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Leones y rugidos

“…ni el capital puede subsistir sin el trabajo, ni el trabajo sin el capital...así ha dispuesto la naturaleza que, en la sociedad…clases gemelas concuerden armónicamente y se ajusten para lograr el equilibrio.Ambas se necesitan en absoluto”. León XIII

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

18/05/2025 05:08 am

Gran parte de mi vida, por no decir toda, vi y oí calificar cientos de veces a León XIII de “reaccionario, enemigo de la revolución”. Hoy, como el nuevo Papa Prevost tomó su nombre, acto imposible de creer casual, muchos que lo desean posmo, transforman retrospectivamente al antecesor y descubren que no era tal “cavernícola”. Según esta epifanía, ahora León XIII fue un progre, populista, precursor en 1879 de la Teología de la Liberación, Helder Cámara, Leonardo Boff y Ernesto Cardenal. Esa historieta distrae que con su Encíclica de 1891, Rerum novarum (Sobre las cosas nuevas) la Iglesia, apabullada por la violencia de los movimientos revolucionarios, irrumpe con un mensaje humanista, moderado, de entendimiento.

”Es difícil realmente determinar los derechos y deberes (de) ricos y proletarios, los que aportan el capital y los que ponen el trabajo. Es una discusión peligrosa, porque de ella se sirven con frecuencia hombres turbulentos y astutos para torcer el juicio de la verdad e incitar sediciosamente a las turbas” (RN). Esa Encíclica fue un poderoso instrumento para el debate que ya dura casi dos siglos, escrita cuando culmina la revolución industrial, uno de los saltos sociales tecnológico-civilizacionales más prodigiosos, holísticos y también disruptivos de la historia. El paso de usar la piedra bruta a la trabajada tarda 10 mil años y lo llamamos “revolución neolítica”. La revolución industrial, para Marx la gran “acumulación de capital”, en apenas siglo y tercio produce un cambio que empalidece, deja atrás lo logrado en 40 milenios anteriores.

Duplicó la expectativa de vida, anotaremos para comenzar. Erick Hobsbawm ilustra la miseria extrema, moral y física en el ancien régime. Cuenta que los señores feudales negociaban las parcelas con “animales y almas” incluidos, lo que Marx lo describe como “la vida reptante de los campesinos”, pegados a la tierra. La revolución francesa y luego Bonaparte, imponen en Europa a punta de bayoneta, el programa “libertad, igualdad, fraternidad”. Libertad para que los campesinos migren a las ciudades a contratarse en las fábricas, convertidos en proletarios; igualdad para eliminar los privilegios de la nobleza que inferiorizaba a la burguesía, nuevo poder en ascenso. Fraternidad, la gran consigna de una nueva era, basada en el Estado de Derecho.

Pero el progreso trae perturbaciones: en el siglo XIX ya los pobres no están ocultos en campos que nadie ve, son ciudadanos urbanos, andan por las calles, turban la tranquilidad o impresionan a muchos, especialmente a los intelectuales. Surge la falsa y funesta idea de que pobres y ricos están obligados a combatirse. “Es mal capital, en la cuestión que estamos tratando, suponer que una clase social sea espontáneamente enemiga de la otra, como si la naturaleza hubiera dispuesto a los ricos y a los pobres para combatirse mutuamente en un perpetuo duelo” (RN). Es el llamado “problema social moderno”, pérdida de la paz posmedieval, sacudida por masas ruidosas que concurrían a sus sitios de trabajo a pie o en trenes.

Los partidos políticos y sindicatos que aspiran representarlos, comunistas, anarquistas, socialistas utópicos, no ven el milagro social ocurrido, sino los problemas, el vaso medio vacío, como evidencia Los Miserables, el exitoso aborto de Víctor Hugo. León XIII y la Rerum Novarum deberían estudiarse en las escuelas de ciencias sociales, autor y documento que surgen en la defensa de la cohesión social y para mejorar la vida de las mayorías en la modernidad. La doctrina social de la Iglesia enfrenta el reinado intelectual de Marx y Proudhon, con los mitos más poderosos y dañinos: la plusvalía y la lucha de clases para que los trabajadores tomen las fábricas y acaben con la explotación, lo que condenó for ever el socialismo a la miseria.

“Los socialistas atizan el odio de los indigentes contra los ricos para acabar con la propiedad… (y) que, en su lugar, todos los bienes sean comunes y administrados por …el municipio o (el) gobierno... Creen que (así)… se podría curar el mal presente. Pero esta medida es tan inadecuada… que…perjudica a las propias clases obreras” (RN) Sus lineamientos se reflejan en la socialdemocracia reformista de Karl Kautsky y Eduard Bernstein y que la separan del comunismo. Conoce y plantea las condiciones de vida y la falta de protección social en ese “capitalismo” recién estrenado, en pañales, pero que ya entonces Bismarck un estadista muy lejano de la izquierda y de la revolución, intenta corregir con lo que conocemos como sistema de seguridad social.

También habló León XIII de la jornada de ocho horas y de los derechos laborales. Naturalmente era “reaccionario”, un “reformista” en medio de la prédica altisonante, atronadora de Marx, quien insultaba, encanallaba a quien no compartiera sus disparates. Más tarde los revolucionarios, en la misma tónica, llamarán a la socialdemocracia “socialfascistas” y así entronizarán a Hitler. Rerum novarum es anticolectivista, después de la triste comuna de París y casi cuarenta años antes de los bolcheviques y anuncia a donde fatalmente conducen.

“Luego los socialistas empeoran la situación de los obreros todos, en cuanto tratan de transferir los bienes de los particulares a la comunidad” (RN).

¿A dónde va el nuevo Papa León XIV? Su elección fue particularmente rápida, en el segundo día y la cuarta votación, sin estar entre los favoritos ni los más conocidos y por lo tanto fue un fenómeno electoral. El mismo declaró el 10 de mayo en el Colegio Cardenalicio que se identificaba con León XIII, porque le tocó manejar las secuelas de la revolución industrial y a él le toca con la IA. La facilidad con que fue electo revela que su nombre respondió a un deseo de equilibrio, de centralidad, entre conservadores y “acelerados”. Tendrá al frente el caso del Opus Dei, una útil organización que Francisco sacrificó a presiones “de izquierda”. Luce deslumbrado por las argucias ambientalistas, y menos por las “de género”. Pontífice significa algo así como artífice de puentes.

@CarlosRaulHer
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