Otra vez abuelo: ¡Y fui feliz!
Alexia Victoria nació en EEUU, hija menor del amor entre Valeria y Jose Antonio, madre de otros dos hijos, niños de alma inquieta, de alma llanera y Guantanamera. Aunque sus pies tocan tierra americana, su nombre y linaje llevan otra historia
Algunos han visto nacer a sus hijos en el exilio. Otros a nuestros nietos. Mis hijos nacieron en Venezuela. Ahora sus vástagos vienen al mundo en otras tierras. Los sentimientos son encontrados. Una combinación de gratitud y nostalgia, de alegría y dolor, de colores y claroscuros, que proyectan los recuerdos, los aromas y las canciones de nuestras abuelas. Nunca anticipé que mis nietos nacería bajo otra bandera, en todo caso también plena de estrellas y multicolor.
Venezuela, tengo vergüenza propia y ajena
Antes de escribir estas notas, a horas de celebrar el nacimiento de mi tercera nieta-Alexia Victoria-hago una llamada a un entrañable y querido profesor: Nelson Chitty La Roche. Un hombre inteligente, valiente, académicamente íntegro y capaz, a quién le preservo especial cariño y admiración. Lamento que por estos avatares de vivir en la distancia, se justifiquen los silencios inexcusables. Porque no hay distancia que importe si existe un motivo…
Me comenta [Nelson] que sigue de pie y firme en sus ideales. Lo dice con voz tenue y pausada. Al cerrar la llamada me escribe, citando a Leonardo Padrón: “Me siento decepcionado de mi mismo, es como si yo fuese culpable, siento que le fallo a mis hijos y nietos, que no soy lo verdaderamente valiente para salir a hacer no sé qué por defender mi país...Hoy siento que no soy digno de ser hijo de esta mujer maravillosa llamada Venezuela”.
El pasado mes de abril cumplí 35 años escribiendo en El Universal. Lo intenté muchas veces [entrar en el selecto grupo de columnistas], pero nuestro querido Miguel Maita [QEPD], editor de Opinión, antes fue generando los ajustes y correcciones necesarios para debutar. Un día 1ro. de Abril [1990] coincidiendo con la fecha de mi boda, me comenta en un fax: “Atención, Alerta. Su artículo publicará. Por favor no exceda el número de palabras, sea respetuoso con el lector y no haga tantas citas o paréntesis, para facilitar la lectura”.
Nacía un matrimonio con nuestros lectores que ya acumula el mismo tiempo que llevo casado. Y llegaron los nietos en el exilio. En ningún análisis logré pronosticar lo que viviríamos [o dejaríamos de vivir] en Venezuela, como tampoco un golpe de estado el 4F-1992 [a dos años de nuestro debut]. Quizás ese sentimiento contradictorio por el nacimiento de un nieto en tierras lejanas-doloroso y cuestionado, feliz y nostálgico, luminoso y difuso, entre celebración y reflexión-toca el listón de la vergüenza.
Nada nos hace merecedor de tanta lejanía e impostura. Pero la dignidad humana, que según la doctrina social de la Iglesia y la teología de la liberación, es el valor superior del hombre, no sólo ha sido transgredida por quienes reprimen sino de algún modo, por aquellos que hemos tenido el deber de hacer más o dejar de hacer menos. Esta inagotable tragedia de miseria, desplazamiento y muerte es el dolor que sentí en la voz quebrada del profesor Chitty; en el texto de Padrón o en mi propio corazón cuando nació mi nieta en medio de un arcoíris.
La noche anterior.
Son las tres de la tarde del día anterior al nacimiento de Alexia Victoria. Abril sigue siendo para nuestra familia un mes de vida, amor y nacimiento. Recibo una llamada: “La niña quiere nacer. No esperará hasta su fecha pautada para dos semanas después, por lo cual el alumbramiento será mañana a primera hora”. Una película se reproduce en mi mente. Algo similar pasó con mi primera hija pero en horas de la madrugada. Ella se anunció y tuvimos que salir a su bienvenida en Caracas. En esa oportunidad tenía a Papá [médico], mamá, típica mujer venezolana lista para hacer cualquier guardia, los abuelos maternos igualmente de pie, los tíos también ansiosos para darle la recibir a la primogénita, todos en Venezuela [hoy todos en el exterior].
