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La “ley Bolívar” de yanquilandia

El nombre “Bolívar” evoca la libertad. Y –más aún– es sinónimo de libertad. Esa ley liberticida simboliza la opresión. Su “ratio legis” o motivo es inicuo por ser para yugular a un pueblo.

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

05/12/2024 05:00 am

La sola mención de tan sublime nombre en circunstancias indignas de su excelsitud y del todo contrarias a su gloria inmarcesible, denuncia una inmensa torpeza debida o a una gran abyección o a una descomunal ingenuidad pueril o a ambas causas al unísono y al conjuro de una gran retorsión de la Lógica.

Es increíble el manosear así ese venerable nombre e injuriar así al País de la Libertad, donde con todo el debido respeto nos referimos a Simón Bolívar –flor de raza y de siglo– como El Padre de la Patria, y además, por si fuere poco, irrespetar a los otros países que le deben el ser libres, esto es decir, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá y Perú. Se dice rápido…

En aras de la inmensa elevación moral de Simón Bolívar, quien suscribe podría comenzar y terminar esta columna haciendo constar que el inigualable prócer venezolano es el único guerrero en la Historia universal que invadió países no para robarlos sino para libertarlos. Y punto.

Pero hay muchísimo más en loor de la gesta limpia y luminosa del Libertador: nació inmensamente rico y murió inmensamente pobre. Porque fue todopoderoso, tuvo infinitud de oportunidades para lucrarse y jamás lo hizo sino, muy por el contrario, invirtió su fabulosa riqueza (era uno de los hombres más ricos del mundo) en fortalecer el ejército de su patria para dar la libertad ¡¡¡a seis naciones!!!

Esclavizar es reprimir gente a la fuerza y de modo permanente para causarle aflicción y pretender reducirla y someterla a sus deseos e intenciones y dictados. La fuerza espuria puede emplearse con el ilegítimo uso de la ley porque de suyo ésta se impone “velis nolis” o “quieras o no quieras, te guste o no te guste”… Y exactamente ése es el caso de algunas leyes nacionales o internacionales tramadas para la opresión de los pueblos tiranizándolos.

Simón Bolívar fue siempre un perfecto paradigma de LIBERTAD, esto es decir de lo contrario a tiranizar, esclavizar u oprimir y por eso, con hartura de razones, se le tituló “Libertador”. Y por eso es repugnante que se haya bautizado con su ilustrísimo nombre una ley para yugular la libertad del muy noble pueblo venezolano, al través de agresiones a su Economía y ley esclavizadora por tanto pues, como sucede hace años, lo privará de alimentos y medicinas, crimen éste de lesa humanidad que ya ha causado muchas muertes en Venezuela por la ignominia llamada “sanciones”, como si unos países tuvieran derecho de sancionar a otros.

El abusar de su nombre tan sublime para bautizar a esa innoble ley es una auténtica contradictio in terminis y perfecta perversión de la lógica. Simón Bolívar, hombre eminentemente liberal (y nunca se insistirá lo bastante en esto), es la perfecta antítesis de la esclavitud y potísimas pruebas de ello son las siguientes:

Enfrentó a sus pares de la clase alta –me refiero a los muy agresivos mantuanos caraqueños– al declararse contrario a la costumbre (hecha ley entonces) de tener esclavos. La abolición total de la esclavitud había sido la constante exigencia de Simón Bolívar ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. Por su amor a la libertad, principió por libertar a los mil esclavos que heredó de su riquísima familia mantuana. En carta del 2 de junio de 1816, Bolívar decretó la libertad absoluta de todos los esclavos que se alistaron en las filas del Ejército Patriota para luchar en las guerras de Independencia contra el imperio español. Ése fue el primer intento de eliminar la esclavitud en Venezuela. Halló mucha resistencia de sus poderosos pares mantuanos. El 6 de junio de 1816 dictó la primera proclama de abolición de la esclavitud y escribe al General Arismendi: “Proclamé la libertad general de los esclavos”. Y un mes después, el 6 de julio de 1816, dictó la segunda y hermosa proclama de abolición de la esclavitud:

“Esta porción desgraciada de nuestros hermanos que han gemido bajo las miserias de la esclavitud, ya es libre. La naturaleza, la justicia y la política piden la emancipación de los esclavos: de aquí en adelante sólo habrá en Venezuela una clase de hombres, todos serán ciudadanos”.

