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Nada es desde la nada

Los escritores solemos ser cotillas, nada se nos escapa del entorno, siempre estamos con los sentidos disparados y así poder captar todo aquello que se convierta en chispa para la creación

  • RICARDO GIL OTAIZA

20/04/2025 05:04 am

Suelo ver entrevistas hechas a distintos autores, y me sorprende que, a estas alturas de la complejidad de la existencia, se diga que partimos de cero para la escritura. Aquí lo declaro: nunca arrancamos de la nada, es prácticamente utópico e imposible pretender que somos tabula rasa a la hora de sentarnos para abordar la página en blanco, siempre habrá una idea primigenia, una imagen, una voz, una lectura, una persona, un sueño, una frase, una vivencia que nos empuje a recrear ese “algo” un tanto etéreo que es el texto literario. La mente del escritor bulle de ideas, su cabeza es una suerte de partículas enloquecidas, que buscan caminos para emerger y expresarse, y así narrar como si en ello se le fuera la existencia.

Los escritores solemos ser cotillas, nada se nos escapa del entorno, siempre estamos con los sentidos disparados y así poder captar todo aquello que se convierta en chispa para la creación. Hablamos con alguien y nuestros oídos y atención están prestos para percibir lo que sucede alrededor, lo que hablan las personas de las mesas cercanas, y ese “desdoblamiento” (para darle una categoría) es un mecanismo mental-cognitivo, que nos pone en alerta, que nos abre a distintas dimensiones del Ser, que nos prepara para abordar desde el presente la relación de los hechos, y así poder concatenar el interior y el exterior y asumir que aquello que vemos, escuchamos y sentimos, será muy pronto (o tal vez en lo remoto) parte de la materia prima que nos lleve a la creación literaria.

Nada es desde la nada, cada hecho por nimio que parezca podría significar para el autor un importante punto de partida para su tarea de escritura, y a veces es tan sutil su impacto, que será mucho tiempo después cuando tome conciencia de aquello y logre determinar la clave de su propia historia, y se diga a sí mismo (o se lo diga un tercero) “ya sé de dónde nació la historia”. Recuerdo que cuando escribí Espacio sin límite (mi primera novela, aunque no fue mi primer libro), no tenía conciencia de que mis dos personajes (Ramiro Valbuena y Pantaleón Zapata) eran seres auténticamente quijotescos, que daban respuesta al impacto que en mí produjo mi primera y única lectura del Quijote de Cervantes, y fue un avezado crítico literario quien asomó la idea, y caí en la cuenta: ¡es cierto!, ¿cómo no me percaté si ambos están pintados, retratados en sus lejanos orígenes, y hasta citados en una de las páginas del libro? Inexperiencia, así de sencillo, o quizá temor.

Mis personajes no trajinaban sus existencias en La Mancha, y a cambio las calles de Caracas, sus bulevares y barrios, el perverso y tóxico entorno citadino de la gran urbe, dieron a estos dos seres marginales, enfrentados por la dura existencia (y al resto de los personajes de la obra), los contextos necesarios para que desplegaran sus farfulladas y tragedias, sus verdades y desvaríos, sus sueños y profundas desesperanzas. Una lectura había echado a andar en mi interioridad toda una caterva de posibilidades, que me permitieron, sin que fuera mi intención, escribir una obra con fuertes pinceladas cervantinas, que le hablara a la mujer y al hombre de hoy. Por supuesto, al tomar conciencia de aquello, gracias al texto crítico, comencé mi indagación, y pude advertir que muchos autores lo hicieron en sus tiempos, empezando por el coterráneo Tulio Febres Cordero, quien tuvo la osadía de escribir y de publicar su Quijote en América, y así lo han hecho otros autores a lo largo de los cuatrocientos veinte años que nos separan desde la salida de la primera parte del Quijote, hasta el día de hoy

Si bien, como queda dicho, una lectura podría ser el chispazo para la creatividad literaria, como lo fue en mi caso, la vida en su variada cotidianidad y riqueza está preñada de detalles que azuzan el arte, que empujan a los creadores (no solo a los escritores, sino también a músicos, pintores, escultores, cineastas, arquitectos y danzantes o bailarines) a producir una obra, o por lo menos a intentarlo, y esa “nada” a la que algunos se refieren como la base de su escritura y de su obra, es parte ya, qué duda cabe, de una ficción en ciernes, porque no vivimos en una nebulosa aislados del mundo, sin contacto alguno con el exterior, sino que somos meras piezas de toda una trama de hechos (muchos de ellos fortuitos, aunque complejos), que nos interpelan a cada instante a reflexionar o a actuar: que nos producen un punto de inflexión o marca que termina por traducirse en un universo autárquico, que se rebela contra el creador, que abre caminos y trochas para hacer de lo contado todo y parte del hecho literario.

Afirmar que se parte de la nada para producir una obra, es en sí mismo una figura retórica (y una inmodestia del tamaño de un océano), que busca atención y notoriedad de parte de la crítica y de los medios, y aspira mostrarse ante el mundo como un “algo” libre de influencias y de antecesores: que su “genialidad” va más allá de lo humano, para internarse en los territorios de lo desconocido y de la suprema originalidad (ergo, el Absoluto). Querer partir de la nada, amén de una estupidez, es pretender ubicarse fuera del Ser, es deshumanizar el arte y desgajarlo de sus conectores con la existencia, es intentar despojarlo de todo aquello que lo acerca al mundo que se habita con todas sus falencias y aciertos, luces y claroscuros, es gritar que estamos vacíos, carentes de pensamiento y de referentes ontológicos, deambulando aquí y allá en medio de las sobras, y que nada nos acontece: que dentro solo hay vacuidad y silencio, quietud e inacción.

rigilo99@gmail.com
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