Alexia Victoria nació en EEUU, hija menor del amor entre Valeria y Jose Antonio, madre de otros dos hijos, niños de alma inquieta, de alma llanera y Guantanamera. Aunque sus pies tocan tierra americana, su nombre y linaje llevan otra historia.
Su abuela materna [mi esposa] es de sangre guayanesa y coreana. Viendo fijamente a su nieta, recuerda los cielos, los caminos y las memorias que fueron testigos del nacimiento de nuestros cuatro hijos. Pero en nuestra nieta se mezcla el consuelo del ayer con el porvenir. En medio de la lluvia, cae un el rayo de luz, un arcoíris llamado Alexia Victoria. Ella no eligió dónde nació, igual tierra noble y fértil, pero sí ha sido elegida por las canciones que la acompañarán, por el idioma que sus abuelos le hablarán y por los silencios que convertirán en nuevos poemas y paisajes.
Así, la vergüenza de la distancia se transforma en bríos y desafíos. Porque nacer lejos no es nacer sin raíces. Es más bien florecer con pétalos invisibles que atraviesan océanos, nostalgias y lenguas, hasta aferrarse a la memoria de un hogar que vive en los relatos, en los murmullos de cuna heredadas, en los sueños de sus abuelos. Es la renovación de una esperanza que cruza fronteras. Es el “sueño que uno se atreve a soñar”.
Judy Garland nos regaló esta hermosa canción somewhere over the rainbow y Simón Díaz, La vaca mariposa tuvo un terné. Entre esas tonadas, baladas y bachatas, Alexia Victoria crecerá acariciando la lengua, imitando el caminar de sus abuelas, degustando el sabor y el olor de la tierra buena, la lluvia del mastranto y la hierba del lucero perdida, pero que renace. Como dijo el poeta chileno Raúl Zurita: “Volveremos a encontrarnos en otra cordillera, como si nunca nos hubiésemos ido.” Alexia Victoria vino al mundo, como si nada hubiese ocurrido. Es la magia de su ternura lo que todo florece, es esa luz que cae sobre la lluvia, formando los siete colores que desplazan el desarraigo.
¡Oh los nietos en el extranjero!
Gabriela Mistral lo intuyó cuando escribió: ”¡Oh, el hijo del extranjero que en mi pecho quiso arder! ¡Dios bendiga al forastero que me enseñó a padecer!" […] Este nieto[a], nacido[a] lejos, será la bisagra entre dos mundos. Llevará en su nombre la herencia de los que partieron, y en sus pasos, el eco de dos patrias. Una que la vio crecer. Otra que la espera en las palabras que le contarán, en la comida que le preparen, en el acento suave de una nana.
Como escribió Mario Benedetti: “La nostalgia no es un signo de debilidad, sino de la fuerza de los lazos". Así lo siento, así lo celebro. Y así, entre tonadas de cuna en dos idiomas, cuentos a dos voces, y el abrazo que llega por videollamadas, Alexia Victoria, Valentina, Jose Antonio y los nietos por venir, crecerán bajo rayos de luz multicolor que conectará no sólo cielo y tierra, sino pasado y futuro, ausencia y amor, distancia y recuerdos.
Valentina y José Antonio, mis otros nietos, también nacieron en EEUU Pero cada tarde que su abuela y sus bisabuelas los visitan, viven las hermosas experiencias de verlas cocinar arepas mientras escuchan boleros o villancicos, dependiendo de la época. Ya me los imagino pronto decir: “Mis abuelos y bisabuelas hablan “raro […] En casa suena una música de un señor llamado Franco De Vitta, otra que llaman Gloria [Stefan] y otro que le encanta al suelo llamado Frank [Quintero]. Ellos [Mis abuelos ] cantan de manera muy extraña, con los ojos cerrados, gesticulando y palmeando”.
Un acento que es la música del amor, cadencia y modos suaves que nos toca repetir para seguir el hábito, que es nuestra cultura, que es otra dimensión, nuestra nostalgia. Aquí reposa lo fabuloso de la multiculturalidad. No es sólo hablar varios idiomas, es abrirse a otros mundos, a otro ritmo, a otra identidad.
A mis nietos-pido a Dios que me de vida-para contarles no sólo de melodías sino de historias de un país [Venezuela] que parece inventado por los dioses: mares tibios, mangos del tamaño de las manos, noches con luciérnagas, campos de béisbol y atardeceres de alcaravanes. Y algún día en la escuela, dibujarán su casa, con playas y cordilleras, llanos, lloviznas y amaneceres de luna llena. “Eso no es EEUU”, le dirá su maestra. Y ellos responderán: “No. Eso Venezuela teacher, el país que está ahí—en mis abuelos y bisabuelas, donde está la bandera que a veces esconden en un cajón, para no sentir el dolor de recordarlo”
El exilio duele, pero no impide el milagro: Un tributo a la vida
El nacimiento es la forma más clara de la esperanza. Como escribió el poeta venezolano Eugenio Montejo: “La patria no es el sitio donde nacemos, sino donde a veces coincidimos…” Y en Alexia Victoria, en los hijos y en los nietos, coinciden muchas patrias. La patria que se dejó, la que se conquistó y la que aún se sueña. Cuando pregunten por Venezuela o Cuba, les contaré que esos nombres suenan a río, a palma y montaña. Le hablaré de su país de sangre y miel, con ternura, con historias, con prosas y anécdotas. Y entenderá que aunque nació en otra tierra, la sangre que lleva en su venas, va al compás de un país que no se olvida.
Alexia Victoria con su simple presencia, nos concede un triunfo sobre el desarraigo. Es la flor que nace en medio del cemento. Es la continuación de la estrofa que parecía apagada. Es el girasol que une generaciones separadas pero unidas por el amor. Que crezca fuerte, que crezca libre. Es esa su bendición, su privilegio, su luz.
Quizás ahí reposa la pena, el sentimiento de culpa de sus abuelos. Dimos por hecho el derecho a ser felices y no asumimos el deber de conservarlo. Porque no sólo se trataba de nuestra felicidad sino la de todos, alegría que es dignidad y que es primera misión del hombre: rescatarla y redimirla. El amor lo convertimos en espanto decía el poeta. Quizás por eso [Venezuela] es que te quiero tanto. La culpa hecha dolor y pena.
Espero que pronto lea estas letras. O mejor leerlas yo, para que al decir de un querido amigo, ¡no se quede dormida! […] Que nunca olvide que el hogar también es un sueño que se lleva en el corazón. Esa será la otra misión: mantener el arcoíris en su corazón, en el de cada nieto del exilio, el brillo de la otra patria, la que no oscurece, la que no se marcha, la que no se olvida.
Tu risa Alexia Victoria, es mi himno, tu llanto, mi llamada. Tu existencia le dio prosa a la canción de mi vida. Tu nombre es promesa y es fuerza. Victoria sobre el silencio, sobre la distancia, sobre el exilio que creí que todo lo robaba. Pero no pudo quitarme esto: la dicha de tenerte, de permutar mi pena y mi vergüenza, por desafíos, luz y arcoíris. Contigo renace la esperanza y el deseo de iniciar un nuevo viaje contigo, a la tierra noble y buena que vio nacer a tus padres y a tus tíos, bajo la lluvia, bajo un alma llanera y un guantanamera.
