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Pitchers asesinos

Hoy –más que en épocas anteriores– usan el tirar la bola a la cabeza y pitchers y una legión de ingenuos aclaran que “sin intención”. No es verdad.

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

10/05/2025 05:00 am

Hace más de treinta años vengo denunciando el grave problema de la impunidad de los delitos en los deportes. Por supuesto que eso es como clamar en el desierto. Dentro del cúmulo delictivo está el de los velocísimos lanzamientos intencionales a la cabeza del bateador, que por lo visto están muy de moda. Es claro que la bola se desviará del “home” muchas veces; pero no tánto como para pegarle a alguien en la cabeza porque la principal característica o virtud de un pitcher de Grandes Ligas es el control. Y, ciertamente, el lanzar “pegado” porque es axiomático que un gran pitcher debe asustar así a los bateadores, con la sola y dignísima excepción del caballeroso Sandy Koufax. Se sabe que la bola es durísima y es como darle una pedrada en la cabeza al bateador. Lo cual hecho ex profeso es un delito de homicidio tentado o consumado y al menos un crimen de lesión personal. Pruebas al canto:

El 30 de marzo de 2025 los periodistas estadounidenses Tim Stebbins y Anne Rogers informaron: “India golpeado en el casco por recta de Clase a 98.9 mph: “No fue intencional. KANSAS CITY. Un lanzamiento después de que Jonathan India fuera “cepillado” por una recta a 97.1 mph adentro y arriba del cerrador de los Guardianes, el dominicano Emmanuel Clase, el primer bateador de los Reales fue golpeado en el lado izquierdo de la cara por una recta cortada a 98.9 mph en la parte baja del noveno inning el domingo en el Estadio Kauffman. La pelota pareció rozar la orejera del casco de bateo de India, quien cayó al suelo y se agarró la cara”. (“mph” es “millas por hora”).

Según ESPN Deportes (YouTube DianyerAlberto - Baseball Channel) “Spencer Jones dio tremendo pelotazo a la cara del dominicano Rosario. Sí, la noticia que Spencer Jones le dio un duro pelotazo en la cara al bateador Amed Rosario es cierta. El pelotazo fue tan fuerte que se escuchó el impacto en todo el estadio, y la escena fue alarmante para los presentes. Jones lanzó una bola rápida de 100 mph que golpeó directamente en la cara de Rosario. Consecuencias: Rosario se tambaleó, cayó al suelo y comenzó a sangrar. Tuvo que ser retirado del juego por el personal de entrenamiento. Reacciones: El personal del equipo de los Rays, así como algunos miembros del staff de los Pirates, se acercaron para ayudar a Rosario. ¿Por qué fue tan fuerte el impacto? La bola rápida de Jones era extremadamente rápida (100 mph), lo que significa que se movía a una velocidad muy alta cuando golpeó a Rosario. Esto, combinado con el impacto directo en la cara, hizo que el pelotazo fuera tan duro y alarmante. el lanzamiento se elevó y golpeó el casco de Rosario, lo que podría haber contribuido a la intensidad del golpe. En resumen: La noticia de que Spencer Jones le dio un pelotazo terrible en la cara a Amed Rosario es cierta, y fue un incidente muy preocupante debido a la velocidad del lanzamiento y la ubicación del impacto”.

Se debe ser, dígase de una vez, claro en esto: algunos juegos de béisbol han sido, son y serán escenarios de lesiones delictuosas y aun homicidios frustrados y hasta consumados por excepción. Como hay la sensación generalizada de que el deporte es sólo fiesta inocente y sacrosanta diversión, a muchos parecerá esa afirmación exagerada, odiosa e, incluso, absurda. Pero es la verdad. Se terminan de citar dos terribles ejemplos recientes cuya lógica es irrebatible. Ha habido declaraciones de lanzadores de las Grandes Ligas, en las que reconocen haber tirado la pelota sobre los bateadores para golpearlos y que, en efecto, los han golpeado. Se ha de hacer hincapié en la velocidad de esos lanzamientos y en lo sólido de las pelotas. ¿Por qué esa afirmación debe extrañar entonces? Si un lanzador tira un bolazo intencional a la cabeza de un bateador a la escalofriante velocidad descrita hay una tentativa de lesión, que puede también consumarse; y si muere, un homicidio preterintencional; un homicidio frustrado si hubo intención de matar sin lograrlo; y aun consumado de haber dado muerte así.