Y en 1819 se dirigió así en su magnánimo Mensaje al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.


En 1821 también imploró al Congreso la abolición de la esclavitud de los negros porque quiso que “todo ser nacido en Colombia nazca libre”. En 1824, cuando estaba el Libertador en la cima de su gloria, escribe con pasión libertadora al Prefecto del Departamento de Trujillo en el Perú y alega u ordena en favor de los esclavos:

“Todos los esclavos que quieran cambiar de señor, tengan o no tengan razón, y aun cuando sea por capricho, deben ser protegidos y debe obligarse a los amos a que les permitan cambiar de señor concediéndoles el tiempo necesario para que lo soliciten. S. E. previene a V. S. dispense a los pobres esclavos toda la protección imaginable del Gobierno, pues es el colmo de la tiranía privar a estos miserables del triste consuelo de cambiar de dominador. Por esta razón S. E. suspende todas las leyes que los perjudiquen sobre la libertad de escoger amo a su arbitrio y por su sola voluntad. Comunique V. S. esta orden al Síndico Procurador General para que esté entendido de ella y dispense toda protección a los esclavos”.

Miguel Acosta Saignes, periodista, antropólogo y militante de las muy nobles causas populares, en su obra ‘BOLÍVAR’, señala: ‘Vivió los ideales de su clase, impulsó algunos y entró en contradicción con otros, como cuando se convirtió en el gran líder de la libertad de los esclavos, decretada por él en Carúpano y en Ocumare, y pedida a los congresos constituyentes, desde Angostura en 1819, hasta Bolivia en 1826, sin éxito’ (resaltados míos).

Así que, visto lo visto, puede y debe concluirse en que Simón Bolívar –hombre eminentemente liberal– era enemigo de esclavizar gente. ¿Cómo es posible que se abuse de su altísimo nombre para encasquetárselo a una ley ultraesclavista? El bautizar esta ley así fue una necedad y, mucho peor aún, una injuria y consiguiente falta de respeto continental. Honrar honra y deshonrar deshonra. Máxime cuando se nombra a un hombre de tánta virtud, gloria y nobleza como Simón Bolívar: el respeto es la virtud socializadora por excelencia… ¿Cómo les caería a los estadounidenses si a una abominable ley por el estilo o semejante se le pusiera el tan respetable y respetado nombre de “Washington”?

¿Qué diría el gran Abraham Lincoln –quien fue asesinado por lograr la abolición de la esclavitud– de esa recentísima y esclavizante ley estadounidense contra Venezuela? ¿Qué diría George Washington, cuyo mechón de cabello le obsequió en 1825 a Bolívar la familia del prócer estadounidense, de esa estadounidense y novísima ley esclavista? Washington fue presidente de los Estados Unidos entre 1789 y 1797 y comandante en jefe del Ejército Continental revolucionario en la guerra de la Independencia de los Estados Unidos, donde con hartura de razones se le considera el Padre de la Patria. ¿Y qué diría de esa muy nueva ley esclavizadora contra los venezolanos el general Simón Bolívar Buckner, quien fue profesor en West Point y gobernador de Kentucky? ¿Y qué diría su hijo el general Simón Bolívar Buckner, comandante del X Ejército (180.000 hombres) que terminó triunfante la Segunda Guerra Mundial cuando tomó a Okinawa?

Muy audaz resultaba el formular aquellas exigencias u órdenes del Libertador contra la esclavitud –para lo cual se necesitaba la impresionante valentía que a Bolívar le sobraba– y basta para juzgarlo así el recordar que, más de cuarenta años después, la abolición de la esclavitud en Estados Unidos provocó una larga y devastadora guerra civil allá.

Empero, no se satisfizo el Libertador con aquellas reiteradas órdenes, que sólo aliviaban la situación de los esclavos: La abolición total de la esclavitud había sido su infatigable demanda ante los legisladores de Venezuela y de Colombia. El Libertador, como puntualicé antes, principió por manumitir a sus propios siervos. Y, después, en 1816, expresó en carta al General Arismendi: “Proclamé la libertad general de los esclavos”. Y, conviene repetirlo hasta con insistencia machacona, en 1819 señaló en su Mensaje al Congreso de Angostura: “Yo abandono a vuestra soberana decisión la reforma o la revocación de todos mis estatutos y decretos; pero yo imploro la confirmación de la libertad absoluta de los esclavos, como imploraría mi vida y la vida de la República”.