Ahora canto sin miedo, con ternura, con memoria, con futuro, porque tú, nietas y nietos de la patria en el exilio, son la prórroga que el corazón no pidió, pero que la vida generosa, nos regaló. Gracias, vida, por este título sagrado, por este amor sin fatiga, por esta segunda oportunidad de cuidar lo más frágil y lo más fuerte: la infancia. Gracias por este angelito, esta princesita, que reivindica el dolor de lo vivido fuera de la patria herida.
Soy abuelo. Y eso basta para decir: viví. Y fui feliz.
@ovierablanco
Venezuela, tengo vergüenza propia y ajena
Antes de escribir estas notas, a horas de celebrar el nacimiento de mi tercera nieta-Alexia Victoria-hago una llamada a un entrañable y querido profesor: Nelson Chitty La Roche. Un hombre inteligente, valiente, académicamente íntegro y capaz, a quién le preservo especial cariño y admiración. Lamento que por estos avatares de vivir en la distancia, se justifiquen los silencios inexcusables. Porque no hay distancia que importe si existe un motivo…
Me comenta [Nelson] que sigue de pie y firme en sus ideales. Lo dice con voz tenue y pausada. Al cerrar la llamada me escribe, citando a Leonardo Padrón: “Me siento decepcionado de mi mismo, es como si yo fuese culpable, siento que le fallo a mis hijos y nietos, que no soy lo verdaderamente valiente para salir a hacer no sé qué por defender mi país...Hoy siento que no soy digno de ser hijo de esta mujer maravillosa llamada Venezuela”.
El pasado mes de abril cumplí 35 años escribiendo en El Universal. Lo intenté muchas veces [entrar en el selecto grupo de columnistas], pero nuestro querido Miguel Maita [QEPD], editor de Opinión, antes fue generando los ajustes y correcciones necesarios para debutar. Un día 1ro. de Abril [1990] coincidiendo con la fecha de mi boda, me comenta en un fax: “Atención, Alerta. Su artículo publicará. Por favor no exceda el número de palabras, sea respetuoso con el lector y no haga tantas citas o paréntesis, para facilitar la lectura”.
Nacía un matrimonio con nuestros lectores que ya acumula el mismo tiempo que llevo casado. Y llegaron los nietos en el exilio. En ningún análisis logré pronosticar lo que viviríamos [o dejaríamos de vivir] en Venezuela, como tampoco un golpe de estado el 4F-1992 [a dos años de nuestro debut]. Quizás ese sentimiento contradictorio por el nacimiento de un nieto en tierras lejanas-doloroso y cuestionado, feliz y nostálgico, luminoso y difuso, entre celebración y reflexión-toca el listón de la vergüenza.
Nada nos hace merecedor de tanta lejanía e impostura. Pero la dignidad humana, que según la doctrina social de la Iglesia y la teología de la liberación, es el valor superior del hombre, no sólo ha sido transgredida por quienes reprimen sino de algún modo, por aquellos que hemos tenido el deber de hacer más o dejar de hacer menos. Esta inagotable tragedia de miseria, desplazamiento y muerte es el dolor que sentí en la voz quebrada del profesor Chitty; en el texto de Padrón o en mi propio corazón cuando nació mi nieta en medio de un arcoíris.
La noche anterior.
Son las tres de la tarde del día anterior al nacimiento de Alexia Victoria. Abril sigue siendo para nuestra familia un mes de vida, amor y nacimiento. Recibo una llamada: “La niña quiere nacer. No esperará hasta su fecha pautada para dos semanas después, por lo cual el alumbramiento será mañana a primera hora”. Una película se reproduce en mi mente. Algo similar pasó con mi primera hija pero en horas de la madrugada. Ella se anunció y tuvimos que salir a su bienvenida en Caracas. En esa oportunidad tenía a Papá [médico], mamá, típica mujer venezolana lista para hacer cualquier guardia, los abuelos maternos igualmente de pie, los tíos también ansiosos para darle la recibir a la primogénita, todos en Venezuela [hoy todos en el exterior].
