Lo que pudo ser y no fue
Al leer disfrutamos, sufrimos, interpelamos, desafiamos, interrogamos, y varias veces claudicamos ante lo imposible, pero jamás somos indiferentes ni inmutables, ni desdeñosos ni displicentes
1. Uno de los pocos libros que traje a Europa es El último lector de Ricardo Piglia (uno de mis libros de cabecera, ya lo he dicho acá, porque eso es lo que soy básicamente: un lector), a quien admiré y sigo admirando a pesar de su partida, y cuando busco la definición que da acerca de lo que es un lector, no puedo menos que asombrarme, porque es tan amplia y ambigua (muy a su estilo literario), que no queda otra opción sino leerla una y otra vez hasta que entra en nosotros como el universo que representa. Nos dice: “La pregunta qué es un lector es, en definitiva, la pregunta de la literatura. Esa pregunta la constituye, no es externa a sí misma, es su condición de existencia. Y su respuesta —para beneficio de todos nosotros, lectores imperfectos pero reales— es un relato: inquietante, singular y siempre distinto.” A propósito del lector, me llegó vía Instagram hace pocos días un video de la página Voces de la literatura, del profesor y lector Mario Morales, a quien no conocía, en el que hace referencia en los mejores términos (mil gracias) a mi novela Una línea indecisa (Monte Ávila Editores Latinoamericana y ULA, 1999), que versa acerca del gran poeta venezolano decimonónico Juan Antonio Pérez Bonalde, y de su hermana Elodia Carolina, a quien dedicó su famoso poema Vuelta a la patria. Al final de su video, nos deja un concepto interesante acerca de lo que para él es un lector, que no dista, por heteróclito, del de Piglia, nos dice: “Un lector es un paisaje en construcción”. Ambas definiciones están exentas de determinismos, y nos dejan todo un panóptico de posibilidades argumentales. Piglia echa mano de la figura del relato y Morales de la del paisaje: ambos contextos abiertos, espléndidos, en proceso de consolidación intelectual, humana y creadora.
2. Por si fuera poco, esa misma semana (concretamente el domingo) mi querida colega y amiga Nery Santos Gómez publicó en El Diario de Madrid (órgano digital y de reciente creación) un artículo que tituló Volver a la patria con Ricardo Gil Otaiza, en el que, a modo de reseña (aunque va más allá de su concepción tradicional), habla de mi novela Una línea indecisa, que tantas y gratas sorpresas me ha dado en su casi cuarto de siglo de existencia. No pienso, supersticioso y “flemático” como dicen que soy, que ambos sucesos sean mera casualidad, o aleatorios o causalidad, considero que son una vuelta de tuerca hacia una temática a la que dediqué, años ha, ingente energía y tiempo, investigación y pasión, y que hoy regresa a mí en una suerte de búmeran, que me lleva a reflexionar sobre los personajes centrales de la trama: sus vidas y tragedias; sus destinos trastocados y difusos, gracias a los altibajos de la política venezolana que, tanto ayer como hoy, nos han lanzado a la diáspora y al desentrañamiento. Nunca, pero nunca pensé, cuando escribía la novela, que aquel dolor relatado en la voz de Pérez Bonalde y de su hermana, me tocaría alguna vez tan de cerca en sus múltiples y complejas variables existenciales, que aquello que para mí era el mayor de los castigos infringidos al poeta (no poder volver a la tierra que lo vio nacer) me tocaría tangencialmente (obviamente, no soy un exiliado, sino un emigrante; Juan Antonio Pérez Bonalde sí lo fue hasta más allá de la muerte), y que en mi yo interior amasase, no sin cierta amargura e ironía, lo que pudo ser y no fue.
2. Por si fuera poco, esa misma semana (concretamente el domingo) mi querida colega y amiga Nery Santos Gómez publicó en El Diario de Madrid (órgano digital y de reciente creación) un artículo que tituló Volver a la patria con Ricardo Gil Otaiza, en el que, a modo de reseña (aunque va más allá de su concepción tradicional), habla de mi novela Una línea indecisa, que tantas y gratas sorpresas me ha dado en su casi cuarto de siglo de existencia. No pienso, supersticioso y “flemático” como dicen que soy, que ambos sucesos sean mera casualidad, o aleatorios o causalidad, considero que son una vuelta de tuerca hacia una temática a la que dediqué, años ha, ingente energía y tiempo, investigación y pasión, y que hoy regresa a mí en una suerte de búmeran, que me lleva a reflexionar sobre los personajes centrales de la trama: sus vidas y tragedias; sus destinos trastocados y difusos, gracias a los altibajos de la política venezolana que, tanto ayer como hoy, nos han lanzado a la diáspora y al desentrañamiento. Nunca, pero nunca pensé, cuando escribía la novela, que aquel dolor relatado en la voz de Pérez Bonalde y de su hermana, me tocaría alguna vez tan de cerca en sus múltiples y complejas variables existenciales, que aquello que para mí era el mayor de los castigos infringidos al poeta (no poder volver a la tierra que lo vio nacer) me tocaría tangencialmente (obviamente, no soy un exiliado, sino un emigrante; Juan Antonio Pérez Bonalde sí lo fue hasta más allá de la muerte), y que en mi yo interior amasase, no sin cierta amargura e ironía, lo que pudo ser y no fue.
3. Nos dice Antonio Tabucchi en Autobiografías ajenas. Poéticas a posteriori (Anagrama, 2006): “A veces una sílaba puede contener un universo”. ¡Interesante!, sin duda, y esto me lleva a la prehistoria de mi vida, cuando para nombrar a mi madre utilizaba la sílaba aguda “má” (lo mismo con mi padre, “pá”): ellos eran mi universo (y lo siguen siendo a pesar del tiempo y de sus cenizas desperdigadas por el viento). Las palabras nombran el mundo; son nuestro cosmos de relaciones. La palabra (en toda su acepción filosófica, teológica y lingüística) es parte esencial de mi vida: con lo que he expresado oralmente y por escrito. Llevo varias décadas lanzando palabras aquí y allá y por doquier, y ellas les han dado sentido a mis días; me han abrigado de las rutinarias acechanzas; han sido el pilar en el que he sustentado mi razón de ser. Sin la palabra, el mundo sería un desierto; todo carecería de sentido, nada estuviera en su lugar. Pero ella está desde los albores; no en vano se dice en La Biblia: “Al principio existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios”. La palabra es y no es: nombra todo, pero no es un objeto palpable al cual asirse como tabla de salvación, pero como otorga un nombre a cada cosa y a cada ser, ella es la Esencia; está consustanciada en nosotros: mueve los hilos de la existencia y nos hace perpetuarnos a pesar de nuestra débil condición mortal.
4. El lector, lee, y leer es evocar y convocar fantasmas: los de la palabra, los del propio autor ausente. Quien lee establece un diálogo metafísico con lo plasmado por el autor y, en el proceso, seres fantasmáticos y esperpénticos (inventados o reales) cobran vida frente al lector y sus propias recreaciones mentales, y en esa dialógica nace así un nuevo mundo: el de la creación literaria, que a su vez ilumina en nuestro interior muchos y diversos mundos qué recorrer y descubrir. Al leer disfrutamos, sufrimos, interpelamos, desafiamos, interrogamos, y varias veces claudicamos ante lo imposible, pero jamás somos indiferentes ni inmutables, ni desdeñosos ni displicentes, porque algo en nuestra interioridad, querámoslo o no, aceptémoslo o no, ha cambiado y ya no somos los mismos.
rigilo99@gmail.com
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