Simón Bolívar, y en esto debe haber la mayor reiteración, era absolutamente desprendido: Habiendo nacido riquísimo—una de las fortunas más grandes del mundo—lo dio todo por la Independencia al extremo de que murió en la miseria. Renunció ante el Congreso, en 1821, a sus sueldos y a los premios que le otorgaría Colombia como servidor público. Sobre su desprendimiento, el talentosísimo historiador Blanco Fombona expresó: “Superioridad de Bolívar, en este punto, sobre Washington y Napoleón. Ejemplo único en Hispano-América, donde se marcharon con oro desde Lord Cochrane, San Martín y Rivadavia hasta Santander y Peña”.

Principié por tildar de torpeza la mueca de bautizar con su tan venerable cuan consagrado nombre a esa ley esclavizadora (nombre de quien abominaba de los esclavistas), por ser tramada para pretender subyugar al muy noble pueblo venezolano al través de medidas coercitivas, ignominiosas e infames para causar estragos en la Economía y un desastre financiero. Y, en suma, para provocar atroz sufrimiento al pueblo “Porque eso lo que hace es que sufran los pueblos”, como sentenció con firmeza el jueves 28 de noviembre de los cursantes la flamante y al parecer bien plantada presidenta de Méjico, Claudia Sheinbaum Pardo.

Ley esclavizadora aprobada por el Congreso de Estados Unidos, gran parte de cuyos nacionales (incluido George Washington) son o eran afectos a la esclavitud y sobre todo en los Estados del sur de Estados Unidos pues su Economía y riqueza dependían de la fuerza esclava para impulsar las plantaciones de algodón y tabaco, que basaban su situación socioeconómica y política. En 1860 Carolina del Sur era el único Estado con una población mayoritariamente esclava. La esclavitud fue abolida en Estados Unidos el 1º de enero de 1865 por Abraham Lincoln y esto desencadenó la pavorosa guerra civil o Guerra de Secesión. La muerte de Lincoln tuvo lugar el 14 de abril de 1865 cuando el miserable Booth le disparó a quemarropa y asesinó al primer y mejor presidente de ese país. Su hermoso canto fúnebre lo hizo el gran poeta estadounidense Walt Withman.

Abraham Lincoln era muy bueno, valiente y honrado (lo llamaban “el honrado Abraham”). Cuando él vió por vez primera traíllas de esclavos negros encadenados, se horrorizó. Era un decidido partidario de la unión e igualdad entre seres humanos y cuestionó la gran contradicción de eso con la declaración inicial de la independencia estadounidense en tal sentido. Ganada la guerra al Sur gracias al prominente general Grant, quien bebía mucho, le fueron con el chisme a Lincoln, quien les dijo “Díganme qué marca de whisky toma el general Grant para mandársela a los demás generales a ver si ganan batallas como él”. Viajó a Richmond (capital del Sur) y cuando los negros lo vieron cantaron “llegó nuestro gran Mesías salvador”.

Con anterioridad expresé que la esclavitud es un crimen de lesa humanidad y pruebas al canto. El Estatuto de Roma, en su artículo 7, establece lo siguiente:

“Crímenes de lesa humanidad.

1. A los efectos del presente Estatuto, se entenderá por ‘crimen de lesa humanidad’ cualquiera de los actos siguientes cuando se cometa como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil y con conocimiento de dicho ataque:

a) Asesinato;

b) Exterminio;

c) Esclavitud;

d) Deportación o traslado forzoso de población;

e) Encarcelación u otra privación grave de la libertad física en violación de normas fundamentales de derecho internacional;

f) Tortura;

g) Violación, esclavitud sexual, prostitución forzada, embarazo forzado, esterilización forzada o cualquier otra forma de violencia sexual de gravedad comparable;

h) Persecución de un grupo o colectividad con identidad propia fundada en motivos políticos, raciales, nacionales, étnicos, culturales, religiosos, de género definido en el párrafo 3, u otros motivos universalmente reconocidos como inaceptables con arreglo al derecho internacional, en conexión con cualquier acto mencionado en el presente párrafo o con cualquier crimen de la competencia de la Corte;

i) Desaparición forzada de personas;

j) El crimen de apartheid;

k) Otros actos inhumanos de carácter similar que causen intencionalmente grandes sufrimientos o atenten gravemente contra la integridad física o la salud mental o física.

