¿Hispanoamérica? ¿Iberoamérica?
El resultado final de esta amalgama fue, en efecto, distinto al de sus elementos originales. Referirse a la identidad iberoamericana es, por tanto, referirse a una noción concreta. Más aún, a una noción viviente y altamente dinámica
En nuestros artículos pasados analizábamos los términos de Indoamérica y Latinoamérica para determinar si resultaban adecuados para definir nuestra identidad regional. En ambos casos llegábamos a la conclusión que ambos resultaban demasiado reduccionistas. El primero por negar el aporte occidental a nuestra cultura, el segundo por enfatizar demasiado el componente occidental a expensas de otros componentes de nuestra identidad.
¿Por qué no recurrir entonces a la noción de Hispanoamérica como signo de identidad? Nuestra herencia hispana no pareciera admitir dudas. Por lo demás, 65 millones de hispanos habitan en los Estados Unidos, constituyendo el mayor grupo minoritario de ese país. El concepto de Hispanoamérica les brindaría a estos una identificación natural con la región, elemento siempre importante para mantener vivo ese vínculo. Sin embargo, dos problemas de importancia emergen cuando se quiere recurrir a la hispanidad como signo de identidad: En primer lugar, el carácter polémico de esta noción no sólo en nuestra parte del mundo, sino también en varias regiones de la propia España; en segundo lugar, el hecho evidente de que la misma excluiría a más de 215 millones de brasileños.
Lo primero se vincula con lo que referíamos al hablar de Indoamérica. Es decir, la poca afinidad con la herencia hispánica en importantes sectores de nuestra población y en particular con las izquierdas de la región. Una carga de resentimiento rodea aún a la misma entre muchos. Sin embargo, también en la propia España, no son pocos los que ven con profunda antipatía a la noción de hispanidad. Habiendo sido usada y abusada por el franquismo, se trata de una noción vista con hondo resentimiento en amplios sectores de Cataluña, el País Vasco y Navarra. Incluso los gallegos sienten mayor afinidad con el mundo lusitano.
Mucho más significativo, sin embargo, sería el problema de apelar a un signo de identidad regional que excluye a la mitad de América del Sur y a 215 millones de brasileños. Curiosamente Gilberto Freyre, uno de los principales intelectuales brasileños del siglo XX, escribió un libro memorable titulado O Brasileiro Entre os Outros Hispanos. En él señalaba que Portugal tenía tanto derecho a la hispanidad como Castilla y León o Andalucía, tratándose de una matriz histórica compartida que los hermanaba a todos. En efecto, la Hispania Romana amalgamó a toda la Península Ibérica y por tanto hispanos eran todos los que en ella habitaban. Más aún, destacaba Freyre que aquellos trazos de identidad no sólo permitían aglutinar bajo denominadores comunes a los habitantes de la Península Ibérica, sino que se proyectaban con fuerza del otro lado del Atlántico. En tal sentido, concluía, el brasileño debería considerarse como uno más entre los hispanos. (O Brasileiro Entre os Outros Hispanos. Sao Paulo: Livraria José Olympio, 1975). A pesar de la erudición de Freyre, resultaría altamente improbable que los habitantes del Brasil aceptasen acogerse bajo un manto de identidad hispano.
Llegamos así al término Iberoamérica. A diferencia del de Indoamérica es concreto y práctico. A diferencia del de Latinoamérica, este resulta suficientemente mucho más preciso en su connotación. A diferencia del de Hispanoamérica, diluye la animadversión hacia lo hispánico e incorpora por igual a hispano-parlantes y a lusitano-parlantes. Al definirnos como iberoamericanos encontramos elementos claros de parentesco al interior de una familia universalmente conocida.
A comienzos del siglo XIII existían cuatro reinos cristianos en la Península Ibérica: Portugal, Navarra, Aragón y Castilla. Mientras los tres últimos se fusionaron en el Reino de España, el Reino de Portugal consolidó su existencia independiente en 1143. Ello, a pesar de haber sido un condado castellano. Sin embargo, Portugal y España no sólo comparten la misma península sino una civilización antigua, rica y compleja. La misma evidenció la coexistencia y fusión de culturas entre cristianos, musulmanes y judíos y, anteriormente, la activa interacción con griegos, fenicios, cartagineses, romanos y germanos. Como antes señalado, España y Portugal integraron la misma provincia romana de Hispania. No existen, en efecto, dos países vecinos más cercanos en territorio europeo.
Más aún, al pasar al Nuevo Mundo, los habitantes de estos dos países hermanados en tantos aspectos experimentaron un proceso similar de deslumbramiento, aculturación y mezcla de razas. Allí dieron origen a un nuevo género humano. El resultado final de esta amalgama fue, en efecto, distinto al de sus elementos originales. Referirse a la identidad iberoamericana es, por tanto, referirse a una noción concreta. Más aún, a una noción viviente y altamente dinámica.
De entre las distintas nociones referidas, la de Iberoamérica resulte quizás la más viable y la que, de manera más completa, logra definirnos como región.
altohar@hotmail.com
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