La caída del ministro
JIMENO HERNÁNDEZ. El Dr. Ángel Quintero es uno de los políticos más famosos de nuestra historia republicana. Es jurista brillante y de gran talla, dueño de una pluma sagaz.
El Dr. Ángel Quintero es uno de los políticos más famosos de nuestra historia republicana. Es jurista brillante y de gran talla, dueño de una pluma sagaz y magnífico orador; también es hombre de confianza y amigo personal del general José Antonio Páez.
Al ser elegido el general José Tadeo Monagas como presidente de la República en el año 1847, Quintero es nombrado ministro secretario de Estado en los despachos de Interior y Justicia, decisión que parece complacer al “Héroe de Carabobo”.
Este caraqueño ha acompañado al general Páez desde de la separación de Colombia en 1830. Lo apoyó en la Constituyente de Valencia, fue la figura más importante en la lucha a favor del separatismo y en Caracas, una vez creada la República de Venezuela y electo Páez como presi¬dente, sirvió de consejero del general duran¬te su primer periodo presidencial.
Cuando se produjo la “Revolución de las Reformas” y el golpe al Dr. José María Vargas en 1835, fue Quintero quien se presentó en el Hato San Pablo, en Apure, para informarle a Páez sobre lo sucedido en Caracas y lo acompañó en su marcha triunfante hacia la capital para restituir el orden constitucional en el país.
En 1840 ejercía en Valencia su profesión de abogado y atendía las labores agrícolas de su fundo “Yuma” en la región. Allí se presentó el general Páez, tras ser elegido por segunda ocasión a la Presidencia, para ofrecerle formar parte del nuevo gabinete y Quintero no titubeó en aceptar la oferta del caudillo.
Fue durante los años de la segunda presidencia del “Centauro de los Llanos” que las arrebatadas pasiones del Dr. Quintero, su carácter violento e impulsividad, le hicieron centro de todo tipo de críticas. Su conducta, junto al descontento generado por las políticas del partido de gobierno, no tardaron en deteriorar su reputación y ganarle enemigos.
La decisión de Monagas de integrar a Quintero a su gabinete satisface al general Páez, pero es una medida que genera rechazo entre la población y promete traer problemas.
Es durante junio de 1847, a los pocos meses de la elección de Monagas, que se produce la ruptura de los lazos que alguna vez unieron al llanero y el oriental. La mañana del 8, se entera Páez que el Presidente le ha perdonado la vida a Antonio Leocadio Guzmán al conmutarle la pena de muerte por la expulsión perpetua del territorio. El decreto de indulto presidencial a los facciosos y la conmutación de la pena de Guzmán son hechos tildados de criminales por el ministro Quintero, quien decide renunciar a su despacho.
Dejemos que sea un escritor y político de la época, el Sr. Blas Bruzual, uno de sus detractores y ferviente monaguista, quien nos narre, en un artículo del número 134 del semanario El Republicano correspondiente al día 29 de junio, lo acontecido en el país tras conocerse la noticia de la renuncia del ministro Ángel Quintero.
Al primer anuncio del descenso de Quintero levantó el pueblo de Caracas las manos al cielo para bendecir a la Providencia Divina, y para dar gracias al General Monagas.
Los decaídos semblantes de los caraqueños se animaron y los patriotas corrieron a felicitarse por tan plausible acontecimiento; todos quieren ver al ilustre guerrero, que conciliándose todas las afecciones, se hace objeto de la adoración pública; su casa se llena de gente, y el afortunado magistrado experimenta la dulce sensación de la intensa y universal gratitud que ha sabido excitar.
Todo se reanima en la abatida capital, y hasta los pasados males se olvidan, y aún se piensa en tender una mano generosa a la aflictiva situación a que vamos dando un alegre adiós.
La noticia de tan feliz cambiamiento, no camina sino vuela en todas direcciones, y bien pronto participa de la agradable sorpresa el lejano habitante de nuestros fértiles valles, que arrojando la azada o desenyugando a los mansos bueyes, corre a la población a pagar su tributo en las aras del júbilo universal.
No nos detendremos en describir la satisfactoria sensación que esta noticia fue produciendo en cada una de nuestras provincias; pero le consagraremos algunas líneas a la heroica isla, que tan justamente ha merecido el sobrenombre de Nueva Esparta. Apenas supieron los margariteños que Quintero había descendido del puesto en el que lo había colocado la cortesía del Presidente, cuando el contento inflamó sus corazones, y botándose a la calle siguen reuniéndose a la música cuya armonía pregona la caída de fatal ministerio, y sobre todo la de un hombre no estimado en aquella tierra clásica del patriotismo.
La detonación de algunos fuegos artificiales anuncia a los más lejanos, que en la ciudad se celebra un fausto acontecimiento, y todos corren para enterarse de la causa de tanta alegría, y al ver la procesión que recorría las calles, llevando a su cabeza una bandera nacional que sostiene las trémulas manos de un anciano comandante, y al oír de sus labios que Quintero había dejado de ser ministro, levantan un grito de placer, y derraman lágrimas de gozo, regalando vivas todos al ilustre oriental que les hace experimentar tan gratas sensaciones.
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