¿Sobreviviremos a la tecnología?
Aterra pensar que alguien pueda oprimir un botón para desencadenar un Armagedón con la misma facilidad con la cual un desconocido puede apretar un gatillo apuntándonos
Existe un debate abierto sobre si podemos educar al hombre moderno para la sociedad actual y sobre los efectos de esta en la psique y la estructura cerebral humanas. Se discute si nos conviene vivir en ella, cuestionando si la humanidad podrá sobrevivir a su propia creación. Este debate abarca dimensiones educativas, filosóficas, morales, antropológicas y políticas. Contextualicemos.
Nuestra especie surgió hace casi 2.8 millones de años, con un cerebro superior al de otros primates, que evolucionó hasta el hombre moderno hace unos 300 mil años. Este cerebro estaba adaptado a la vida en pequeños grupos familiares cooperativos, en entornos altamente predecibles: los animales presentes, sus pautas migratorias, la sucesión de las estaciones. La vida en grupo proporcionaba colaboración mutua para la caza, la recolección, el cuidado de las crías y la defensa contra depredadores.
Nuestra especie surgió hace casi 2.8 millones de años, con un cerebro superior al de otros primates, que evolucionó hasta el hombre moderno hace unos 300 mil años. Este cerebro estaba adaptado a la vida en pequeños grupos familiares cooperativos, en entornos altamente predecibles: los animales presentes, sus pautas migratorias, la sucesión de las estaciones. La vida en grupo proporcionaba colaboración mutua para la caza, la recolección, el cuidado de las crías y la defensa contra depredadores.
El uso del fuego, la mejora en la fabricación de herramientas, la caza de animales más grandes, el aumento relativo de la población y la aparición del lenguaje, entre otros factores, posibilitaron la formación de grupos humanos multifamiliares, las tribus, hace aproximadamente 100 mil años. Esto exigió una organización social más compleja, que sentó las bases para sociedades más numerosas y estructuradas. No es hasta hace unos 10 mil años cuando el ser humano comienza a asentarse en núcleos poblacionales, a comerciar excedentes y a desarrollar la primera especialización en el trabajo. Apenas hace 3500 años inventamos la escritura y la numeración, y hace 2500 se construyeron las pirámides de Egipto.
No fue sino hasta el siglo XV cuando Occidente inventa la imprenta; en el siglo XVIII, la máquina de vapor; en el siglo XIX, el telégrafo, el teléfono, la bombilla eléctrica y se da el auge del ferrocarril. Las ciudades comienzan a multiplicarse y a crecer en todo el mundo, pero es en el siglo XX cuando la explosión de innovaciones se desencadena, dando paso a las sociedades postindustriales, tecnológicamente modeladas, y a la aparición definitiva de las superurbes. Socialmente, pasamos de un universo con una sola verdad a un multiverso lleno de múltiples verdades y, en muchos casos, con fanáticos capaces de matar por ellas.
Lo notable de esta evolución tecnológica son los retos adaptativos que impone a nuestra especie. Nuestro cerebro, con una valiosa capacidad adaptativa modelada por su plasticidad, se ve desafiado por innovaciones tan abruptas que ponen a prueba sus propias facultades. El volumen diario de información excede nuestras potencialidades neurológicas de procesamiento. Los contactos continuados con gente desconocida, que nuestro cerebro, diseñado para estar alerta ante lo extraño, procesa como si fueran amenazas, disparando alertas constantes. La aglomeración de gente en espacios reducidos quienes invaden ineludiblemente nuestros espacios personales, las miradas de quienes no sabemos qué buscan o quieren de nosotros, nuestro sistema nervioso diseñado para ruidos rurales, no para el ruido superurbano y agitado, sufre niveles de estrés crónico que ponen a prueba nuestra capacidad de tolerancia y adaptación, creando desajustes en nuestra capacidad de atención y concentración, y afectando la salud física y mental personal y social.
Estudios neurocientíficos ponen de manifiesto que estas tecnologías pueden tener efectos en la reducción de nuestra corteza cerebral y en la calidad de nuestras capacidades adaptativas, por el simple hecho de que la velocidad y la cantidad de los cambios no da tiempo a la biología para evolucionar con la misma rapidez.
De todos los peligros tecnológicos, hay uno que me abruma especialmente. La naturaleza creó en las distintas especies un equipamiento cada vez mejorado para defenderse. A la par de esta dotación, estableció un cuerpo de señales para inhibir en los vencedores el deseo de no matar al vencido. Las posturas de sumisión de los perros o la rendición de un humano con los brazos en alto son parte de este repertorio de señales. Pero las armas actuales no son creación de la naturaleza, sino de nuestro ingenio, y frente a ellas no hay señales naturales apropiadas que conjuren la despersonalización que producen los ataques a distancia y el anonimato a que nos condenan las grandes urbes: la víctima no es vista como prójimo, sino como alguien ajeno y distinto al victimario. Aterra pensar que alguien pueda oprimir un botón para desencadenar un Armagedón con la misma facilidad con la cual un desconocido puede apretar un gatillo apuntándonos.
@AsuajeGuedez
asuajeguedezd@gmail.com
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