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Ratón Pérez

Yo también sucumbí ante la magistral pluma de Coloma. Mi primera aproximación a ese autor fue a través de un libro de finales del siglo XIX, que todavía conservo, que albergaba algunas de sus historias aptas para niños

  • LINDA D'AMBROSIO

09/09/2024 05:02 am

En la biblioteca de mi abuela, una mujer pía e ilustrada, ocupaban un lugar preponderante las obras de Luis Coloma, un jesuita español del cual yo poco sabía, a no ser que en mi casa su pluma se ponderaba con reverencia.

Estoy segura de que el Padre Coloma, como solía mencionársele en familia, ha sido una de las lecturas más determinantes en mi modo de ser y en mi manera de expresarme. Enmarcado dentro del realismo literario español, propugnaba, como sacerdote al fin y al cabo, los valores de la bondad, la caridad y la justicia, de las que hacía un tema central, y el poder de la oración como fuente de fortaleza e indulgencia.

Tal vez fue el confesionario el que hizo de Coloma un incuestionable conocedor del alma humana. Fue un digno retratista de la sociedad de su época, y dejan huella en sus novelas diversos acontecimientos históricos que conocía, y cuya interpretación deslizaba en las páginas de sus obras, siempre con un propósito moralizante. Textos como La Gorriona describen con fidelidad los prototipos humanos de su tiempo y las relaciones entre ellos, al tiempo que se plantean problemas sempiternos, como la murmuración, contra la cual previene al lector en muchas oportunidades, llegando inclusive a escribir una novela con ese nombre: La maledicencia.

Yo también sucumbí ante la magistral pluma de Coloma. Mi primera aproximación a ese autor fue a través de un libro de finales del siglo XIX, que todavía conservo, que albergaba algunas de sus historias aptas para niños, a veces emparentadas con otras de la literatura universal, de esas que sufren variaciones de una a otra cultura para ajustarse a los tintes locales.

Entre la literatura infantil de Coloma, ha trascendido con éxito Ratón Pérez, un cuento escrito para Alfonso XIII cuando, al cumplir los ocho años, perdió su primer diente de leche. El principal personaje de la obra era el Rey Buby, nombre que la Reina María Cristina solía emplear para referirse a su hijo.

Todavía una figura de bronce conmemora en Madrid el lugar en que en que el jesuita emplazó la vivienda del diminuto protagonista: la Confitería Prast, sita en el nº 8 de la Calle Arenal.

La idea central es la que todos conocemos: un ratón que recoge bajo las almohadas los dientes de leche que van dejando allí los niños cuando comienzan a mudar la dentadura. Pero no se priva Coloma de retratar las costumbres de su tiempo al describir la sofisticada familia del Ratón, ni de introducir, por supuesto, una sabía moraleja. Y es esa moraleja la que quiero traer a colación, porque para mí ha constituido una máxima de vida.

Al final de la historia, tras saber que el Ratón Pérez había visitado la morada de un niño muy pobre, el Rey Buby llora desconsolado y le dice a su madre: “¿Y por qué yo soy Rey y tengo de todo, y ellos son pobres y no tienen de nada?” Ocasión que la reina, en el cuento, aprovecha para advertirle:

-Porque tú eres el hermano mayor, que eso es ser Rey… ¿Lo entiendes, Buby?... Y Dios te ha dado de todo, para que cuides en lo posible de que tus hermanos menores no carezcan de nada”.

Y es que, salvando el hecho de que el bienestar debe ser producto de la justicia, y no de la caridad, y de que los pueblos tienen la capacidad de autodeterminarse, sin necesidad de que nadie proteja o encauce a los ciudadanos desde un estadio superior, al estilo del gendarme necesario, es cierto que el poder supone la responsabilidad de velar por el bienestar de los hermanos menores, así como es obligación de todos aquellos que puedan ser oídos, ofrecer su voz a los que no la tienen, para luchar por la igualdad, la justicia y la paz

linda.dambrosiom@gmail.com
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