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Lo heteróclito en Nery Santos Gómez

La prosa de la autora es fluida y cuidada (así como su poesía), y está en perfecta correspondencia con su manera de sentir y de expresar la vida bajo el abrigo de lo literario

  • RICARDO GIL OTAIZA

04/05/2025 05:04 am

Narrar sin la sujeción a lo que en la teoría literaria se conoce como “unidad genérica”, es la propuesta que nos trae la querida colega y amiga venezolana (naturalizada estadounidense) Nery Santos Gómez, en su libro Fronteras desdibujadas (Pigmalión, 2021), y que he leído con inmenso disfrute estético. Si bien, no es la primera vez que esto se intenta (lo hicieron Borges, Cortázar, Monterroso, Bolaño, Vila-Matas, Tabucchi, Chirbes, Piglia, Garmendia, Cadenas, Febres Cordero, Romero, y muchos otros entre clásicos y contemporáneos), en el presente caso observo un eje temático, que busca describir la vida desde disímiles flancos: enlazar sucesos e historias teniendo como punto de referencia la memoria.
 
No contenta con esto, la autora conjuga realidad y ficción, sin que se noten sus linderos y costuras (allí observo maestría: y no me refiero solo a la noción de verosimilitud, sino también a que no hay discordancia entre lo contado desde distintas perspectivas, lo que rompería sin más con la intención literaria), y que el “todo” sea una suerte de artefacto literario, que nos lleve de la mano por diversos mundos (los de la infancia y la juventud, entre otros), y que la multiplicidad de géneros se amalgame, hasta hacer de la experiencia de la lectura un viaje maravilloso y sin retorno.

En las 181 páginas de la obra, hallamos múltiples textos de disímil calibre y tesitura, y en ellos nos topamos con cuentos, microrrelatos, poesía en prosa y en verso, crónicas, reflexión ontológica, autoficción, aforismos, y otros de difícil clasificación literaria. Esta versatilidad, deliciosa y sorprendente por demás, nos impele a romper a cada instante con la normal ilación a la que aspira el lector común y desprevenido, y lo sumerge en territorios insospechados, en los que el Ser enfrenta con gallardía (y mucho juicio) su destino: nada hay azaroso, aunque lo pareciera, y en cada recodo del texto hallamos las claves que nos permiten desvelar la intención, así como rehuir al fardo del extravío.

La prosa de la autora es fluida y cuidada (así como su poesía), y está en perfecta correspondencia con su manera de sentir y de expresar la vida bajo el abrigo de lo literario, hay en estos textos múltiples registros y busca con cada uno de ellos, ¿qué dudas caben?, tocar las fibras más íntimas del lector (y lo logra). En lo particular, me conmovieron algunas de sus narraciones (Máscara, De basura a basura, El más dulce e inolvidable caleño, El universo es nuestro), y no porque la escritora eche mano de viejos artilugios sensibleros (que los hay en nuestro oficio, sin duda), sino porque hallo en ellos hondura, emoción y sentimiento, y por muy duros que seamos y que estemos vacunados contra la lágrima furtiva (como es mi caso), pues se escapa con libertad, y muy pronto estamos sumergidos en inenarrables emociones.

Hay fuerza en la obra de Nery Santos, y no me refiero solo a la calidad de su escritura per se, como queda dicho, sino a lo que la sustenta: su interioridad, sus vivencias (ergo, la memoria), la manera de plasmar lo cotidiano con elegancia y gracia (lo que solemos denominar como “andadura”), la pasión que brota de cada frase con ímpetu juvenil, la alegría de vivir (la autora es una trotamundos y coleccionista de buenos momentos), y la fe que hallamos tras su propuesta escritural, que busca dejar huella en el lector, moverlo a reconocer en cada texto a la vida misma, a interpelarlo en el “ahora” (como la única posibilidad que se tiene de la existencia), a ganarlo para siempre a la causa de su propuesta, y que ese lector vuelva a reencontrarse una y otra vez con sus libros y personajes.

Es posible que los textos incluidos en este tomo hayan sido escritos en épocas distintas, y que terminaran constituyendo, exprofeso, una misma obra, pero lo que se puede observar a medida que recorremos sus páginas, es una perfecta unidad en medio de las diferencias en los registros, y este punto preciso resulta interesante y capital, porque no hallé disonancias, a pesar de la pluralidad de géneros, y esta “armonía” (no encuentro otro vocablo) es crucial, ya que el lógico rompimiento luego de cada inserción genérica (me refiero a la discontinuidad dada como propuesta artística sin fronteras), se muestra sin mayores traumas: el lector lo asume como parte del “juego” intertextual planteado, y avanza sin dificultades hacia el final.

Empero, el lector puede abordar el libro de manera arbitraria (aunque no fue esta mi experiencia: siempre me gusta ir de menos a más en las obras heterogéneas, por muy interdependientes que sean sus constituyentes), seleccionando cada texto con base en sus preferencias y estética personal y, a pesar de esto (o gracias a ello: tal vez encuentre otras opciones), siempre habrá un eje articulador, que busque conjuntar lo disjunto y congregar lo que en principio es autónomo y libérrimo, de allí la magia y lo acertado en la obra de nuestra autora, que se mece en un tablero en el que podemos trajinar cada pieza a nuestro real entender.

Quedan sobre mi mesa dos libros más de Nery Santos Gómez, que cierran su trilogía: Almazuela (Fronteras desdibujadas II), 2023 y ¡Pruébame! (Desdibujando fronteras), 2024, que me propongo leer en los siguientes meses, y que terminarán de desvelar su propuesta heteróclita, pero a la vez unitaria, que desnuda el alma humana y nos lleva por territorios inexplorados del Ser: aquellos que anidan en la memoria, pero que están a flor de piel y diluyen las fronteras genéricas y temáticas, y en su recorrido reinventan la existencia.

rigilo99@gmail.com 
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