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Muerte y perdón en el inconsciente

l cristianismo entre otras religiones, enseña el poder del perdón en la conciencia individual; más, tal doctrina tiene asidero en el campo terapéutico, -razón de existir de profesiones que estudian la conducta humana

  • PEDRO ARCILA

25/05/2024 05:00 am

El tema de la muerte constituye tabú en la civilización occidental, mientras los tópicos sexuales alcanzan un nivel de obsesión. Lo contrario ocurre en la filosofía oriental donde los temas sexuales son prohibidos, mientras la muerte es un referente permanente: tanto en quienes esperan alcanzar un paraíso soñado, ofrecido en las escrituras y enseñanza primaria de los profetas, como en quienes esperan en la re-encarnación un status social y biológico superior al actual.

En cualquiera de las dos situaciones, la muerte debe asumirse como parte de la evolución biológica, asociada inexorablemente con la vida; no es otra cosa que la continuación de un ciclo, una segunda escala en la experiencia de existir; es decir, solo muere lo que está vivo. Bajo esta visión, no puede considerarse el fin de la vida corporal como premio a acciones “heroicas o virtuosas” –apreciación de algunas religiones -, tampoco un castigo divino, como pudiera interpretarse en las celebraciones que realizan personas o grupos ante el fin de un “enemigo”, que muchas veces resulta ser solo un adversario, o alguien aborrecido a quien ni siquiera se conoció en persona.

La mayoría de las religiones –sobre todo en el hemisferio occidental, -hacen votos por el olvido de las ofensas ocasionadas por quien se marcha a otro ´plano, al punto de creer posible considerar como inexistentes las huellas y las marcas que algunas conductas dejan en personas, familias, sociedades e incluso naciones; con la particularidad, de que quien fenece se lleva la culpa, mientras sus colaboradores aspiran en ese corte de cuenta, la más absurda y oprobiosa de las indemnizaciones, con absolución de culpas y corresponsabilidades.

El cristianismo entre otras religiones, enseña el poder del perdón en la conciencia individual; más, tal doctrina tiene asidero en el campo terapéutico, -razón de existir de profesiones que estudian la conducta humana –mediante diferentes métodos y sistemas que abarcan desde el yoga hasta la psicoterapia (incluido el espectro gnóstico y hasta la acupuntura). Sin embargo, el perdón autentico y genuino resulta difícil de deglutir; tanto se resiste quien padeció la injuria, como los herederos del injuriante cuando la justicia terrenal lo alcanza, o su ciclo biológico culmina como es natural en todos los seres vivos.

Para ilustrar las anteriores elucubraciones, nos vamos a permitir pasearnos por cuatro hechos o realidades, que ponen en relieve la reacción humana desde una óptica individual hasta una verdadera estructura colectiva, que sin ser quizás los más relevantes con respecto a nuestra realidad geográfica, expresan un punto de vista personalísimo, de cuyo eje cualquiera puede pasearse por sus propias experiencias.

Un primer caso lo ubicamos en finales de la década de los noventa del siglo pasado; luego de una cruenta y sanguinaria incursión de fuerzas irregulares del vecino país a un comando de la armada del mismo, colindante con nuestro territorio. Pasado los hechos donde el personal médico asistencial venezolano asistimos a las decenas de heridos (de ambos bandos); recibimos un reconocimiento del consulado neogranadino en la región del Vichada, en dicho acto sostuvimos un largo dialogo con altos oficiales de las Fuerzas Armadas colombianas, en temas relacionadas con las “conversaciones de paz” con los grupos en armas, cuya experiencia tenía como antecedente la incorporación a la vida civil del antiguo movimiento subversivo M-19. Aun cuando la institución armada del vecino estado goza de un alto prestigio, e indudable apego a las decisiones del poder civil, inferimos las cicatrices que una larga disputa deja en la oficialidad, quienes al fin y al cabo son seres humanos con una conciencia social, y una carga emocional significativa, derivada del recuerdo de compañeros de armas, hermanos padres, tíos, compadres y vecinos caídos en medio de una lucha fratricida, una conflagración estéril bajo la predica de un ideal; no obstante, restringido por los hechos a un conflicto de intereses donde predomina el negocio de armas y sustancias ilícitas. “Respetar y obedecer las consecuencias de los actos de gobierno” fue el lema; sin embargo, perdonar sería un largo trance que “duraría más de una generación”.

