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El Luis Herrera que conocí

No nació en Barquisimeto, pero su arraigo con la ciudad lo convirtió en uno de sus hijos más entrañables. El cronista Carlos Enrique Guerra Brandt revive los días juveniles del presidente y los lazos indelebles que lo unieron a la capital larense

  • LUIS ALBERTO PEROZO PADUA

09/05/2025 05:02 am

Corría diciembre de 1978 y Venezuela despertaba con nuevo presidente electo. Luis Antonio Herrera Campins (4 de mayo de 1925 – 9 de noviembre de 2007), abogado, periodista y político de verbo culto y espíritu sarcástico, había sido elegido para un mandato de cinco años que ejercería entre 1979 y 1984. Pero mientras otras ciudades lo esperaban con protocolos y corbatas, su primera visita como presidente electo fue a Barquisimeto, la ciudad donde había sembrado afectos y memorias.

Carlos Enrique Guerra Brandt, entonces un adolescente de 14 años recuerda aquel episodio como si lo proyectara una cinta sin cortes. “La Guardia de Honor rodeó toda la cuadra. Era extraño ver tanta vigilancia, hasta que nos avisaron que el presidente estaba a escasos metros, en la casa de los Zapata Escalona, vecinos nuestros. Salimos con curiosidad y asombro. Allí estaba él, sentado en la sala, enflusado, como uno más de la familia”.

Luis Herrera Campins no había nacido en Barquisimeto. Lo hizo en Acarigua, pero como muchos otros que se afincan en la ciudad crepuscular, se volvió un barquisimetido, ese gentilicio afectivo con el que los locales adoptan a quienes la hacen suya para siempre.

“La palabra clave con él fue siempre el arraigo”, afirma Carlos Enrique Guerra Brandt. “Conocía a todos, recordaba nombres, anécdotas, esquinas, casas y melodías”.

El Barquisimeto silencioso
Luis Herrera Campins vivió en la carrera 17, entre calles 29 y 30, a cuadra y media de la casa de los Guerra. Era un joven aplicado, criado por doña Rosalía Campins de Herrera, su madre, en una casa que compartía patios y paredes con otras familias tradicionales.

Estudió en el Colegio La Salle, el más antiguo de Venezuela dirigido por los hermanos lasallistas. Allí fue discípulo aventajado del hermano Nectario María. “En los libros de notas, siempre aparece de primero”, cuenta Carlos Enrique Guerra Brandt con un dejo de orgullo ajeno pero sentido.

Pero más allá de los salones, lo que marcó su sensibilidad fue el rumor melódico de la ciudad. La Orquesta Mavare, dirigida por el maestro Miguel Antonio Guerra Ravelo —abuelo del entrevistado—, ensayaba todas las tardes en la quinta familiar y luego en la esquina de la carrera 16 con calle 29, cerca del templo de La Paz.

“Luis Herrera Campins me decía que después del colegio se sentaba a escuchar los ensayos como quien va al teatro. Para él era un concierto diario. Aquellas cuerdas, metales y maderas eran parte del ambiente natural del Barquisimeto de entonces: un Barquisimeto silencioso, musical, apacible”.

Ese contacto temprano con la música y la cultura afiló su sensibilidad y sembró en él un compromiso que años después llevaría a la presidencia: fomentar el arte, la lectura, la identidad.

Cada 14 de enero con la Pastora
Pocos presidentes venezolanos han tenido la relación que Luis Herrera Campins mantuvo con su ciudad de afecto. Asistía cada 14 de enero a la procesión de la Divina Pastora, incluso antes de ser figura pública, y jamás dejó de caminar con la Virgen por las calles de Barquisimeto, incluso siendo presidente de la República. Lo hacía con discreción, entre la multitud, como uno más. Pero no solo venía a rezar, también a preguntar.

“Siempre quería saber si tal negocio seguía abierto, si fulano aún vivía, si la dulcería de la esquina mantenía la receta”, rememora Carlos Enrique Guerra Brandt. “Tenía una memoria impecable, recitaba nombres completos, con ambos apellidos. Si te conocía una vez, no te olvidaba nunca”.

Esa lucidez no era pose: fue rasgo. Su cultura general era desbordante. Estudió Derecho en la Universidad Central de Venezuela y luego cursó estudios en la Universidad de Santiago de Compostela, en España. Leía con avidez, escribía con estilo, debatía con ironía y amabilidad.

Como presidente, su gestión no solo se enfocó en infraestructura o economía. Apostó por el alma del país. Fundó casas de la cultura, ateneos, bibliotecas. Apoyó giras nacionales de músicos y conciertos públicos. Hizo que la cultura viajara por todos los rincones de Venezuela.

Una de sus obsesiones fue llevar el arte al espacio urbano. Y Barquisimeto recibió de él una joya: la Cromoestructura Radial, del maestro Carlos Cruz-Diez. “Luis Herrera Campins lo llamó personalmente a París y le pidió una obra para la ciudad. Cruz-Diez vino a Barquisimeto, escogió el lugar y la obra fue financiada por la Secretaría de la Presidencia de la República”.

Una llamada al mes
Después de dejar la presidencia en 1984, Luis Herrera Campins no se encerró en el retiro político ni se alejó de la gente. Al contrario, mantuvo con muchos de sus amigos y vecinos una relación constante. Carlos Enrique Guerra Brandt era uno de ellos.

“Hablábamos por teléfono una o dos veces al mes. Siempre tenía tiempo. Te atendía personalmente. Nunca delegaba en secretarios. Era como hablar con un viejo amigo, con la diferencia de que ese amigo había sido presidente de la República”.

Lo definía su sencillez, esa humildad difícil de encontrar en las alturas del poder. “Tenía un humor sabroso, una mirada penetrante, y una capacidad de análisis que asombraba. Hablaba pausado, meditaba cada palabra, y siempre concluía con una enseñanza”.

Carlos Enrique Guerra Brandt lo dice sin alarde: “Aprendí mucho de él. No solo por lo que fue, sino por cómo fue. Era una clase constante de historia, humanidad y cultura”.

Aplausos al barquisimetido
El centenario de su natalicio es más que una efeméride. Es una oportunidad para recordar que la historia de un país también se cuenta desde las aceras de sus barrios, desde los patios donde suena una orquesta, desde los saludos entre vecinos.

Luis Herrera Campins fue presidente de Venezuela, sí. Pero en Barquisimeto fue mucho más: un hijo adoptivo que devolvió con creces el cariño recibido.

“Lo mejor que podemos decir hoy es que fue el barquisimetido más barquisimetano. Él mismo lo decía con orgullo. Y si caminamos por la ciudad, todavía podemos ver su huella. No solo en las obras que dejó, sino en la memoria viva de quienes lo conocimos”.

Carlos Enrique Guerra Brandt hace una pausa, como si volviera a tener 14 años y lo viera de nuevo, sentado en la sala de los Zapata, rodeado de vecinos. “Luis Herrera Campins no se fue nunca. Se quedó entre nosotros, como la música de la Mavare, como una buena conversación, como un recuerdo noble”.

Luis Alberto Perozo Padua
Periodista especializado en crónicas históricas
luisalbertoperozopadua@gmail.com|@LuisPerozoPadua
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