Espacio publicitario

Iguales y distintos

Asumirse como iguales y a la vez diferenciarse, saberse portadores de un inicio: he allí un reto complejo pero imposible de obviar si lo que se pretende es llenar de sentido a la política, recuperar la capacidad para la acción...

  • MIBELIS ACEVEDO DONÍS

17/05/2025 05:04 am

Posverdad, gaslighting, cancelación cultural, polarización y triunfo de la demagogia, tiranía de las fake news, vértigo comunicacional, el “yo acuso” en vez del “yo verifico, examino y contrasto: sólo entonces soy capaz de juzgar”… ¿Cuánta nueva impugnación puede soportar la idea del progreso lineal, ascendente, inevitable, la sospecha baconiana de que las sociedades mejorarían en la medida en que tuviesen mayor acceso al conocimiento, la tecnología y la información compartida? (En los albores del siglo XVII, el poeta John Donne argüía que la suya, lejos de una edad de oro, era "edad de Hierro, y también oxidada"). Vivimos tiempos que lucen cada vez más “oxidados”, pues, cada vez más renuentes a dar crédito a ese ideal, a reivindicar al ejercicio de la política como llave para la cohesión.

Ante los odiosos sesgos que propician las cámaras de eco en las redes, y la tendencia a privilegiar el orden sobre la verdad, como afirma Yuval Noah Harari, se vuelven borrosas las promesas de que la creciente interconectividad redundaría en una horizontalización favorable al encuentro discursivo, al flujo lateral de información, al intercambio eficaz de ideas y puntos de vista, a los consensos. A la evolución de lo político, por ende, en tanto redistribución más equitativa del poder. Horizontalización que a su vez fuese precursora y aliada de la pluralidad, esa resistencia a la homogeneidad que, según Arendt, posibilita el debate, la acción y el vínculo dialógico entre individuos en el espacio público. Y es que la dinámica política debería apelar, al mismo tiempo, a la noción de igualdad y distinción. Una sin la otra conduce a la injusticia o la arbitrariedad, a la imposición que degenera en autoritarismo e ilusión de omnipotencia.

No en balde la pluralidad humana resulta tan inquietante para los déspotas, para los beneficiarios de la simplificación de ideas y la proliferación de los clichés, en tanto ella anuncia diferencias tan reales y sustantivas que no admiten la evasión consentida. Para bien y para mal, al vivir en medio de la “paradójica pluralidad de los seres únicos” podemos amenazarnos mutuamente, advierte Arendt. Hacer política requiere entonces abrazar ese riesgo: pues es la pluralidad, específicamente, “no sólo la conditio sine qua non, sino la conditio per quam de toda vida política”. Esto es, interactuar, pensar, comprender al que se muestra significativamente diferente a mí y que, en tanto humano, comparte al mismo tiempo con nosotros una naturaleza que nos hace semejantes. De eso se trata ese existir en el entre-nos que permite habilitar el mundo común y hacernos presentes en él. Pues, si como pensaban los romanos, “vivir” es lo mismo que “estar entre hombres”, ínter nomines esse, políticamente hablando “morir es lo mismo que ‘dejar de estar entre los hombres”.

Pero, ¿qué implica “comprender”, abrazar conscientemente esa constante presencia de aquellos que dan fe de la revelación del agente, de su discurso y su acción? Comprender (del latín "comprehendere": "sujetar", "rodear por todas partes") nos habla de una capacidad para participar activamente en la vida política y tomar decisiones informadas, sin jamás cansarse del diálogo interminable y de los “círculos viciosos”. Para ello, toca partir del conocimiento de lo factual, el respeto por la evidencia; tener consciencia de la complejidad humana, ejercitarse críticamente para domar el alma (Weber dixit), eludir los lugares comunes y reduccionismos que son la bancarrota de la imaginación. La comprensión, precisa también Arendt en Las dificultades de la comprensión (1953), “diferenciada de la información correcta y del conocimiento científico, es un proceso complicado que nunca produce resultados inequívocos”. Contraria a la fantasía, es una actividad “en constante cambio y variación, por medio de la cual aceptamos la realidad y nos reconciliamos con ella, esto es, intentamos sentirnos a gusto en el mundo”. Al revés del perdón, capacidad invaluable pero que se agota en un solo acto, la comprensión “no tiene fin” y por tanto produce resultados inciertos. Poder comprender fenómenos tan aberrantes y anti-humanidad como es el totalitarismo, por ejemplo, “no supone perdonar nada, sino reconciliarnos con un mundo en el que tales cosas son posibles”.

