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Crítica a la modernidad: Una visión desde Alberto Constante

La actualidad de la vida, la aceleración de los procesos de nuestra cotidianidad, nos hace concordar con Constante (2007) quien afirma que la esencia de nuestro presente es el porvenir, el futuro

  • DYLAN J. PEREIRA

15/03/2025 05:00 am

Alberto Constante, profesor investigador de la Universidad Nacional Autónoma de México, en su ensayo “La memoria perdida de las cosas (crítica a la modernidad)” inicia señalando la creencia que “estamos en el dintel de su agonía y muchos celebran este fin y acarician esa cosa extraña llamada posmodernidad” e inmediatamente nos plantea una interrogante central, a saber, en qué consiste "El proyecto de la modernidad”. Constante (2007) se refiere a la modernidad como “una condición ideológica, la expresión de una manera específica de ver y comprender los hechos en el tiempo como continuidad y también como ruptura.” En el S. XVIII llega a su apogeo la expectativa de que las artes y las ciencias permitirían controlar la naturaleza y comprender la realidad.
 
La idea fundamental, esencial en este proceso fue la de "progreso", y quizás sea posible decir que pese a las tesis weberianas del “desencantamiento del mundo” este “huracán” como lo denomina Walter Benjamín, sigue moviendo las velas de nuestro proceso histórico. Para el autor mexicano, “la modernidad es una construcción creada por el tipo de mentalidad que dio a luz a los conceptos de evolución, desarrollo, progreso y, como hemos apuntado reiteradamente: revolución” bajo la expectativa constante de un mejor provenir que nos plantea la paradoja fehaciente de una regresión amparada por un ideal de progreso que se legitima a través de la ciencia y la técnica misma, a pesar de por sí misma desechar lo ideológico.
 
Constante (2007) advierte que el cambio que da la filosofía moderna caracterizada “por un giro metodológico, por la matematización del mundo, por la fijación de límites, la invención del sujeto y por el dominio del logo centrismo, entre otras cosas” no es lo más resaltante, sino que existe desde Descartes, Bacon, Leibniz “un cambio vocacional.” Esto permite al autor explicar el espíritu de la modernidad: “Un cambio en la disposición humana frente al ser y el conocer” que pareciera nacer con la fuerza de la secularización del poder y con un horizonte emancipador del hombre, que terminaría por convertirse en la disposición de dominio sobre el ser, tesis que desarrollarían autores como Marcuse o Habermas.

En efecto este “Proyecto de la Modernidad” nace divorciado de la idea de Providencia y plantea en sí misma una realidad autónoma, gobernada ahora por la racionalidad, y la racionalización, teorías que desarrollaría Weber (los límites de la acción racionalizadora) y que darán paso a la Escuela crítica de Fráncfort, y que el Circulo de Viena llevaría a sus máximas consecuencias con la perenne insistencia en la epistemología y la filosofía de la ciencia. En efecto la modernidad comulga con el credo del hombre nuevo que domina con el conocimiento, que es perfectible, como lo plantearía Voltaire, y cuyo proyecto se justificaría en la matematización de su naturaleza, actos y designios; estas sociedades tendrán a la técnica como motor de esta evolución.

Algo que señala Constante (2007) a diferencia de otros autores, es que la idea propia de progreso, ciencia y descubrimiento parece ya diluida, olvidada, pero el autor mexicano advierte que “la modernidad es un término dinámico y fundamentalmente "occidental", muy estrechamente relacionado con la idea de progreso, entendido éste como una estrategia, una lógica de cambio y perfeccionamiento continuo.”

Benjamín, verá el futuro como una demanda autoexigente que es “un desfiladero hacia el que apunta el progreso moderno,” bajo la promesa del mito del progreso, del dominio de la ciencia y de la técnica en donde los hombres deberíamos de ser por siempre más felices.

Un punto discordante en la obra de Constante (2007) lo encontramos en su disertación sobre la “aspiración a la transparencia total no es exclusiva de los Estados democráticos, sino también, paradoja, de los totalitarismos; a fin de cuentas, es la ambición ilustrada por excelencia.

La actualidad de la vida, la aceleración de los procesos de nuestra cotidianidad, nos hace concordar con Constante (2007) quien afirma que la esencia de nuestro presente es el porvenir, el futuro; dejando quizás a un lado la necesaria reflexión introspectiva de los errores del pasado, y del presente, y la necesaria “catarsis” que parece que la humanidad hizo en el S. XVIII y no ha vuelto a hacer, porque en efecto, como señala Edgar Morin “todo se hace y se vive a plazos cortos".

Es anecdótico experimentar, que este ensayo nos permite cuestionarnos sobre la senda de nuestras propias vidas; desde que nacemos parece que nos introducimos en una carrera cuyo objeto y razón de ser, muchas veces desconocemos, pero que tal como lo señaló Foucault, el no seguirla nos dejaría en “espacios de exclusión” onerosos y complejos, bajo el estricto mandamiento de progreso insensato, escéptico, muchas veces amoral y antiético, e irreflexivo que nos agota. Parece que la fuerza de la idea de modernidad se agota a medida que triunfa. Así pues, pese a los múltiples “choques” como lo menciona Samuel Huntington, seguimos en un culto a la razón, que ha permitido a la modernidad cumplir muy bien su proyecto: “El poder de lo racional se ha cambiado en poder bruto y se vuelve contra la racionalidad misma; el poder que se creía haber conquistado sobre todas las cosas se revela puro impoder, sobre todo respecto de la tecnociencia.” (Constante, 2007)

En este contexto radica la importancia y el “telos” del nuevo humanismo para rescatar el pensamiento crítico, y los límites de la ciencia y la técnica moderna que hoy "mantienen el lugar de las ideologías", y reflotar la dignidad del hombre que un día alabó Pícolo de la Mirandola en su poema a la dignidad del hombre.

Dylanjpereira01@gmail.com
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