Venezuela: el aliado real de EE.UU.
Debemos mirar a Venezuela con una perspectiva fresca, reconociendo su potencial y estableciendo una hoja de ruta que incluya acciones correctivas por parte de EE.UU., del gobierno venezolano y de su oposición
Hace dos semanas, el presidente Donald Trump visitó Arabia Saudita y varios países del Golfo Pérsico para reforzar vínculos diplomáticos, energéticos y comerciales. Pero si de negocios se trata, el presidente Trump debe venir a Venezuela. Debe priorizar a Venezuela y repensar por completo la política exterior estadounidense hacia el país, que hoy está claramente caduca. Venezuela ofrece a EE.UU. ventajas comparativas y beneficios económicos únicos en todo el hemisferio occidental.
Es cierto: el paisaje urbano de Arabia Saudita es infinitamente superior al de la Venezuela actual. También es verdad que esos países tienen capital disponible para invertir en EE.UU., capital que han acumulado vendiendo petróleo —igual que China, que ha generado divisas vendiendo a EEUU. Es igualmente cierto que Venezuela ha sufrido una corrupción desmesurada en la ejecución de obras públicas que no se concluyen y ha cometido errores graves en decisiones económicas que le han impedido producir más barriles que los países del Golfo. Pero para recuperar a Venezuela hay que enfocarse en su potencial, no quedar atrapados en los errores de sus gobernantes ni en las políticas erradas de Washington en el pasado. No olvidemos que Venezuela superaba en desarrollo a los países del Golfo durante las décadas de 1950 y 1960.
Es cierto: el paisaje urbano de Arabia Saudita es infinitamente superior al de la Venezuela actual. También es verdad que esos países tienen capital disponible para invertir en EE.UU., capital que han acumulado vendiendo petróleo —igual que China, que ha generado divisas vendiendo a EEUU. Es igualmente cierto que Venezuela ha sufrido una corrupción desmesurada en la ejecución de obras públicas que no se concluyen y ha cometido errores graves en decisiones económicas que le han impedido producir más barriles que los países del Golfo. Pero para recuperar a Venezuela hay que enfocarse en su potencial, no quedar atrapados en los errores de sus gobernantes ni en las políticas erradas de Washington en el pasado. No olvidemos que Venezuela superaba en desarrollo a los países del Golfo durante las décadas de 1950 y 1960.
Debemos mirar a Venezuela con una perspectiva fresca, reconociendo su potencial y estableciendo una hoja de ruta que incluya acciones correctivas por parte de EE.UU., del gobierno venezolano y de su oposición. Cada parte debe contribuir, incluso si algunas están más dispuestas que otras. Lo importante es que las acciones correctivas del gobierno estadounidense pueden detonar reacciones en cadena, impulsando cambios en la oposición venezolana y eventualmente en el propio gobierno. Si analizamos objetivamente la riqueza del país, podemos inspirar una nueva narrativa: Venezuela puede volver a renacer con fuerza.
Bajo la superficie, Venezuela posee una de las mayores concentraciones de riqueza mineral del planeta. Según el Atlas Mundial de Recursos Naturales, no solo alberga las mayores reservas probadas de petróleo, sino también vastos yacimientos de gas, coltán, oro, litio, hierro, bauxita, agua dulce y tierras fértiles. A diferencia del Golfo Pérsico, cuya riqueza depende casi exclusivamente del petróleo, Venezuela presenta una diversificación geológica estratégica, clave para las industrias del futuro. Venezuela podría convertirse en un socio energético, logístico de primer nivel para Estados Unidos.
Y es que EE.UU. no tiene un sustituto real para Venezuela, ni Venezuela lo tiene para EE.UU. Canadá produce petróleo, sí, pero lo hace con empresas canadienses. México opera con Pemex, una empresa estatal. En los países del Golfo, las utilidades quedan en manos de sus monarquías. Venezuela es distinta: su nuevo marco legal permite que empresas extranjeras operen directamente los campos, controlen los barriles y comercialicen la producción.En Venezuela las empresas de EEUU obtienen su barril más rentable a nivel mundial.
Los beneficios que podría obtener EE.UU. si concentra su negocio petrolero en Venezuela, ahora que el fracking está limitado, se multiplicarían exponencialmente: dividendos para accionistas norteamericanos, incluyendo fondos de pensión, universidades y fondos mutuos; más empleos e inversión en Texas, Florida y Luisiana (ingenieros, técnicos, refinadores, navieros, constructores); mayor dinamismo en bienes raíces; ingresos para Wall Street por reestructuración de deuda. Se estima que una reactivación plena de la cooperación energética con Venezuela podría generar entre 15.000 y 25.000 empleos y hasta 80.000 millones de dólares en contratos para EE.UU. en seis años. El crudo venezolano —especialmente la mezcla Merey— es ideal para las refinerías del Golfo de México, y su importación abarata la refinación y estabiliza los precios de la gasolina para el consumidor estadounidense.
Contrario a lo que muchos creen, ni China, ni Irán, ni Rusia han ocupado ni ocuparán el vacío que ha dejado EE.UU. en Venezuela. Rusia compite con Venezuela por mercados clave como China y Europa, y además tiene su propio territorio vacío. Irán está en condiciones similares. China compra petróleo a Rusia y Asia Central. Y es por eso que Venezuela colapsa bajo sanciones de EEUU.
La política exterior de Donald Trump pareciera estar en una transición, moviéndose hacia impulsar negocios y que sean estos los que fortalezcan a los ciudadanos para impulsar libertades políticas, sin imponer plazos. En lugar de exportar democracia, economía verde y arreglos políticos de arriba abajo tipo OTAN, Trump parece apostar por acuerdos comerciales, fusiones y adquisiciones, alianzas estratégicas, innovación tecnológica y enfocarse en que cada uno fortalezca su economía real. Este cambio de parámetros podría fortalecer a los ciudadanos económicamente para que sean ellos los luchen contra la corrupción y por sus libertades.
Las visiones de Obama y Biden, de imponer economía verdes o democracias en el mundo por mandato, tienden a momificar, concentrar y burocratizar las decisiones en Washington y, sin querer, podrían reemplazar a los pueblos en hacer su esfuerzo por autodeterminarse.
X: @alejandrojsucre
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