Cuando el gerente es un líder nato, sus condiciones de liderazgo son espontáneas y naturales, pero también puede ser un buen líder en forma adquirida en un proceso educativo teórico práctico. En ambos casos es una persona que inspira al equipo de trabajo, comparte su propósito de vida, es respetado por todos, contagia la actitud de búsqueda de la excelencia y comparte el éxito. El líder facilita y promueve la educación del equipo, ya que comprende que su ascenso depende del crecimiento de todos y viceversa. En muchos casos puede ser mentor de algunos de los integrantes del grupo, ya que para un buen líder el legado es un compromiso que trasciende en el tiempo. Su influencia está determinada más por su personalidad y conocimientos que por su jerarquía o posición formal. Su visión clara a corto, mediano y largo plazo, que inspira y motiva a sus compañeros de trabajo, es un faro innovador que guía el crecimiento institucional, incluso en condiciones adversas, ya que con la seguridad psicológica que genera su actitud, se facilita la participación de los mejores talentos de la organización, lo cual conduce a un aprovechamiento de oportunidades y a la superación de los riesgos para finalmente producir el efecto paradójico de crecer en un medio adverso, en el cual la mayoría de las iniciativas fracasan, por no desarrollar la capacidad de adaptación a nuevas e imprevistas situaciones complejas, volátiles, ambiguas y con alto grado de incertidumbre. El líder comparte su propósito de vida y esto conduce a la generación de un cuerpo de objetivos comunes con la mayoría del equipo de trabajo, todo lo cual genera la fuerza sinérgica necesaria para superar las adversidades que se presenten. La confianza es un componente fundamental en el proceso de liderazgo, ya que el líder debe gozar de credibilidad en la mayoría de los trabajadores que estén en su área de influencia y por otra parte también debe haber la suficiente confianza para que el líder delegue responsabilidades que se traduzcan en tareas específicas. Otro aspecto importante que se debe destacar es la conducta ante las fallas y los errores, ante los cuales debe asumirse una actitud de tolerancia razonable y de aprendizaje mutuo, que permita el fortalecimiento personal y laboral, lo cual facilita que la resiliencia sea un componente de la cultura organizacional.

Cuando el gerente actúa más como jefe que como líder, habitualmente destaca su posición jerárquica en sus relaciones con el equipo de trabajo, ya que su puesto en la estructura organizacional es una de sus principales motivaciones. Su forma de trabajar es dar órdenes, asignar tareas, supervisar los resultados y ante los errores y fallas es más sancionatorio que pedagogo, ya que se enfoca más en la búsqueda del culpable que en la corrección de las causas del problema. La conducta del jefe en la gestión diaria se basa fundamentalmente en órdenes a los subalternos, mientras que el líder inspira a los integrantes del equipo de trabajo a tener propósitos comunes.

En síntesis se puede ser gerente, líder y jefe, dependiendo de las circunstancias, pero lo recomendable es ejercer un liderazgo genuino con alcance global.

Bartolomé Finizola Celli
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