórico, que produjo la terrible estadística de 65 millones de muertos en China, 20 millones en la URSS, 2 millones en Camboya, 2 millones en Corea del Norte, un millón en Vietnam, un millón en Europa Oriental, un millón en África y 150.000 en América Latina (Vide: Libro Negro del Comunismo). El filósofo político británico Michael Oakeshott subraya los desvíos de esta soberbia racionalista. En su obra: “La política de la fe y la política del escepticismo”, hace una excelente defensa de la política del ensayo y el error, con lo cual está en sintonía con las ideas de otro gran pensador del Siglo XX, Karl Popper. Gobernar no tiene como objetivo ni la perfección humana, ni la verdad, ni la belleza. El orden político siempre es un orden precario e imperfecto. Oakeshott está a favor de un gobierno limitado y vigilado, por eso dijo:” como el ajo del cocinero el poder debe usarse con tanto comedimiento que sólo su ausencia se note”. Según Oakeshott, la vida está básicamente compuesta de azares y riesgos. La vida humana es fundamentalmente una aventura y nada puede fijar la certeza en este mar de incertidumbre. Nunca lo sabemos todo. “Quienes todo lo saben no tardan en querer matarlo todo”, decía en algún lugar, Camus. En política, creer que se tiene la Verdad, “agarrada por la chiva“, es fruto de una “hubris” peligrosísima, de una soberbia descomunal e ignorante que conduce inevitablemente a una concepción totalitaria. En efecto, si se cree firmemente de conocer la Verdad en la historia, sería insensato e ilógico darle derechos al error. Por tanto, en función del Bien Común del futuro, es necesario excluir a los que están “equivocados” de la posibilidad de hacer el mal. Si se está seguro de lograr la sociedad perfecta para la Humanidad del futuro, se debe aceptar el mal menor de sacrificar unos cuantos millones de “equivocados” en el presente. Por eso, Alain Touraine nos dice: “La era de las revoluciones ha llevado, por caminos sinuosos, al Terror, a la represión del pueblo, en nombre del pueblo y a la ejecución de los revolucionarios en nombre de la revolución” Para defenderse de esta soberbia criminal es necesario mantener viva la crítica. Rafael Rojas, en su excelente ensayo: “Tumbas sin sosiego” sobre la cultura en la revolución cubana, recuerda que Francois Furet afirmaba que una de las diferencias claves entre las revoluciones francesa, rusa y cubana, de un lado, y las anglosajonas del otro, era la soberbia “ambición de regenerar al hombre mediante un nuevo contrato social.” Los anglosajones habían hecho sus revoluciones para “reencontrarse con la auténtica tradición” En cambio los otros buscaban un “comienzo adánico”, una ruptura total con el pasado. Furet explica esta diferencia por el lugar que estas civilizaciones le conceden a la religión. Para los anglosajones, la religión coexistía y se amalgamaba con la “religión cívica”, en cambio en Francia, Rusia y Cuba, lo político aspira a absorber y reemplazar lo religioso, asegurando el advenimiento de un “hombre nuevo” en una “secularidad sagrada”. Se crean símbolos y mitos, que integran una “teología sustitutiva” y un “mesianismo secular”. Es en esta religiosidad política que ha residido buena parte de la fuerza simbólica y la violencia de las revoluciones rusa y cubana.

@sadiocaracas
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