Pretender suprimir, pervertir o abreviar la comprensión, ese intento por reconciliarnos “con lo que hacemos y padecemos”, sólo redundaría en simplificación de la realidad y adoctrinamiento. En una conculcación de la libertad para discrepar, aplicar pensamiento crítico y penetrar imparcialmente hechos que acaban siendo tachados como insuficientes, que “pierden su peso e intensidad por medio de la evaluación o del sermón moral”. En ese triste caso, las destrezas para analizar falacias y otras deficiencias del razonamiento, lejos de demostración de virtud cívica, se perciben entonces como intervención discordante, innecesaria; pues todo se reduce a encuadrarse en el pre-juicio y la apariencia de verdad, a adoptar creencias, ortodoxias o sistemas “lícitos” de pensamiento, a no desentonar ni ir en contra de la opinión popular. A sacrificar, por ende, toda expresión de pluralidad.

Sobra decir cuán deletéreas resultan tales derivas para democracias siempre amenazadas por la falsa consciencia, la “falsa pretensión de universalidad” (Posada Gómez, 2022) que porfía en estas viejas-nuevas ortodoxias y sus cultores. En lugar de vigorizar nociones como la de ciudadanía global, valores afines a la sociedad abierta y asentados en el reconocimiento universal de esa humanidad que nos iguala y vincula (ideal ético más que prescripción sociológica, avisa Adela Cortina; pero que debería calzar cómodamente en las bondades de la sociedad-red) el reciclaje de ideas muertas en la posmodernidad ha vuelto un problema el vivir fuera de la tribu. En un campo minado por la desconfianza mutua, la distinción identitaria resulta en novedoso pretexto para la no-integración. Acerca de esa sensación generalizada de persecución y discriminación colectiva que, atada al ascenso de Trump, se ha apoderado de izquierdas y derechas en EE. UU., reflexiona Amy Chua en Tribus Políticas, El instinto de grupo y el destino de las naciones (2018), por cierto. “El instinto tribal no es solo un instinto de pertenencia. También es instinto de exclusión”: un grado de resentimiento hacia el contrario que va más allá del natural desacuerdo político, conspira hoy contra la construcción de una unidad “que reconozca la realidad de las diferencias grupales” y evite que la democracia se transforme “en un motor de tribalismo político de suma cero”.

Asumirse como iguales y a la vez diferenciarse, saberse portadores de un inicio: he allí un reto complejo pero imposible de obviar si lo que se pretende es llenar de sentido a la política, recuperar la capacidad para la acción, elevar la calidad del debate en la esfera pública y democratizarlo. En relación a este punto, conviene recordar lo que señalaba John Dewey en 1916. La democracia es mucho más que una forma de gobierno, más que un conjunto de procedimientos, más que una actividad competitiva que transforma a los rivales en entes malévolos y equivocados (McCoy, 2019). La democracia es, sobre todo, un entramado social de interacción, “un modo de convivencia asociada, de experiencia comunicada conjuntamente”. Alcanzar eso no sólo dependerá de contar con esa disposición que entre pensadores críticos impele a “descubrir lo verdadero”, a dudar y argumentar; sino con la actitud de genuina apertura intelectual que, en relación a opiniones y puntos de vista contrarios, también nos permite reconocer puntos ciegos, los propios límites y predisposiciones.

Sí: que prospere el pensamiento crítico -y con ello, esa capacidad de interpelarnos, de comprender la realidad y de juzgar que nos vuelve ciudadanos mejor equipados para la vida en la polis- sólo es posible mediante la interacción sensible con los distintos (e iguales). Defender con coraje la pluralidad en tanto antídoto contra la tribalización, el retroceso y la intransigencia, será un buen comienzo para recomponer esos espacios comunes entre las personas que los autoritarios siempre aspiran a uniformizar, a volver simples cotos de sus leales.

@Mibelis
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario