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Serenidad y paciencia

La serenidad por su parte, entendida como un valor, es un elemento esencial de algunos sistemas filosóficos, religiosos y espirituales

  • PEDRO ARCILA

17/08/2024 05:00 am

La filosofía hindú constituye un espectro bastante amplio, contemporizado en un espacio de tiempo aproximado a mil años antes de Cristo; y no solo es una forma de pensamiento, si no que abarca varios ámbitos dentro de esta cultura. A veces puede ser confundido con la religión y se puede decir, que es el resultado de la colaboración de muchos personajes hindúes en la conformación de una estructura teórica compleja, cuyos postulados pueden ir desde la conceptualización gnóstica, pasando por criterios practicantes de religiosidad, hasta el más craso del negacionismo empoderado en el ateísmo.

En el aspecto religiosos los devotos de Vishnu, a menudo adoran la forma reclinable de la deidad con devoción ferviente, siempre aspirando bendiciones para la paz, la prosperidad y la liberación espiritual. La introspección como forma de mantra es herencia de Patajanli, quien es precursor del Yoga, o Sankara en sus trabajos sobre el “discernimiento y la realización directa” entre otros pensadores y creadores de líneas de comportamiento. El objetivo primario se sustentaba en soportar los siglos de dominación y esclavitud, que al mismo tiempo se convirtió en herramienta para la liberación del colonialismo británico, con avance sostenido y sin pausas hacia alcanzar el grado de potencia tecno nuclear que ostenta en el presente.

Muchos son los proverbios y mantras creados en una treintena de siglos, que hoy día refulgen en el conocimiento occidental como plataforma en la búsqueda de repuestas a grandes conflictos habidos y por haber; sin embargo, no son un ejercicio de frases vacías o agradables al oído, si no que permiten viajar al fondo de la conciencia para obtener los diamantes en bruto que sus enseñanzas esconden; así, expresiones como “Los objetos externos son incapaces de dar plena felicidad al corazón del hombre”; “El que no duda, nada sabe”; “Cuanto más adversas sean para ti las circunstancias que te rodeen, mejor se manifestará tu poder interior”; “Los ríos hondos corren en silencio, los arroyos son ruidosos”; “La tierra no es una herencia de nuestros padres sino un préstamo de nuestros hijos”; “No hay árbol que el viento no haya sacudido”; y “Un libro abierto es un cerebro que habla; cerrado, un amigo que espera; olvidado, un alma que perdona; destruido, un corazón que llora”, entre otras, requiere de capacidad y persistencia para su comprensión y aplicabilidad en el momento oportuno.

Quizás el acmé en la herencia y enseñanzas de Shiva y Vishnu, dos deidades, que a pesar de compartir el nexo común de pertenecer a la Trimurti o “Tríada Hindú” junto con Brahma, representan aspectos y enseñanzas divergentes dentro del hinduismo; no obstante, coinciden en la entronización de dos palabras que encierran al igual que verbo “ser” en la gramática latina el eje del principio y el fin (alfa y omega en la nomenclatura oriental). En dos palabras: “serenidad y paciencia” se resume el bien superior de cualquier criterio aplicable a la experiencia de vivir en sociedad.

La paciencia según el enfoque latino, es sinónimo de tolerancia y aceptación tácita del sufrimiento como karma, o como valor existencial; así lo recogen las enseñanzas bíblicas: Ser paciente es más que simplemente aguantar o esperar; es una actitud constante de confianza en Dios y su plan. La Biblia nos enseña que la paciencia es una virtud que debemos cultivar. “La paciencia produce perseverancia y carácter” (Romanos 5:3-4); “Debemos confiar en el tiempo divino y la soberanía de Dios” (Gálatas 5:22–23); “La paciencia es parte de los frutos del Espíritu”; (Gálatas 5:22) y “se desarrolla cuando seguimos a Cristo” (1 Tesalonicenses 5:14). Para la filosofía oriental, la paciencia es la capacidad de soportar circunstancias difíciles; puede implicar perseverancia ante el retraso, tolerancia a la provocación sin responder de manera impetuosa, e incluso, raciocinio para actuar bajo presión, especialmente cuando se enfrenta a dificultades a largo plazo.

La serenidad por su parte, entendida 
como un valor, es un elemento esencial de algunos sistemas filosóficos, religiosos y espirituales. Dos de las más importantes religiones del mundo, el budismo y el cristianismo, utilizan este concepto para hacer alusión al estado de quietud y equilibrio que alguien puede alcanzar. El budismo es uno de los sistemas filosóficos y espirituales que da a la serenidad un lugar privilegiado de valor. En el cristianismo, la búsqueda de serenidad se relaciona con lo divino y con la conexión que mantengamos con ello. Para el estoicismo, escuela filosófica fundada hacia principios del siglo III a. C. , por Zenón de Citio; entre sus diferentes rasgos, como que la finalidad es lograr la autorrealización, la denominada eudaimonia y que uno de sus ejes centrales es el dominio de las propias emociones que turban el ánimo, se encuentra el concepto de ataraxia, es decir, la ausencia de turbación. Su valoración positiva proviene de que la paz mental surge de poder tener la mente en calma, de poder actuar en función de lo que nuestra razón ordena y no de lo que las emociones indican.

“Serenidad y Paciencia”; en momentos de ofuscación y en el cual el pensamiento dibuja en colores resaltantes el deseo de responder a la ignominia, se impone la fuerza de voluntad: El mundo actual es un escenario para la actuación con mayores despropósitos de los conocidos a lo largo de la historia: Un momento donde los agresores se declaran en víctima de los agredidos, y los espectadores exigen calma y moderación a quienes sufren de la infamia. Sería inconmensurable describir algunos hechos, pero que las películas de los acontecimientos en pleno desarrollo no dejan de imposibilitar tal misión. Después de más de dos años (al principio noticia del día), de la invasión a UCRANIA por un país vecino, nuevos acontecimientos ocupan la mirada de la opinión mundial, hasta que la paciencia llegó al límite y el ejército del país invadido, pasó de una defensa forzada a ocupar territorio del invasor; es decir, trasladar el conflicto a su propio patio, el agresor (como todo bravucón) llamó a la comunidad internacional a sancionar “tan inaceptable acción”.

El caso ruso-ucraniano, no es único; el mundo globalizado es testigo de cientos de escenario; espacios donde hablar es condenarse (y ser juzgados por propios y extraños); y hacer silencio es un “acto de solidaridad filial”. Sin embargo, los acontecimientos se desarrollan con una celeridad inesperada. Las sociedades sometidas han entendido el valor de la “paciencia”; pero sobre todo han ponderado en concepto de la “serenidad”. Mayor posibilidad de éxitos alcanza en minino con su proverbial paciencia y su sereno ímpetu de cazador, que el águila que lanzado en un ataque voraz fracasa en un solo intento si no consigue a la presa desprevenida. “Serenidad y paciencia” son un dúo que nace de la confianza en poseer la razón, no pueden separarse una de la otra. Es indiscutible que impacientarse es un mal consejero cuando se ha transcurrido dos tercios del sendero; recurrir a la serenidad en momentos de turbulencia, es una conducta de incalculable valor en el momento más tupido de la tormenta. 
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