Poco importa que sólo haya fallecido un jugador en la historia de las Grandes Ligas por un pelotazo: Ray Chapman, del equipo Indios de Cleveland, murió por un pelotazo que le propinó, el 17 de agosto de 1920, el lanzador Carl Mays, de los Yankees de New York. Los jugadores de Grandes Ligas lo son precisamente por su gran destreza y dentro de ella factor básico son los reflejos. Estos ayudan a quitarse de encima esos proyectiles y, además, en la actualidad, se usa obligatoriamente el casco protector.

Y lo más importante es que no se circunscribe el deporte del béisbol solamente al ámbito de las ligas mayores, sino que se juega en mayor cantidad y en muchas partes, en el nivel profesional también o en el aficionado. En este último los peloteros no tienen tánta habilidad y no pueden quitarse de encima esos lanzamientos homicidas de "pitchers" que, si bien no cuentan con los recursos y habilidades de los "Grandes Ligas", si cuentan a veces con una velocidad tan tremenda como la de éstos y por tanto pueden hacer similares lanzamientos mortíferos. Hay lanzadores –muy pocos en verdad– que no están en las Grandes Ligas o son simples aficionados y lanzan a la misma velocidad que la promedio del “Big show”. Lo que más distingue a los lanzadores de Grandes Ligas (además de la velocidad, naturalmente) son la variedad y efectividad de curvas y el control. En ligas menores o infantiles han muerto más víctimas de esos bolazos. A la pelota muchas veces la untan con substancias prohibidas, o con saliva o con limas o papel de lija que guardan en sus bolsillos o pegan a sus gorras o correas. Pero los árbitros los ven (y también los espectadores sobre todo por TV) y no hacen absolutamente nada... Y lo peor es que los dueños de equipos y las autoridades de este deporte tampoco.

¿Cuántos habrán muerto a consecuencia de tales terribles pelotazos deliberados? Debe advertirse también que en ocasiones un golpe por la cabeza no mata en el momento sino que puede manifestarse fatídicamente a los días o aun semanas, una vez concluido el llamado en lenguaje médico "intervalo lúcido". No obstante, lógicamente, esos casos no generan tánta publicidad como, por obvias razones, sí lo fue el caso del infortunado lanzador Chapman, del Cleveland.

Algunos batean con bates irreglamentarios porque han sido previamente “arreglados” o falsificados. Esos bates los “arreglan” abriéndoles con una mecha un hueco, de modo que entre la mecha por la parte más gruesa del bate y vaya hacia su interior y entonces eso se rellena, bien con corcho o bien con goma, como de cauchos de automóviles o goma de borrar; ya con eso bien relleno o bien pisado se tapa con la madera y, como los bates en su parte superior tienen una especie de redondillo que deja el torno, no es fácil de apreciar; pero tampoco es fácil de usar un bate de ésos. A veces –muy pocas– algunos han usado esos bates por una campaña entera. Los descubren cuando se le parten a un bateador y se ve o advierte el corcho. Y suspenden al bateador, con lo cual le hacen daño al equipo y al público, mas no al sujeto infractor. Quien “arregla” o arreglaba mejor esos bates “encorchados” es o era un venezolano e irónicamente no era un bateador sino un lanzador, al que algunos big leaguers le enviaban bates de EE.UU. al efecto.

Hay que destacar la opinión del famoso manager Herzogh, acerca de su temor porque algún pitcher pierda la vida porque ciertos jugadores sin escrúpulos usan bates con corcho. Y en relación con que cuando se descubre alteración en un bate deben suspender al jugador de por vida... Todo esto ¿no interesa al Derecho Penal?

Hay eso y también lo de pelotas que se acomoden para que curveen más, o "bola de saliva", que consiste en una treta por medio de la cual el lanzador ensaliva la pelota y hace así su trayectoria más curvilínea. Es sabido que los lanzadores efectúan una gama de trayectorias rectas o curvas, según agarren la bola al lanzarla. Las "curvas" comunican gran eficacia a los lanzadores pues dificultan el batear. Precisamente este tipo de lanzamientos ("quebrados" en el argot) marca la diferencia entre lanzadores de Grandes Ligas y de Ligas Menores o "amateurs", que no exhiben un variado repertorio de lanzamientos en curva y dependen casi en absoluto de rectas, algunas de las cuales, como se dijo con antelación, a casi igual velocidad que los "big-leaguers" en algunos casos.

