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Repetición y sinonimización

No he hallado mejor método en mi larga carrera como escritor profesional (de más de treinta y cinco años), que leer tomando notas o subrayando en la página

  • RICARDO GIL OTAIZA

08/05/2025 05:03 am

Escribir no es nada fácil; bueno, me refiero a escribir para publicar: que llegue a los otros y toque fibras muy íntimas en quienes leen los textos, que comunique con precisión y también con belleza aquello que anhelamos transmitir, y así nuestras palabras queden en las cabezas de los demás, orbitando, dando vueltas y vueltas, horadando conciencias, generando sinapsis, produciendo destellos que se transformen en imágenes imborrables, y puedan (hipotéticamente) impactar la vida de la gente: su mundo interior, su manera de pensar y de sentir.

Para que todo esto acontezca, se requiere de varios elementos, no necesariamente tangibles, pero, es a través de lo que vemos, cómo podemos llegar al público y alcanzar los objetivos que nos hemos trazado, entiéndase: objetivos comunicacionales, y en ellos entra, ni qué dudarlo, la literatura (en todos sus géneros), pero también esto que escribo en este instante (una crónica o artículo de opinión), que muchos (como mi querido Augusto Monterroso, el mismo Borges y otros grandísimos escritores) aceptan como parte de la literatura, mientras que otros la (o lo) incluyen en lo meramente periodístico. Pero óiganme, hay textos periodísticos que son parte de la gran literatura, y en este punto recuerdo libros como Crónica de una muerte anunciada y Noticia de un secuestro, del escritor colombiano Gabriel García Márquez, quien con su magia transformaba todo lo que tocaba en “algo” digno y de enorme belleza.

En lo tangible entra, ni qué dudarlo, la escritura (aunque también es intangible, cuando toca nuestro “yo” interior y nos mueve o impele a entrar en otros mundos y dimensiones del Ser), y a ella nos debemos quienes trajinamos la palabra y hacemos de ella instrumento a través del cual mostramos la realidad, pero también la fantasía, que, dicho sea de paso, nos posee para bien o para mal (depende de la visión). Y como lo expresé de entrada, plasmar la palabra por escrito (y también oralmente, aunque no me detendré en ello) no resulta muy sencillo, porque debemos cuidar la lengua, mostrarla en todo su esplendor, articularla de tal forma, que su conjunto resulte armonioso y elegante, sugerente y atractivo, cautivante y ensoñador, pero hay estructuras gramaticales que necesariamente rompen de manera drástica o sutil con lo establecido y lo llevan a inexploradas fronteras.

En este sentido, quiero detenerme un poco en la repetición y la sinonimización, como estrategias de la escritura que buscan enfatizar algo, derivar situaciones, llevar al lector a estadios de mayor hondura argumental. Repetimos, o nos vemos en la necesidad de hacerlo, cuando queremos que en la mente de nuestros lectores quede una noción clara acerca de algo; cuando buscamos dejar asentada una tesis o postura intelectual o académica, o de mera cortesía. Ejemplo de esto sería cuando escribimos: “Nunca, pero nunca debemos tutear a las personalidades, y menos si acabamos de conocerlas”.

Cuando en una pieza literaria o crónica periodística, aparece en un mismo párrafo (ni se diga en una frase) repetido un vocablo, la maestra de la escuela primaria (en mi caso, fue mi madre la de primer y segundo grado) solía tacharnos con lápiz rojo la repetición y nos ponía al margen de la hoja un sinónimo, y de paso nos bajaba nota, porque, decía ella (y estaba en toda la razón), que repetir palabras en una misma oración va contra las normas morfosintácticas, y nos recordaba de la riqueza de nuestra lengua, de los sinónimos: de la variedad de vocablos que podrían sustituir nuestra socorrida palabra, sin caer en el sonsonete cacofónico que tanto ruido nos hace, y le resta belleza y cadencia al texto.

Créanme, no hay mayor quebradero de cabeza para un autor, que las fulanas repeticiones, y en mi experiencia leo mil veces cada frase a la caza de tales “gazapos”. Ahora bien, fíjense que he puesto gazapos entre comillas, porque la dinámica de la escritura es más o menos la misma que la de la oralidad y, en la segunda, la repetición no nos hace tanto ruido y forma parte del habla cotidiana. Si tomamos nota de los discursos de los políticos (y de algunas figuras públicas), en los mismos hay toneladas de repeticiones, y es lógico que las halla, porque el inventario lingüístico del habla cotidiana no suele ser muy rico (con sus excepciones, por supuesto): nos conformamos con lo que tenemos a la mano, y siempre sacamos de ese arsenal y nos expresamos sin preocuparnos de diversificar el habla.

La cosa se pone cuesta arriba cuando tenemos que enfrentarnos con la página en blanco, porque tales repeticiones plasmadas en la página electrónica o de papel, suelen verse como vicios de la escritura y como pobreza léxica (y lo son, sin duda alguna), y es nuestra obligación buscar resolverlas. No he hallado mejor método en mi larga carrera como escritor profesional (de más de treinta y cinco años), que leer tomando notas o subrayando en la página. Hago lo primero y no lo segundo, porque no me gusta rayar mis libros (aunque en un lejano tiempo lo hice), y no contento con esto, busco nuevos vocablos, indago en los diccionarios e intento hacer un ejercicio mnemotécnico que aprendí en mis lejanos tiempos de la escuela, y es repetir la nueva palabra incorporándola en el habla en disímiles o posibles situaciones.

La repetición y la sinonimización son dos caras de una misma moneda, y ambas buscan hacer de la escritura territorio de lo posible, en el que la correcta expresión y la belleza del texto se den la mano, y hagan de la experiencia de la lectura un suceso intelectual o artístico que nos marque para siempre.

rigilo99@gmail.com
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