Un país en paz con fe y resiliencia
Asumir la diversidad es una base para construir una nación donde todos podamos coexistir en paz. La unidad no significa uniformidad, sino un proceso armónico en el que cada voz es escuchada y valorada
Cuando todo parece oscurecer, tiempos en los cuales la luz al final del túnel es una vieja añoranza, un sueño recordado como un oasis en la memoria lejana, aparece una nueva perspectiva que ilusiona y recrudece el ahínco y el deseo de continuar la marcha. Es el latigazo que sacude en el inconsciente la tenacidad de un hombre que fue preclaro en el arte de la conducción, de cuyos efectos muchos hacen alardes a la par que avergüenzan su legado con sus acciones. Es la voz del genio de América que nos recuerda: “entre vencer o morir, necesario es vencer. Vacilar es perderse”.
La Venezuela de Bolívar, Páez, Cecilio Acosta, Vargas, Gabaldón y Andrés Eloy Blanco; una historia accidentada, con divergencia y pensamientos opuestos –mas no irreconciliables -, pugna en la hora presente por un horizonte nuevo. Las voces y las miradas hasta hace poco disimuladas, evasivas y hasta susurrantes por temor, conveniencia o simple sentido de supervivencia en una selva ignominiosa, grosera y vulgar de tráfico con las necesidades elementales del ser humano, de repente, en solo unas semanas, los silencios han quedado en los rótulos de viejas portadas, como desecho para abonar la fuerza de la esperanza. El miedo es un periódico de ayer, al tiempo que las multitudes se lanzan al ruedo; el símil de mayor aproximación, no puede ser otro que una miríada de náufragos que visualizan una isla, por tanto, sin temor abandonan la deteriorada barcaza que les mantenía a flote con todo y sus penurias, para lanzarse a alcanzar la costa de porción de esa tierra, donde se estima la promesa de agua y comida, pero sobre todo la seguridad, y la posibilidad cierta de abrazar a sus seres queridos.
Aunque algunos no lo entiendan, -o no quiera entender -, los últimos cuarenta años en la vida de los venezolanos, ha sido de búsquedas infructuosas; las necesidades propias de cada familia ha conllevado a ensayos; caminos que se mostraban amplios y seguros, terminan siempre en recovecos de frustraciones y sinsabores; no obstante, sin importar el lado de la historia (donde se esté ubicado) el total de la población ha aceptado las apuestas en una muestra de resiliencia donde se entreteje fe, conflicto y esperanza; tensión y anhelos. En ambos lados hay dolor y sufrimiento; sentimiento de culpa que marca el espíritu por debilidad en las convicciones, o tal vez al descubrir su propia ingenuidad al confiar excesivamente, colaborar abriendo precipicios entre hermanos, socios y amigos, donde solo un ego mal entendido puede justificar la soberbia al no reconocer la falta de razón; sin embargo, en ambos lados surgen voces con voluntad firme de encontrar un camino de paz y conciliación.
Para los espiritualistas: “La resiliencia y la fe son dos elementos fundamentales para enfrentar los desafíos desde lo más profundo de nuestro ser en el contexto de la espiritualidad. La resiliencia nos permite adaptarnos y superar las adversidades, mientras que la fe nos brinda esperanza y confianza en un poder superior”. Quizás la más clara de las interpretaciones la encontramos en San Pablo, quien destaca en su carta a los romanos "No sólo eso, sino que también nos gloriamos en nuestros sufrimientos, porque sabemos que el sufrimiento produce perseverancia; la perseverancia, carácter; y el carácter, esperanza" (Romanos 5:2-4).
Los años perdidos de nuestra historia reciente, son marca indeleble en el alma de quienes nos vemos limitados en nuestra acción, carencia de recursos que coadyuvan a la frustración de tener que observar la pérdida de vidas por enfermedades evitables. Aun cuando la muerte es parte del ciclo de la vida, solo los fanáticos pueden considerarla “muchas veces necesarias para lograr los objetivos”; frase abominable de un alto jefe de las milicias que combaten en oriente medio. Cada vida perdida es una herida. Los últimos cuarenta años nos ha mantenido en una lucha intensa y dolorosa, pero también ha servido como germen de esperanza y unidad; abono para la resiliencia.
En el venidero proceso electoral venezolano, justa que se librará el 28 de julio de 2.024, las voces que conminan al conflicto cada día están más aisladas, quizás encuentran eco en escasas mentes comprometidas en su moralidad, pero la mayoría de los ciudadanos que decidimos quedarnos en el país, nos inclinamos hacia quienes abogan por la reconciliación como única alternativa para reconstruir la nación: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5:9); los pacificadores son quienes entienden que la paz no es solo la ausencia de conflictos sino la presencia de justicia, respeto y aceptación de las diferencias. En cada esfuerzo por la reconciliación, en cada diálogo y en cada gesto de buena voluntad, se abre una puerta para Coexistir en armonía.
La meta debe conducir a la unión de todo un país sobre un mismo propósito y fin, en paz con fe y resiliencia; entender que, cada persona merece respeto y dignidad; unión, no división, los años de confrontación han sido determinantes en el endurecimiento de los corazones, y construcción de muros de desconfianza; también actos de valentía y humanidad, que extienden la mano al otro lado del conflicto, en busca de entendimiento y reconciliación; esos actos de amor, son destellos de luz en medio de la oscuridad. La paz es sinónimo de equidad y rectitud, donde los derechos de todos sean respetados, que las necesidades básicas sean satisfechas y que las oportunidades para una vida plena estén al alcance de todos.
Asumir la diversidad es una base para construir una nación donde todos podamos coexistir en paz. La unidad no significa uniformidad, sino un proceso armónico en el que cada voz es escuchada y valorada. No se trata de la dominación o la supremacía de unos sobre los otros, el secreto está en la cooperación, la comprensión y el respeto mutuo.
Pedroarcila13@gmail.com
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