2. A los efectos del párrafo 1:

a) Por ‘ataque contra una población civil’ se entenderá una línea de conducta que implique la comisión múltiple de actos mencionados en el párrafo 1 contra una población civil, de conformidad con la política de un Estado o de una organización de cometer esos actos o para promover esa política;

b) El ‘exterminio’ comprenderá la imposición intencional de condiciones de vida, la privación del acceso a alimentos o medicinas, entre otras, encaminadas a causar la destrucción de parte de una población; (…)” (resaltados míos).


¿Cómo asociar tamaña crueldad monstruosa con las superlativas bondad y nobleza de Simón Bolívar, quien sacrificó todo en aras de su Patria y de la libertad de su pueblo e incluso hasta de la libertad de cinco pueblos más? Debe saberse y recordarse que el Libertador disfrutaba en París de una muy placentera e intensa vida pletórica de gozos: la vida mundana y los placeres de la bohemia. Allá se lanzó a una frenética festividad sobre la base de su inmensa riqueza. En París ofreció muy a menudo espléndidas fiestas que “nunca terminaban antes del amanecer”, a las cuales asistían las más prominentes figuras y, por supuesto, muchas damas.

El eminente intelectual y escritor venezolano, Rufino Blanco Fombona, aseguró: Ningún hombre, en ninguna época de la historia, se encontró en las circunstancias que él, ni se multiplicó con el mismo señorío y el mismo éxito en tan varias actividades como las del apóstol, la del tribuno, la del diplomático, la del caudillo, la del general, la del estadista, la del legislador. Los españoles, que sabían a qué atenerse, personificaban en él la resistencia. Así el general Morillo, jefe expedicionario, escribía al Gobierno, a Madrid: ‘Él es la revolución’. Ningún hombre hasta él había realizado tan grandes cosas con tan escasos elementos, en lucha constante contra los más poderosos obstáculos: contra la geografía, contra la historia, contra la abyección, contra el fanatismo, contra la ignorancia, en pueblo sin tradiciones militares, sin educación guerrera, sin unidad étnica, sin disciplina, sin dinero, sin crédito, sin nombre, sin nada. Semejante circunstancia, que los historiadores y comentaristas admitirán unánimes, lo distingue entre todos los héroes antiguos y modernos, y le da, según la expresión del belga De Pratt, un puesto aparte en la historia”.

El próximo 9 de diciembre se celebrará el bicentenario de la batalla de Ayacucho y es muy oportuno destacar el magnífico discurso que dio Simón Bolívar al exaltarla:

“Habéis dado la libertad a la América meridional; y una cuarta parte del mundo es el monumento de vuestra gloria”.

Esa empresa guerrera que tuvo por coronamiento la libertad de la cuarta parte del globo, regada por la sangre de tantos pueblos se ha cumplido a despecho de la naturaleza, a despecho de los embrollos étnicos, a despecho del fanatismo religioso, a despecho de la ignorancia, a despecho de la anarquía, a despecho de aquellos mismos pueblos enceguecidos a quienes se iba libertando”.


El magnílocuo Blanco Fombona opinó: “A tal empresa, tal cíclope. ¿Qué dicen los extraños, los indiferentes, los fríos? ¿Los ingleses, por ejemplo? Oigámoslos…: “Fue igual como capitán a Carlos XII en audacia, a Federico II en constancia y pericia…”; “sobrepasó a Alejandro, a Aníbal y a César en las dificultades que tuvo que vencer y sus marchas fueron más largas que las de Gengis Kan y Tamerlán. Y esa obra de violencia fue una obra de amor. Él no ató pueblos, sino los desató. La libertad de América, de toda esa América española que él tuvo y proclamó por patria, que quiso confederar en un solo pueblo gigante, fue la columna de fuego que lo guió en su epopeya. Por eso Martí, José Martí, un José Martí, pudo tener este arranque magnífico: “De hijo en hijo, mientras la América viva, el eco de su nombre resonará en lo más viril y honrado de nuestras entrañas”.

