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Nada es para siempre

Hablando de obra de arte, suelo leer con frecuencia una distinción entre las artes y las letras que me deja un tanto pensativo: porque, a qué dudar, escribir literatura es un arte que requiere de su cultor, amén de talento, esfuerzo y disciplina

  • RICARDO GIL OTAIZA

10/10/2024 05:03 am

1. “…la literatura no se hace con inteligencia sino con talento.”, dice Manuel Vilas en El mejor libro del mundo (Destino, 2024): su más reciente novela autorreferencial. Pareciera una tontería lo que expresa el autor, pero tiene una hondura del tamaño del fondo del mar, porque encierra en sí mismo lo que desde siempre expresamos quienes nos acercamos con asiduidad a la página en blanco: no escribe bien el que quiere, sino el que está dotado para hacerlo. El asunto a discutir, claro está, es saber si nacemos con esa “dotación” o talento, o si el talento se cultiva o se aprende en las aulas universitarias; o nos lo pasan otros desde sus obras y experiencia literaria. Yo diría, y sin ánimo de ponerme como ejemplo (porque no soy ejemplo de nada, dicho sea de paso), que el talento para un determinado oficio o arte es una suerte de semilla que llevamos dentro, pero que si no se riega pronto muere y se pierde para siempre. Sin embargo, hay quienes afirman que ha habido grandes autores sin talento natural para las letras, pero a punta de esfuerzo y de persistencia llegaron a elevadas cimas. En todo caso, y para cerrar esta entrada: cualquier persona inteligente puede escribir una página, o cientos de ellas (un libro), pero no toda puede impregnarla(s) de ese hálito que le permita dar el gran salto y ser considerada como obra de arte.

2. Hablando de obra de arte, suelo leer con frecuencia una distinción entre las artes y las letras que me deja un tanto pensativo: porque, a qué dudar, escribir literatura es un arte que requiere de su cultor, amén de talento, esfuerzo y disciplina. Claro, ustedes me dirán que ya dice bastante el que en estos casos precisos ambas categorías vayan juntas, lo que las iguala como hermanas siameses, pero prefiero pensar que es tan relevante la escritura a la hora del análisis de la historia de la cultura universal (baste con acercarnos a los clásicos greco-latinos para cerciorarnos de ello), que mezclar las letras con las otras artes parezca, a todas luces, algo injusto, indigno de su peso y categoría, razón por la cual muchas academias y premiaciones hagan tal separación, como quien sortea nociones que, estando juntas por taxonomía, deban distinguirse por derecho adquirido o estatus. No sé si me explique o no con propiedad, o si me enrede, pero en todo caso es de aceptación universal que la literatura es una de las siete bellas artes reconocidas, y no debo darle más vueltas al asunto.

3. Se plantea como interrogante Manuel Vilas en su nueva obra arriba citada: “vale la pena vivir para las cuartillas en blanco y ahora, para la pantalla del ordenador…”, y de entrada pienso que sí, porque las letras le dan un sentido a la existencia y se hacen en sí mismas vida y eje, pero por otra parte considero que la vida va más allá de la escritura y que requiere ser vivida con las personas que amamos, y no precisamente en el onanismo que implica el estar decenas de horas dedicados a escribir textos que muchas veces pasan inadvertidos para los lectores. Álgido este asunto queridos amigos, porque la literatura se hace vicio (reconozco su poder en mi tránsito vital) y todo vicio es excluyente, nos aísla, hace de nosotros unas especies de zombis que vamos por el mundo ronroneando frases, tomando notas aquí y allá, pensando en todo menos en la realidad “del ahora”: fantaseando por doquier con los libros que queremos escribir, anhelando los premios que creemos merecer, viendo en cada hecho una posibilidad cierta de sentarnos a escribir, y así se pasan los días, los meses y los años, y nos hacemos viejos, y llega un momento en el que tu “yo” interior desea hacer un cuadre de caja y ver el saldo de todo, y nos asustamos, volteamos la mirada, pero poco podemos hacer: late el corazón con fuerza y con cada pulsión nos recuerda que nada es para siempre.

4. Nos dice Monterroso en La letra e: “debe ser horrible ser un poeta aceptado por la sociedad”, y pienso que tiene razón, porque el poeta y el escritor siempre van a contracorriente, denunciando aquí y allá, oponiéndose con fuerza a lo establecido por considerarlo indigno del hombre y de la mujer de su tiempo, y el ser aceptados implica (entre muchas cuestiones que podría analizar en otras columnas) que no estamos presionando demasiado (o lo suficiente), que somos contestes y dóciles frente a nuestra realidad, que nuestra voz no tiene ni la garra ni el poder de cambiar o de revertir las enormes injusticias que nos atenazan (y miren si las hay en nuestro entorno), y es cuando nos convertimos en seres insustanciales e inermes: nadie presta atención a lo que decimos y nuestra escritura se convierte en algo así como un adorno: una “cosa” bonita de leer, un auténtico epatar, pero intrascendente: que no impacta ni deja huella.

5. Pienso en el poeta venezolano José Antonio Ramos Sucre: triste y melancólico, presa de sus propios demonios, atenazado por sus fantasmas que lo llevaron a la muerte prematura. En realidad, puedo comprenderlo, pasé por un largo periodo de insomnio que estuvo a punto de enloquecerme, y no se lo deseo a nadie. Es en nuestros duros momentos personales cuando brota con fuerza el lado poético, que busca cauces en medio de la soledad y nos convierte en instrumento de las voces interiores. Recuerdo también a mi admirado poeta Juan Antonio Pérez Bonalde, autor de Vuelta a la Patria, de quien escribí una fábula que titulé Una línea indecisa (Monte Ávila Editores – ULA, 1999). De mi extenso período de soledad tengo tres poemarios inéditos: Lumen El Fuego Interior (2020), Poética del ser y la nada (2021) y Los adioses (2022). El primero está hablado y saldrá (eso creo) este mismo año. Tal vez por defecto (o por distorsión mental), me gustan los personajes trágicos: aquellos que no pudieron recomponer los jirones de su existencia y hallaron respuesta en lo indecible e impensable. No me veo en ellos como en un espejo, pero sí hallo en sus “procesos” y enormes desdichas un filón literario.

rigilo99@gmail.com
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