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El patriotismo razonable de la Europa de hoy

Durante los días 6 al 9 de junio habrá elecciones al Parlamento Europeo, tiempo en que todos los electores, haciendo uso de las urnas, solventarán -de forma presumiblemente reflexiva- el futuro deseado de la Unión

  • RAFAEL DEL NARANCO

26/05/2024 05:07 am

En el siglo XX europeo, el nazismo irradió sobre el continente la mano endiosada de Adolf Hitler, mientras Berlín comenzaba a propagar el terror usando la misma estela colonialista de Federico el Grande.

El tiempo de esas exaltaciones no ha amainado aún hoy, y será difícil que se consiga.

A lo largo del año presente, habrá en el añejo continente un “establishment” ultraderechista que los electores solventarán con dificultad en Holanda, Francia y Alemania. La montería a abatir serán los refugiados.

Nuestra América Latina es tierra de caudillos y conocemos de ello. Lo vimos surgir con “Tirano Banderas”, en las paginas de “Tirano Banderas” de Valle Inclán, cuyo paradigma abrió el camino del Realismo Mágico sin existir esa palabra hasta la llegada de “Hombres de maíz”, del guatemalteco Miguel Ángel Asturias, y más tarde en las páginas de Gabriel García Márquez.

El cubano Alejo Carpantier, en el preludio de su tomo “El reino de este mundo”, lo denominó “de lo real maravilloso” envuelto de mitos indígenas que van de lo auténtico a lo soñado, aunque el sentido más sólido fraguó su expansión con la llegada del boom literario latinoamericano, que lo santificó en los altares del lenguaje fantasioso, ya como “realismo mágico”.

Sería extremado creer que esa literatura solidificaría en grupo sociales, y desequilibraría las convivencias, aunque otros personajes iluminados empezaron a conseguirlo.

La realidad palpable es que la exaltación nacionalista exacerbada es un mal congénito difícil de amainar. Nada en ella es nuevo; sí lo son las formas y circunstancias que brotan, dentro de esa estructura sulfurada de ideas falseadas, ensambladas sobre arcaicos conceptos históricos que renacen cada cierto tiempo.

Jorge Luis Borges dialogaba un día con Bioy Casares - creador de Morel y sus fantásticas máquinas - sobre los heresiarcas de Uqbar, unos nacionalistas infames hasta la médula. Ese día el ciego porteño que más veía tras las sombras, dijo con certeza:

“El nacionalismo es una de las lacras de nuestro tiempo.”

El autor de “Historia Universal de la Infamia”, cuando hablaba de política se volvía melancólico. Era enemigo de los estados. Algunos dirían que Borges era revolucionario. Nosotros no llegaríamos a tanto; eso sí: él hacía méritos cerebrales.

Dentro de los regímenes despreciativos de los valores humanos, se comienza con un carné del partido único, y se termina acatando a juro la manipulación cerebral.

Se planifica la existencia hasta el más mínimo detalle, y cada hombre o mujer se convierte “voluntariamente” en masa amorfa, sobre todo cuando los sectarios llegan para quedarse.

Todo patriotismo es una adhesión a la organización que forma su estructura, y conduce a la deslegitimación e incluso al absolutismo. Una cosa es respetar a la República y otra distinta exigir a los ciudadanos un compromiso que se termina convirtiendo en obligado acatamiento descerebrado.

La palabra patria es utilizada en boca de los politiqueros con la colmada arenga de convencer a los ignaros de dar su vida por ella. El Dirigente Supremo machaca una y otra vez. Vocifera diciendo que la revolución es armada y que el pueblo – en sentido de posesión - derramaría su sangre hasta el último resuello al momento de salvaguardarla.

Lord Acton, en su ensayo basado en la libertad y el poder, hizo suya la pregunta: “¿Es el patriotismo el último refugio de los miserables?”. Quizás algunos lo piensen, avalen y lo reafirmen, al existir paradigmas devastadores en la historia.

Todo fervor intransigente es un nacionalismo encolerizado que alguna izquierda emergente aprovecha a favor de su propia mitomanía, sembrada de quiméricos conceptos.

En él siempre imperan sentimientos sobre la razón, y sirve de comodín para manejar tenazmente a las multitudes y moldear el sentido de nación en su propio dogma.

De condición afectiva, la Patria es un estremecimiento que hacemos nuestro; es el camino a la escuela, los labrantíos, afluentes, bosques y nublados del lar amado; la lluvia, nieve y ventisca; las sombras de la noche, el sonido de una campana; los niños y jovencitas de piel suavizada y los veteranos con años y arrugas; la flor de melocotón, los relatos de las ánimas, la mazorca; las colinas cubiertas de musgo, el salitre del mar y el mismo inmenso piélago embravecido; los muñecos de trapo y la mirada tierna de la amada; la comunión con nuestros antepasados, y el recuerdo hacia los seres que nos han forjado tal como somos.

No debería nadie necesitar de un “certificado patriótico” que manifieste el apego a esa tierra chica, aún sabiendo que ciertas historias nacionales son escritas con desgarros sobre el espíritu.

Los pueblos que crucen esa quebrada pedregosa serán los mayores lacerados en un mundo cada vez más globalizado. El portugués José Manuel Durão Barroso, que había sido presidente de la Comisión Europa, apuntaló en Bruselas el día de dejar su cargo:

“Patriotas somos todos. La cuestión del problema es cuándo hay tendencias populistas y chauvinistas que perjudican a un mundo cada vez más abierto y globalizado”.

El tiempo de esas exaltaciones no ha amainado.

Recordemos entonces, que desde el 6 al 9 de junio, habrá elecciones al Parlamento Europeo, días en que todos los electores, haciendo uso de las urnas, solventarán - de forma quizás sensata - el futuro deseado de la Unión.

rnaranco@hotmail.com
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