Mi Reino por un caballo
La pertinencia de esta reflexión histórica en dos tiempos y dos espacios distintos, es a propósito de la disyuntiva actual que se cifra sobre la corona británica, nubarrones que anuncian tempestad por una corona inexistente en la práctica moderna
La historia contada desde el imaginario cinematográfico cuenta con el atractivo escenográfico, la adecuación metódica al público –según sus costumbres y tradiciones -, para construir entre el discurso y la acción, una trama que inspire a tomar partidas según la intención del libretista hacia las distintas partes que se confrontan. La intención final es la de coronar con un acabado altamente cotizado por la crítica, y más, premiado en las taquillas con apetitosos resultados para los inversionistas, creadores y actores; sin embargo, la historia real se expresa en un falso romanticismo, cruentos episodios donde la ambición y la lucha por el poder conllevan inexorablemente a luchas fratricidas, traiciones, conspiraciones deshumanizadas y alegorías a todos los pecados capitales.
Pasearse por las crónicas egipcias, griegas, romanas, chinas o persas es abundar en hechos donde la realidad y la fantasía se entrecruzan creando un legado de principios y desvalores, cuyos efectos han marcado a las generaciones que les sucedieron y se mantienen vivos en la realidad cotidiana contemporánea. Las llamadas “civilizaciones bárbaras”, lograron desprenderse de la dominación romana, construir centros de poder de gran auge, e incluso, sobrepasar a los “civilizadores” en maldad, alevosía e irrespeto a la vida; experiencia esta, que fue exportada posteriormente en sus propias empresas de conquista a otros confines del planeta.
Pasearse por las crónicas egipcias, griegas, romanas, chinas o persas es abundar en hechos donde la realidad y la fantasía se entrecruzan creando un legado de principios y desvalores, cuyos efectos han marcado a las generaciones que les sucedieron y se mantienen vivos en la realidad cotidiana contemporánea. Las llamadas “civilizaciones bárbaras”, lograron desprenderse de la dominación romana, construir centros de poder de gran auge, e incluso, sobrepasar a los “civilizadores” en maldad, alevosía e irrespeto a la vida; experiencia esta, que fue exportada posteriormente en sus propias empresas de conquista a otros confines del planeta.
Hoy día –desde el alba del nuevo milenio -, América se ha visto gobernada por personeros creyentes en la pureza absoluta de las organizaciones previas a la llegada de los europeos (antiguos bárbaros). La nueva clase política decidió increpar a los descendientes de los antiguos colonizadores, exigir disculpas y pagos por daños y prejuicios a generaciones por los actores de hace quinientos años. Sin lugar a dudas, en nuestro continente viven los verdaderos descendientes de quienes actuaron con tanta dureza, insania y maldad en la época en cuestión. Los herederos perdidos en el tiempo de aquellos “barbaros” se fueron diluyendo con mezclas “VOLUNTARIAS” a través de los siglos y muchos regresaron al viejo mundo como hombres libres, o perseguidos por la justicia local por la destrucción paulatina de sus incipientes naciones, cientos de latinos que por generaciones disfrutan del poder que otorga el dinero mal habido en las arcas de sus maltratados países.
Por otra parte, la invasión foránea habría sido inoficiosa si no hubiera contado con socios internos, tribus y organizaciones étnicas que vieron la oportunidad para deshacerse de la barbarie a que eran sometidos por los antiguos imperios –castas poderosas de la América aborigen -, quienes les esclavizaban, asesinaban en cultos grotescos a imaginarias deidades, con una crueldad que nada tendría que envidiar a las campañas de mongoles, persas o romanos. La cordura aconseja que cuando en la sangre se lleva la herencia de la culpa, lo mejor es ver hacia adelante para descubrir el mejor camino y más adecuado; mirar hacia atrás, solo para valorar las causas de los desafueros, sin discriminación entre quienes hicieron el mal, colaboraron con él, dejaron hacer o simplemente fueron beneficiarios de tanto dolor, mezquindad y destrucción.
Resulta reconfortante cuando la herencia que nos legaron no es de culpa. El testamento biológico de las causas injustas nadie quiere reclamarlo para sí –a menos que la satrapía del ancestro se quede corta con quienes le sucedieron -, como sucede en los años de gobiernos “independientes” de nuestros continentes; sin contar con las sumisiones voluntarias a otras naciones por afinidad ideológica, negociados económicos o pagos de vacunas por someter a sus propias naciones. Así, resulta incongruente iniciar una búsqueda de quienes llevan el ADN de los sátrapas europeos como Cortés, Lope de Aguirre, Soto, Mendoza o Pizarro, facilitadores como Malintzin (o “doña Marina) y francos colaboradores e incluso combatientes tribus Huancas, Chancas, Chachapoyas, Cañaris, etc., quienes sirvieron de guías a aquellos.
Cuando la herencia es un poder mal habido, no falta quienes se abroguen el derecho sucesoral al trono o a la fortuna. Historial fecundo de esta experiencia es lo vivido en Inglaterra desde su conformación como Britania. Con la desaparición del último “heredero” de la casa Plantagenet, Inglaterra se sumergió en una lucha fratricida de supuestos herederos que duraría varias décadas en el siglo XV que se conoció como la “guerra de las dos rosas”. Este conflicto dinástico que dividía a la nobleza inglesa en dos bandos, la Casa de York, representada por la rosa blanca, y la Casa de Lancaster dinastía de los Tudor simbolizada en la rosa roja.
La caída de la casa York ante la casa Lancaster reviste importancia por los elementos que desencadenaron los acontecimientos, no fue otro que la muerte en batalla de Ricardo III, dignatario de la familia de la rosa blanca, cuando en plena conflagración durante la batalla de Bosworth vio colapsar a su caballo y quedando en medio de los contrarios gritó con desesperación –según lo recoge con su pluma el insigne William Shakespeare: “un caballo, un caballo, ¡Mi Reino por un caballo!”. Luego de la muerte del rey a manos de la soldadesca de la Casa Lancaster los historiadores atribuyen la fatídica situación que derribó al caballo, a la falla de una herradura, a la cual se le habría fijado con un clavo defectuoso, producto del desorden administrativo de quienes llevaban las finanzas y por ende la responsabilidad de compra en el reinado del momento.
Más de cien años después, en 1651, con respecto a la tragedia de Enrique III con su fino acento humorístico el poeta y sacerdote inglés George Herbert clérigo de Beneton, cerca de Salisbury, escribió: “Por falta de un clavo fue que la herradura se perdió, por falta de una herradura fue que un caballo se perdió, por falta de un caballo fue que un caballero se perdió, por falta de una caballero fue que la batalla se perdió; y así, como la batalla fue que un Reino se perdió, y todo porque fue un clavo que faltó”.
En nuestro hemisferio las naciones –según el arbitrio popular -, no se pierden por falta de un clavo, sino que se atribuye a la falta de “un tornillo”. Quizás esa pieza metálica fallo en la inteligencia de los gobernantes precolombinos; la supremacía sobre otros pueblos, cuya conducta no podía ser regulada por una “Ley contra el odio”; así como, la excesiva confianza en poder comprar al adversario con oro, piedras preciosas y mujeres logrando que una de aquellas prendas de canje la princesa Malintzin convertida en consorte de Cortés, fuera un eslabón importante para la negociación con aquellos pueblos sometidos al poder de los mandatarios locales.
La pertinencia de esta reflexión histórica en dos tiempos y dos espacios distintos, es a propósito de la disyuntiva actual que se cifra sobre la corona británica, nubarrones que anuncian tempestad por una corona inexistente en la práctica moderna, al tiempo que el gobierno parlamentario, recurre a las viejas prédicas del poder imperial ante la solicitud de ceder al dominio de regiones distantes de su territorio, donde aún ejercen vergonzoso coloniaje como Gibraltar y la Islas Malvinas.
El segundo punto es la asunción al poder en Los Estados Unidos Mexicanos de una mujer como Presidente. El hecho de que en una región donde predomina “un machismo” enfermizo, cuya máxima expresión está en las propias mujeres; abre de principio, una expectativa de cambio, un nuevo amanecer; sin lugar a dudas será un reto de grandes dimensiones lidiar con un parlamento hecho a la medida de su predecesor –a cuya sombra ha tenido que cobijarse -, una alianza con dos potencias económicas como Canadá y Estados Unidos, la realidad de la expansión de China. No obstante, sus primeros pasos parecen ser divagantes y confusos. Aprobamos que no se inmiscuya en asuntos de terceros países, como opinar sobre elecciones en Venezuela; pero, el hecho de 72 horas más tarde condenar una normal investigación sobre gastos no declarados en la campaña electoral colombiana, pone las alertas y es perentorio el accionar de los asesores. Si un reino se perdió por la falta de un clavo, una nación no debe perderse a falta de un tornillo, y en vez de un reino por un caballo se pueda cambiar una democracia por un pollino.
Pedroarcila13@gmail.com
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