Para obtener esa mayor eficacia, los lanzadores se interesan al máximo en aumentar la circunferencia de sus curvas. Y hace mucho descubrieron que si untan la bola de saliva u otras substancias, logran que gire más. Parecido efecto se alcanza si engrasan de algún modo la pelota, como por ejemplo usando brillantina o crema fijadora del cabello. Otros trucos para hacer más "curvera" la pelota es lijarla, con el fin de darle más agarre, o hacerle pequeños surcos con las uñas para lo mismo. En resumidas cuentas, los lanzadores se valen de una serie de artimañas para que sus tiros curvos tengan más efecto. Las pelotas deben ser iguales para que todos compitan en paridad de condiciones. Por eso están prohibidos actos preparatorios de las pelotas.

Y, además, porque tal indebida preparación hace peligrar a los bateadores, quienes pueden resultar sorprendidos por una curva inusual, respecto a los lanzadores en general o respecto a un lanzador en particular. Dicha sorpresa puede ocasionar una lesión, ya que con frecuencia las curvas van ("rompen") hacia el bateador a mucha velocidad. Esto puede ser así, principalmente, en la curva conocida como “screw ball”. Y si el radio de la curva es excepcional, se disminuye la capacidad defensiva del bateador, quien está acostumbrado a ver un tipo de curvas menos fuertes y está preparado para evadir curvas menos peligrosas. Esa impreparación ante pelotas “envenenadas” puede causar una lesión grave y aun la muerte.

Dada esta peligrosidad es por lo que se arman pleitos con cierta regularidad y cuyo inicio es la exigencia de revisión de la pelota, hecha al árbitro por jugadores contrarios al lanzador. Estas estratagemas son mal vistas y los lanzadores se disgustan, o fingen disgustarse, cuando se les hace alguna reclamación en este sentido. Pero lo cierto, al margen de discusiones sinceras o simuladas, es que muchos lanzadores echan mano a esos irreglamentarios recursos, toman ventajas indebidas y, lo más serio, ponen en peligro a los bateadores. Lo hacen de forma descarada y todos los que vean béisbol profesional pueden observar el proceso de "salivación" y afines. Igualmente presencian esto los árbitros y habitualmente no hacen nada por evitarlo.

No únicamente es el béisbol el deporte afectado hasta la médula por la tan evidente cuan repulsiva impunidad, sino también el fútbol está infectado por esa pésima conducta arbitral, muy influida por los dueños de equipos por razones crematísticas: mientras más violencia (aunque sea ilegítima a aun criminosa) más pasión del “monstruo de mil cabezas” (el público) y más gusto enfermizo por el apaleamiento –casi a la usanza de los peleadores del UFC– que se dan entre sí los jugadores: tal postración moral e inverecundia –los árbitros permiten que se apaleen del modo más grave y a ojos vistas– es causa de que las ganancias económicas sean siderales y todos contentos, con desprecio de la educación de los pueblos del orbe (el fútbol es el deporte más universal) cuya educación se resiente de este paradigma invertido de que lo que debiera ser el deporte si hubiera una competición limpia, sin violencia ilegítima ni trampas, con el debido respeto por la dignidad, integridad física y hasta la vida de los jugadores, que tienen derecho a no ser lesionados ni matados. El depoprte debe respetar el derecho del pueblo a la educación al través de paradigmas éticos.

Un deporte desviado de su esencial oriente noble es un factor criminógeno directo e indirecto por medio del ultrapresenciado y muy mal ejemplo de conducta, que habrá de repercutir en esencial sobre niños y jóvenes. Es desagradable ver la impune tunda de palos que se dan los futbolistas gozando de la incuria arbitral (apadrinados por los gozosos dueñios de equipos), que tolera golpes de toda índole y con mayor ahínco en los cracks, como Lamine Yamal o el jugador que más permite la evocación de Pelé, quien a no dudarlo es por mucho el futbolista más grande de todos los tiempos. Harto difícil, sin embargo, le será a este maravilloso jugador igualar al astro brasilero porque carece de la portentosa potencia física que tenía el granítico Pelé, quien además disparaba fortísimos cañonazos con ambas piernas y no con una sola como en el caso de Maradona y Messi, que por eso –chille quien chille– están en un nivel muy inferior al astro brasilero. Con Pelé sólo se puede comparar a Alfredo Di Stéfano, quien me preguntó si yo había visto alguna vez pitar un penalti en un córner donde, como todos saben, menudean todo tipo de impactos por supuesto impunes...
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