Se impone el citar de nuevo al muy notable intelectual, escritor e historiador, Rufino Blanco Fombona, quien fue postulado en 1928 por España al Premio Nobel de Literatura –pero como no quiso renunciar a su venezolanidad para nacionalizarse español, eso no cristalizó– por eminencias como Ramón del Valle-Inclán, Gregorio Marañón, Manuel Machado y Ramón Menéndez Pidal entre otros. Aquel eminentísimo venezolano manifestó en sus estudios históricos lo siguiente:

“A Bolívar no se le puede comparar con Washington porque Bolívar es un genio, mientras que Washington no fue sino un grande hombre; ni con Bonaparte, porque la obra bolivariana subsiste, mientras que la de Napoleón ha desaparecido; sobre que Napoleón fue un general de un gobierno con ejércitos, con dinero, con tradiciones, con gloria, mientras que Bolívar lo creó todo: pueblo, ejércitos, opinión, medios de subsistencia, y amor por la gloria. Ni con San Martín, el otro capitán de Suramérica, porque San Martín no fue sino un general, un gran general, mientras que Bolívar fue un Caudillo continental, un legislador, un tribuno, un escritor, un genio político. San Martín puede compararse más bien con Sucre y con Washington, a quienes iguala en desprendimiento patriótico. Con Bolívar no. Hay desemejanzas de temperamento: San Martín era severo, frío y Bolívar era arrebatado y elocuente; desemejanza de educación: San Martín se levantó en los cuarteles y Bolívar en los salones: desemejanza de tendencias políticas: San Martín, servidor del absolutismo de Carlos IV, era conservador y monarquista, Bolívar liberal y republicano; desemejanza de cultura: San Martín ignoraba hasta la ortografía, mientras que Bolívar era un pensador, un artista de la palabra escrita y de la palabra hablada.

Con Washington la diferencia es también grande. Washington nace pobre y muere rico. Bolívar nace rico y, en servicio de América, se arruina. Washington, en vida, no da libertad a ninguno de sus esclavos negros. Bolívar en una sola de sus haciendas patrimoniales, otorga la libertad a 1.000 negros que valen 300.000 dólares.

Ni Washington ni San Martín columbraban el futuro; Bolívar lo predecía, no por don profético sino por inducciones o intuiciones geniales. Nadie, ni Bonaparte, tuvo en el grado que él el don de seducir a los hombres aisladamente y, colectivamente, a las multitudes. Bonaparte carecía también del desprendimiento caballeresco del gran caballero español Simón Bolívar. Washington es el gran hombre mediocre. No le quita una hora de sueño lo que pasa más allá de sus patrias fronteras, predica a su país el aislamiento indiferente que él deseaba para sí mismo, satisfecho de haber realizado una empresa magnífica, y suspira por el sillón de su cuarto, por su biblia, su pipa y su mujer.

A Bolívar lo devoró la inquietud de la libertad y de la humanidad. Nada humano le fue indiferente. Aun las generaciones más remotas del porvenir americano le preocupaban. ‘Mis dolores existen en los días futuros’ escribió’. Soñó con llevar la independencia a Filipinas y la República a España. Otros hombres le fueron superiores por aspectos determinados: Napoleón en armas, Washington, Sucre y San Martín en voluntad para alejarse del Poder; pero en genio global, en superhombría no le cede a ninguno. Ninguno vio tan hondo en el porvenir como él; ninguno se sobrepuso a tantas deficiencias, como él; ninguno tuvo su inspiración ardiente en medio de las dificultades. ‘Usted es el hombre de la guerra –le dijo a Sucre–, yo soy el hombre de las dificultades’. Fue Colón, Pizarro e Isabel la Católica, todo en uno. Fue, todo en uno, Bonaparte y la Convención.

Tuvo defectos, como que era de carne y hueso. Goethe decía de Bolívar que para ser el hombre perfecto no le faltaban ni algunas flaquezas humanas. Puesto entre los varones de Plutarco, sería quizás el mayor de todos. Así lo reconocerá la posteridad cuando estudie mejor a Simón Bolívar”.
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