Alexia Victoria nació en EEUU, hija menor del amor entre Valeria y Jose Antonio, madre de otros dos hijos, niños de alma inquieta, de alma llanera y Guantanamera. Aunque sus pies tocan tierra americana, su nombre y linaje llevan otra historia.
Su abuela materna [mi esposa] es de sangre guayanesa y coreana. Viendo fijamente a su nieta, recuerda los cielos, los caminos y las memorias que fueron testigos del nacimiento de nuestros cuatro hijos. Pero en nuestra nieta se mezcla el consuelo del ayer con el porvenir. En medio de la lluvia, cae un el rayo de luz, un arcoíris llamado Alexia Victoria. Ella no eligió dónde nació, igual tierra noble y fértil, pero sí ha sido elegida por las canciones que la acompañarán, por el idioma que sus abuelos le hablarán y por los silencios que convertirán en nuevos poemas y paisajes.
Así, la vergüenza de la distancia se transforma en bríos y desafíos. Porque nacer lejos no es nacer sin raíces. Es más bien florecer con pétalos invisibles que atraviesan océanos, nostalgias y lenguas, hasta aferrarse a la memoria de un hogar que vive en los relatos, en los murmullos de cuna heredadas, en los sueños de sus abuelos. Es la renovación de una esperanza que cruza fronteras. Es el “sueño que uno se atreve a soñar”.
Judy Garland nos regaló esta hermosa canción somewhere over the rainbow y Simón Díaz, La vaca mariposa tuvo un terné. Entre esas tonadas, baladas y bachatas, Alexia Victoria crecerá acariciando la lengua, imitando el caminar de sus abuelas, degustando el sabor y el olor de la tierra buena, la lluvia del mastranto y la hierba del lucero perdida, pero que renace. Como dijo el poeta chileno Raúl Zurita: “Volveremos a encontrarnos en otra cordillera, como si nunca nos hubiésemos ido.” Alexia Victoria vino al mundo, como si nada hubiese ocurrido. Es la magia de su ternura lo que todo florece, es esa luz que cae sobre la lluvia, formando los siete colores que desplazan el desarraigo.
¡Oh los nietos en el extranjero!
Gabriela Mistral lo intuyó cuando escribió: ”¡Oh, el hijo del extranjero que en mi pecho quiso arder! ¡Dios bendiga al forastero que me enseñó a padecer!" […] Este nieto[a], nacido[a] lejos, será la bisagra entre dos mundos. Llevará en su nombre la herencia de los que partieron, y en sus pasos, el eco de dos patrias. Una que la vio crecer. Otra que la espera en las palabras que le contarán, en la comida que le preparen, en el acento suave de una nana.
Como escribió Mario Benedetti: “La nostalgia no es un signo de debilidad, sino de la fuerza de los lazos". Así lo siento, así lo celebro. Y así, entre tonadas de cuna en dos idiomas, cuentos a dos voces, y el abrazo que llega por videollamadas, Alexia Victoria, Valentina, Jose Antonio y los nietos por venir, crecerán bajo rayos de luz multicolor que conectará no sólo cielo y tierra, sino pasado y futuro, ausencia y amor, distancia y recuerdos.
Valentina y José Antonio, mis otros nietos, también nacieron en EEUU Pero cada tarde que su abuela y sus bisabuelas los visitan, viven las hermosas experiencias de verlas cocinar arepas mientras escuchan boleros o villancicos, dependiendo de la época. Ya me los imagino pronto decir: “Mis abuelos y bisabuelas hablan “raro […] En casa suena una música de un señor llamado Franco De Vitta, otra que llaman Gloria [Stefan] y otro que le encanta al suelo llamado Frank [Quintero]. Ellos [Mis abuelos ] cantan de manera muy extraña, con los ojos cerrados, gesticulando y palmeando”.
Un acento que es la música del amor, cadencia y modos suaves que nos toca repetir para seguir el hábito, que es nuestra cultura, que es otra dimensión, nuestra nostalgia. Aquí reposa lo fabuloso de la multiculturalidad. No es sólo hablar varios idiomas, es abrirse a otros mundos, a otro ritmo, a otra identidad.
