Victoria sin derrota
El principal aliado de Israel es también un amigo complicado. El presidente Donald Trump ha dado señales inequívocas de solidaridad con Israel y con la lucha frente al antisemitismo. Pero es una figura de comportamiento impredecible
Los conflictos bélicos de nuestros días se extienden mucho tiempo. Todas las guerras son crueles y se producen muchas víctimas inocentes. Cuando no terminan, la cuenta de bajas sigue aumentando. También el desgaste para las poblaciones involucradas. La guerra en Ucrania y la guerra en Gaza son ejemplos vivientes de lo antes señalado.
Israel siempre ha tenido guerras cortas. Su esquema militar basado en reservistas y un ejército popular no permite otra alternativa. La guerra de Gaza se ha convertido en una larga por demás, con demasiadas víctimas y un grado de tensión que agota a una sociedad demasiado exigida siempre.
Los israelíes no deben acostumbrarse a la cotidianidad de la guerra, que es algo muy distinto a estar alerta para evitarla. Estos seiscientos y más días de conflicto constituyen una desgracia en todos los sentidos. En lo económico y en lo moral. En la sensación de abandono e incomprensión que se tiene respecto a un mundo que resulta muy hostil y exigente.
En este mundo de hoy que acompaña al conflicto, se advierten posturas y situaciones muy extrañas. Quizás en el pasado no tan reciente y también reciente, sucedían las mismas cosas, pero no existía la inmediatez de las comunicaciones ni las redes sociales. Ahora todo queda al desnudo. Sin contar las sesiones en vivo de terapia diplomática del Salón Oval de la Casa Blanca que constituyen una verdadera atracción en tiempo real.
En Israel los temas de la guerra se tratan abiertamente en los paneles y foros de opinión de prensa, radio, televisión y medios de internet. Nunca fue más cierto aquel chiste de Golda Meir quien al ser preguntada cómo era gobernar Israel, respondió que resulta muy complicado con tantos primeros ministros en ejercicio. En Israel, todos son primer ministro o ministro de la defensa, todos se atribuyen la razón y el mejor criterio. Aunque la participación ciudadana es el fundamento de la democracia real, en temas de defensa y seguridad, en la situación dramática que vive Israel, una exageración de participación y opinión quizás no resulta lo más conveniente.
Israel tiene varios frentes abiertos y muy difíciles de enfrentar. Todos ellos también obedecen a complejas coyunturas de solidaridades y compromisos difíciles de manejar. Los externos son muy complicados, pero los internos lo son aún más. En plena guerra, Israel enjuicia a un primer ministro, pretende una reforma judicial sin precedentes, se establece una pugna acerca de la nominación o relevo de figuras muy significativas como el jefe de la Seguridad Interna y la Consultora Jurídica del Ejecutivo, se cambia al Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, se pretende una ley de conscripción que amenaza la coalición actual y se hacen encuestas frecuentes acerca de cómo quedaría una coalición de gobierno de realizarse elecciones.
El principal aliado de Israel es también un amigo complicado. El presidente Donald Trump ha dado señales inequívocas de solidaridad con Israel y con la lucha frente al antisemitismo. Pero es una figura de comportamiento impredecible. Acostumbrado a resultados inmediatos, no se le puede considerar que tenga la paciencia necesaria para comprender y esperar resultados en un Medio Oriente que no se rige por la lógica occidental. La falta de resultados inmediatos lo exaspera con amigos y enemigos. Con los primeros, como el caso de Israel, la situación se torna muy delicada.
A todas estas, Israel sigue en su lucha solitaria por deponer a Hamas del control de Gaza. Habiendo acabado con la cima de la pirámide de gobierno del movimiento, no logra rescatar a los rehenes vivos y muertos, ni tampoco conseguir la rendición de un enemigo derrotado que sigue infligiendo daños en todos los ámbitos. Gaza destruida, Hamas reducido y la guerra en pleno. Con severas condenas a quien es víctima del secuestro y mucha condescendencia a quienes son o representan la contraparte.