Un segundo tema que muestra la dificultad para el encuentro sin medianías, corresponde a nuestro ejercicio ya en la isla de Margarita, estado Nueva Esparta, en la primera década de este siglo. Un asiduo contertulio, vecino de nuestro centro de trabajo, defensor –en teoría –de los derechos fundamentales, la igualdad social y el empoderamiento del pueblo en una “democracia protagónica y participativa”, se constituía en vocero de “las garantías de paz para la nación”; pero, en su expresión y hablar de re-encuentros argumentaba que “previamente debía eliminarse a quienes fueron parte de la cuarta república o ejercieron mandos sin importar el grado de participación”; en la oportunidad en que se decidió a justificar su rencor indeleble, nos remontó en su relato a los años de su infancia; específicamente, a las horas y días que siguieron a la caída del gobierno del General Marcos Pérez Jiménez. Después de cincuenta años este “paladín de la igualdad”, soñador con un mundo de participación plena “del pueblo” consideraba impensable olvidar la “detención de su padre” por parte de los conjurados. En su memoria resuenan las voces que le llamaban “esbirro” y “asesino”; una poblada donde reconoció a la mayor parte de sus antiguos vecinos y padres de sus compañeros de escuela. Según nuestro personaje, su padre tan solo era un “funcionario del estado”, pero, nada más y nada menos que el director de la temida Seguridad Nacional (SN). Quizás hoy este ciudadano conozca lo que implicaba la SN del momento, pero aun así no puede perdonar a quienes (sin importar que fueran victimas) significan un recuerdo doloroso que marcó su infancia.

Los dos casos que también consideraremos se refieren a otros continentes: en Europa la España de Franco, y en Asia la Filipinas de Marcos. Para muchos franquistas retirar los restos mortales del General Franco del panteón de los Héroes, es un acto de “desvalorizar la historia”, de “mezquindad retrograda” y hasta de “abominación ultraizquierdista”, en una lucha donde los libres pensadores resultan “equivocados” en su acción por no enterrar las experiencias y los desafueros de una feroz tiranía, en el mismo sarcófago del tirano; precisamente, en la época en que sus descendientes, reivindican las actuaciones del ancestro durante largos años de opresión para quien pensara distinto.

Lo propio ocurre en Filipinas, donde un gobernante (antiguo acolito de la familia Franco), decide llevar al panteón de los héroes con honores de Estado al antiguo terror de la nación. Llama la atención es la arrogancia del hijo del difunto, quien gasta una verdadera fortuna en una campaña por revivir el legado del padre (léase estado de exención), al tiempo que se promociona como candidato a la Vice-Presidencia del país; y, la hija mayor actual gobernadora de una de las provincias declara que “las acciones de Marcos no perecen, porque el legado será mantenido por la prole”. Mientras los herederos de Ferdinand e Imelda Marcos, claman por “un perdón absoluto y olvido total, para un encuentro de la nación”; los hijos de las víctimas, antiguos presos políticos, empresarios expropiados , así como opositores condenados y exiliados por sus ideas, conminan a la familia a regresar los miles de millones de dólares sustraídos por sus progenitores, y que sustentan la base para su proselitismo; solo para entonces, se podría hablar de perdón.

En fin, la muerte no es castigo, cuando más un instrumento para la impunidad, usada por cómplices de quienes fallecieron y no fueron alcanzados por la justicia; y con respecto al perdón, no surge de un decreto, ni de campañas financiadas por interesados, son hechos y valores a los cuales responde la conciencia.

Pedroarcila13@gmail.com 
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