A mis nietos-pido a Dios que me de vida-para contarles no sólo de melodías sino de historias de un país [Venezuela] que parece inventado por los dioses: mares tibios, mangos del tamaño de las manos, noches con luciérnagas, campos de béisbol y atardeceres de alcaravanes. Y algún día en la escuela, dibujarán su casa, con playas y cordilleras, llanos, lloviznas y amaneceres de luna llena. “Eso no es EEUU”, le dirá su maestra. Y ellos responderán: “No. Eso Venezuela teacher, el país que está ahí—en mis abuelos y bisabuelas, donde está la bandera que a veces esconden en un cajón, para no sentir el dolor de recordarlo”
El exilio duele, pero no impide el milagro: Un tributo a la vida
El nacimiento es la forma más clara de la esperanza. Como escribió el poeta venezolano Eugenio Montejo: “La patria no es el sitio donde nacemos, sino donde a veces coincidimos…” Y en Alexia Victoria, en los hijos y en los nietos, coinciden muchas patrias. La patria que se dejó, la que se conquistó y la que aún se sueña. Cuando pregunten por Venezuela o Cuba, les contaré que esos nombres suenan a río, a palma y montaña. Le hablaré de su país de sangre y miel, con ternura, con historias, con prosas y anécdotas. Y entenderá que aunque nació en otra tierra, la sangre que lleva en su venas, va al compás de un país que no se olvida.
Alexia Victoria con su simple presencia, nos concede un triunfo sobre el desarraigo. Es la flor que nace en medio del cemento. Es la continuación de la estrofa que parecía apagada. Es el girasol que une generaciones separadas pero unidas por el amor. Que crezca fuerte, que crezca libre. Es esa su bendición, su privilegio, su luz.
Quizás ahí reposa la pena, el sentimiento de culpa de sus abuelos. Dimos por hecho el derecho a ser felices y no asumimos el deber de conservarlo. Porque no sólo se trataba de nuestra felicidad sino la de todos, alegría que es dignidad y que es primera misión del hombre: rescatarla y redimirla. El amor lo convertimos en espanto decía el poeta. Quizás por eso [Venezuela] es que te quiero tanto. La culpa hecha dolor y pena.
Espero que pronto lea estas letras. O mejor leerlas yo, para que al decir de un querido amigo, ¡no se quede dormida! […] Que nunca olvide que el hogar también es un sueño que se lleva en el corazón. Esa será la otra misión: mantener el arcoíris en su corazón, en el de cada nieto del exilio, el brillo de la otra patria, la que no oscurece, la que no se marcha, la que no se olvida.
Tu risa Alexia Victoria, es mi himno, tu llanto, mi llamada. Tu existencia le dio prosa a la canción de mi vida. Tu nombre es promesa y es fuerza. Victoria sobre el silencio, sobre la distancia, sobre el exilio que creí que todo lo robaba. Pero no pudo quitarme esto: la dicha de tenerte, de permutar mi pena y mi vergüenza, por desafíos, luz y arcoíris. Contigo renace la esperanza y el deseo de iniciar un nuevo viaje contigo, a la tierra noble y buena que vio nacer a tus padres y a tus tíos, bajo la lluvia, bajo un alma llanera y un guantanamera.
Ahora canto sin miedo, con ternura, con memoria, con futuro, porque tú, nietas y nietos de la patria en el exilio, son la prórroga que el corazón no pidió, pero que la vida generosa, nos regaló. Gracias, vida, por este título sagrado, por este amor sin fatiga, por esta segunda oportunidad de cuidar lo más frágil y lo más fuerte: la infancia. Gracias por este angelito, esta princesita, que reivindica el dolor de lo vivido fuera de la patria herida.
Soy abuelo. Y eso basta para decir: viví. Y fui feliz.
@ovierablanco
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