Las guerras de antaño se resolvían con un vencedor y un ganador. Una negociación que daba ciertas garantías al perdedor y fijaban algún plazo quizás no explícito de no agresión. Pero en el caso de Israel y Gaza se trata de una victoria no declarada y una derrota no asumida.
La guerra interminable entonces. No cobran su victoria los vencedores, ni pagan el precio los derrotados.
Elias Farache S.
Israel siempre ha tenido guerras cortas. Su esquema militar basado en reservistas y un ejército popular no permite otra alternativa. La guerra de Gaza se ha convertido en una larga por demás, con demasiadas víctimas y un grado de tensión que agota a una sociedad demasiado exigida siempre.
Los israelíes no deben acostumbrarse a la cotidianidad de la guerra, que es algo muy distinto a estar alerta para evitarla. Estos seiscientos y más días de conflicto constituyen una desgracia en todos los sentidos. En lo económico y en lo moral. En la sensación de abandono e incomprensión que se tiene respecto a un mundo que resulta muy hostil y exigente.
En este mundo de hoy que acompaña al conflicto, se advierten posturas y situaciones muy extrañas. Quizás en el pasado no tan reciente y también reciente, sucedían las mismas cosas, pero no existía la inmediatez de las comunicaciones ni las redes sociales. Ahora todo queda al desnudo. Sin contar las sesiones en vivo de terapia diplomática del Salón Oval de la Casa Blanca que constituyen una verdadera atracción en tiempo real.
En Israel los temas de la guerra se tratan abiertamente en los paneles y foros de opinión de prensa, radio, televisión y medios de internet. Nunca fue más cierto aquel chiste de Golda Meir quien al ser preguntada cómo era gobernar Israel, respondió que resulta muy complicado con tantos primeros ministros en ejercicio. En Israel, todos son primer ministro o ministro de la defensa, todos se atribuyen la razón y el mejor criterio. Aunque la participación ciudadana es el fundamento de la democracia real, en temas de defensa y seguridad, en la situación dramática que vive Israel, una exageración de participación y opinión quizás no resulta lo más conveniente.
Israel tiene varios frentes abiertos y muy difíciles de enfrentar. Todos ellos también obedecen a complejas coyunturas de solidaridades y compromisos difíciles de manejar. Los externos son muy complicados, pero los internos lo son aún más. En plena guerra, Israel enjuicia a un primer ministro, pretende una reforma judicial sin precedentes, se establece una pugna acerca de la nominación o relevo de figuras muy significativas como el jefe de la Seguridad Interna y la Consultora Jurídica del Ejecutivo, se cambia al Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, se pretende una ley de conscripción que amenaza la coalición actual y se hacen encuestas frecuentes acerca de cómo quedaría una coalición de gobierno de realizarse elecciones.
El principal aliado de Israel es también un amigo complicado. El presidente Donald Trump ha dado señales inequívocas de solidaridad con Israel y con la lucha frente al antisemitismo. Pero es una figura de comportamiento impredecible. Acostumbrado a resultados inmediatos, no se le puede considerar que tenga la paciencia necesaria para comprender y esperar resultados en un Medio Oriente que no se rige por la lógica occidental. La falta de resultados inmediatos lo exaspera con amigos y enemigos. Con los primeros, como el caso de Israel, la situación se torna muy delicada.
A todas estas, Israel sigue en su lucha solitaria por deponer a Hamas del control de Gaza. Habiendo acabado con la cima de la pirámide de gobierno del movimiento, no logra rescatar a los rehenes vivos y muertos, ni tampoco conseguir la rendición de un enemigo derrotado que sigue infligiendo daños en todos los ámbitos. Gaza destruida, Hamas reducido y la guerra en pleno. Con severas condenas a quien es víctima del secuestro y mucha condescendencia a quienes son o representan la contraparte.
Las guerras de antaño se resolvían con un vencedor y un ganador. Una negociación que daba ciertas garantías al perdedor y fijaban algún plazo quizás no explícito de no agresión. Pero en el caso de Israel y Gaza se trata de una victoria no declarada y una derrota no asumida.
La guerra interminable entonces. No cobran su victoria los vencedores, ni pagan el precio los derrotados.
Elias Farache S.
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