La era de la desinformación
La desinformación se apunta muchos éxitos porque descansa sobre bases neurológicas de cómo procesamos las informaciones, pero, por esta misma razón, hay maneras de desinformar a la desinformación
Tan cierto como que vivimos en la sociedad del conocimiento y del big bang de la información, también lo es que convivimos con la mayor cantidad de personas desinformadas y con la mayor cuantía de tergiversaciones o negaciones de hechos reales, como, p.ej., la negación de la redondez de la tierra por los terraplanistas.
Thomas Rid en su libro “La desinformación y la guerra política” presenta una muy sustanciosa cronología de las maniobras de manipulación de la opinión pública por parte de los organismos de inteligencia y contrainteligencia en los últimos cien años. Afirma que la desinformación es más que suministrar información falsa, porque muchas veces se desinforma usando información verdadera. Mezcla de verdades y mentiras para diluir la frontera entre lo cierto y lo falso, instaurando, decimos nosotros, la era de la desinformación. Compromete la distinción entre el hecho y el no hecho y logra poner en tela de juicio la credibilidad de las fuentes de información, del conocimiento científico, del periodismo investigativo y las instituciones y autoridades reconocidas como fuentes informativas. Pero Rid se limita a circunscribir estas “medidas activas” a los esfuerzos propios de los equipos configurados especialmente por gobiernos y a los que podemos agregar grandes corporaciones empresariales y se queda corto en la caracterización de la desinformación. Ampliaremos nosotros el concepto.
Thomas Rid en su libro “La desinformación y la guerra política” presenta una muy sustanciosa cronología de las maniobras de manipulación de la opinión pública por parte de los organismos de inteligencia y contrainteligencia en los últimos cien años. Afirma que la desinformación es más que suministrar información falsa, porque muchas veces se desinforma usando información verdadera. Mezcla de verdades y mentiras para diluir la frontera entre lo cierto y lo falso, instaurando, decimos nosotros, la era de la desinformación. Compromete la distinción entre el hecho y el no hecho y logra poner en tela de juicio la credibilidad de las fuentes de información, del conocimiento científico, del periodismo investigativo y las instituciones y autoridades reconocidas como fuentes informativas. Pero Rid se limita a circunscribir estas “medidas activas” a los esfuerzos propios de los equipos configurados especialmente por gobiernos y a los que podemos agregar grandes corporaciones empresariales y se queda corto en la caracterización de la desinformación. Ampliaremos nosotros el concepto.
Desinformar es atentar contra lo estimado como cierto y, a partir de la cantidad y/o calidad de la información, podemos distinguir los siguientes casos: situaciones en las cuales hay saturación de información (infoxicación), la crispación de la agenda mundial por Trump desde las primeras horas de su segundo mandato es claro ejemplo de este caso. Ausencia total de información o solo la difusión de un solo punto de vista (desierto informativo), como es el caso de las comunicaciones de los gobiernos totalitarios cuando “informan” como les interesa y, por último, la pelea entre informaciones contradictorias o simplemente distintas sobre un mismo hecho (pugna informativa), como en el caso del COVID o la guerra ucraniana.
Lo que está en juego es mucho más que la desacreditación de lo que es veraz, es poner en entre dicho la forma clásica del debate de las ideas, hechos e información, soportado sobre la base de confrontación de datos y argumentos. La desinformación es ajena a la búsqueda de la verdad, por lo que los desmentidos, las aclaratorias y todos los esfuerzos por demostrar los hechos verdaderos son inútiles y suelen ser funcionales solo para el desinformante, pues avivan el debate y prolongan la desacreditación de lo atacado. Lo medular de la desinformación es hacer elusiva la verdad, inalcanzable. Por ello, en una guerra comunicacional no tiene sentido luchar por aclarar la verdad, el objetivo al responder (y al atacar) es parecer veraz. No importan los hechos reales, solo lo que es creíble. Es asunto del cómo se comunica, más que de la sustancia de lo comunicado. Es el triunfo de lo adjetivo (etiquetas emocionales) sobre lo sustantivo. Es la envoltura emocional de los datos lo crucial para ganarse la opinión de los destinatarios,
Lo contado tramposamente, percibido como verdad, es la nueva realidad. Es la mentira organizada, dirigida a socavar las certezas en lo factual, las fuentes y todo lo que teníamos como soporte validador de los datos. Lo determinante en ella no es la coincidencia entre hechos, sino la congruencia del relato con las emociones y/o expectativas de lo ya dado por veraz. Es el caso de los prejuicios como que “todos los poderosos mienten” o el caso de la suspicacia despertada por la intensidad puesta en negar una denuncia, lo que se asume como prueba de la veracidad de lo denunciado. Si el holocausto y el viaje a la luna son hechos ciertos o no, son temas pertinentes para la historia, pero no para la guerra de opinión pública. Aquí lo relevante es que sea creíble su narración, que sea bien contada para ser aceptada conforme a los nuevos validadores: las emociones y creencias del público. Ellas sustituyen los hechos aceptados por las autoridades en la materia, por aquellos relatos repetidos de boca en boca y admitidos como “los hechos” por los destinatarios del mensaje desinformador. La realidad no es lo que en verdad pasó, sino lo que la gente cree que ocurrió.
Todavía peor. Más que cambiar lo cierto en falso o lo falso en cierto, el desinformador busca crear un estado de confusión o incertidumbre sobre lo que es o no real, dudas sobre a quién creer o no, y destruir el poder de decidir fiablemente qué cosa creer: es el limbo informativo, la niebla sobre la razón y la confianza. De este modo se mina a la libertad de expresión al convertirla en el derecho a mentir.
La desinformación se apunta muchos éxitos porque descansa sobre bases neurológicas de cómo procesamos las informaciones, pero, por esta misma razón, hay maneras de desinformar a la desinformación. Será tema de otro artículo.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones